¿Internet nos arrastra hacia una decadencia cultural? En
su más reciente libro, el Premio Nobel de Literatura reflexiona sobre
las paradojas de la libertad, el enfriamiento del sexo, la corrupción
política, las novelas y el periodismo light.
Foto Nicolás Stulberg |
Por José Loschi / jloschi@infobae.com
Luego de haber recibido el premio nobel de literatura en 2010, Mario Vargas Llosa está de vuelta en las librerías con un nuevo libro de ensayos. La civilización del espectáculo
es el resultado de años de reflexión acerca de los acontecimientos
culturales de las últimas décadas y fue tomando forma en sus columnas
para el diario El País de España, probablemente renovando su
interés por publicarlo para conjurar la repentina fama mundial que lo
puso, al menos por unos momentos, en el mismo nivel que las figuras de
la farándula.
Sin temor a enfrentar las opiniones políticamente correctas, Vargas
Llosa examina la pérdida de formas en los diferentes ámbitos de la
cultura y se anima a dar sus propias impresiones: el fútbol y las barras
bravas, el consumo de drogas, los juegos sexuales, la proliferación de
iglesias y sectas, el fundamentalismo religioso, la desaparición de la
crítica intelectual y su relevo por la publicidad y la moda, las
estrellas de cine y del rock como agentes de la opinión pública, la
banalización de la política, el periodismo sensacionalista, el cine de
efectos especiales, el mercado del arte y la piratería, etc.
¿Cuál es la civilización del espectáculo?, se
pregunta el lector. “La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de
valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse,
escapar del aburrimiento, es la pasión universal”, responde el autor de La ciudad y los perros.
Esta nace con la pantalla y para entretenerse no es necesaria formación
ni especialización alguna. “Ahora todos somos cultos de alguna manera,
aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de
pintura, escuchado un concierto, ni adquirido algunas nociones básicas
de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo
en que vivimos”, ironiza Vargas Llosa.
Como el mismo escritor reconoce, el tema de La civilización del espectáculo
no es tan novedoso. Ya hace más de medio siglo Umberto Eco popularizó
la reflexión sobre el nuevo fenómeno de la cultura de masas con la
publicación de su libro Apocalípticos e integrados
(1964). Desde entonces las transformaciones culturales y tecnológicas
dieron un salto importante en nuestra vida moderna. Sin embargo, el
consagrado novelista no investiga tanto dichos fenómenos sino que se
detiene a pensar en el significado moral de este cambio y en las
consecuencias que la nueva cultura global tiene para el hombre ilustrado
o para quien aspira a serlo, así como para una sociedad que aún
privilegia los valores humanos.
El libro remite en su título a la desencantada obra del situacionista francés Guy Debord, La sociedad del espectáculo,
plasmada en celuloide y papel a fines de los 60. Aunque el análisis del
pensador galo partía desde un ángulo muy distinto, llegando a
conclusiones también distintas, ambos autores extienden una mirada
apocalíptica, en el sentido en que definió Eco a quienes no ven con tan
buenos ojos los alcances de la cultura de masas. A lo largo de sus
páginas, Vargas Llosa no oculta el lamento por el borramiento de los
límites entre la alta cultura y la llamada cultura popular, que él
prefiere entender como incultura.
Ante una sociedad en la cual “lo que se espera de los artistas no es
el talento ni la destreza sino la pose y el escándalo”, el premio nobel
se plantea una pregunta que hoy es difícil responder (en realidad, hoy y
en cualquier tiempo): ¿cómo distinguir el talento artístico? Ya no hay
un sistema de valores claro que nos permita juzgar qué es bueno y qué es
malo, “todo arte puede ser bello o feo, pero no hay manera de saberlo.
Hoy todo puede ser excelente o execrable según el gusto del cliente”. El
mercado es en la actualidad el que dicta su valor de acuerdo al precio.
La cultura tradicional pretendía trascender el tiempo presente, durar,
mientras que los productos culturales de hoy son fabricados para ser
consumidos al instante.
Rastreando los orígenes de esta civilización del espectáculo, el
autor tropieza con una paradoja que da que pensar. El bienestar
posterior a la Segunda Guerra Mundial trajo consigo libertades sociales,
económicas y sexuales que parecen haber asestado un golpe final a la
tradición humanística cuyo producto máximo era justamente la libertad.
La democratización de la cultura resultó en una trivialización de sus
contenidos; la permisividad en las escuelas, en una crisis de la
enseñanza; la liberación sexual, en un enfriamiento del sexo. Al mismo
tiempo, la especialización en todas las áreas del conocimiento ha
llevado a una parcelación del saber, que ahora es custodiado por
expertos y es de difícil acceso para el común de los mortales, por lo
que, a pesar de los avances científicos y tecnológicos, hoy se ha hecho
posible que la gente tenga una cultura menos sólida que ayer. La
sociedad en que vivimos, lejos de ser individualista, es, según Vargas
Llosa, un obstáculo para el desarrollo de individuos independientes y el
cultivo de las formas que dan orientación y sentido al conocimiento.
De todas maneras, cabe preguntarse si necesariamente estamos ante una
decadencia de la cultura. El oficio de novelista se encuentra desde ya
ante una difícil situación.
“Nadie a mi alrededor cree ya que la literatura sirva de gran cosa,
salvo para no aburrirse demasiado en el autobús o en el metro, y para
que, adaptadas al cine o a la televisión, las ficciones literarias se
vuelvan televisivas o cinematográficas. Para sobrevivir, la literatura
se ha tornado light”, confiesa el hombre de letras. Pero, ¿qué
pasa con fenómenos como las nuevas series norteamericanas, entre cuyos
productos se cuenta The Wire, a la cual el escritor peruano
comparó recientemente con las grandes novelas decimonónicas (que, por
cierto, eran leídas como entretenimiento o género popular)?
La noción de cultura va cambiando a lo largo del tiempo, y en tanto
parece definitivo que ya no es posible escribir hoy una gran novela como
los clásicos del siglo XIX, quizás haya que esperar que las
renovaciones provengan de otros lados. La obra mayor de nuestras letras,
el Quijote, fue considerada en su aparición como perteneciente a un
género secundario. Asimismo, recordemos que Vargas Llosa fue una de las
figuras más importantes en nuestro continente en disolver, en novelas
como Conversación en la catedral, los límites entre alta y baja
cultura, integrando el lenguaje y las formas de la cultura popular
dentro de la literatura, como también lo había hecho James Joyce en
lengua inglesa hace casi un siglo.
Fuente: infobae.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario