PERDÓNALOS, SEÑOR...

Los monumentos a Eva Perón y a Juan Pablo II y el edificio de la Biblioteca Nacional: un terrible empaste visual motivado por intereses políticos, falta de criterio visual y de idoneidad a la hora de poner al arte en valor. El monumento a Juan Pablo II parece un pequeño bronce posado sobre uno de los tantos nichos de esa gran mole que es la Biblioteca.


PERDÓNALOS, SEÑOR...


“Diseñar es mucho más que simplemente ordenar, montar o editar; es agregar valor y significado, iluminar, simplificar, clarificar, modificar, dignificar, dramatizar, persuadir, quizás hasta divertir. Es convertir prosa en poesía.
El diseño amplía la percepción, magnifica la experiencia y realza la visión.”

                                                                                                                                                                                                                                                             Paul Rand

Los habitantes de Buenos Aires pueden sentirse orgullosos de la bien ganada fama de su ciudad por la cantidad y calidad de sus monumentos. De lo que no podrán jactarse es de tratarlos como corresponde. Tanto la Argentina como el Uruguay han dado excelentes escultores. De ellos, como de artistas del resto del mundo, hay magníficos testimonios en Buenos Aires.
Los desastrosos resultados que se ven sobre nuestros monumentos se deben, en gran parte a las permanentes agresiones que sufren: un problema de larga data que no se corregirá sin una mejor educación. Pero se deben también a la falta de una política oficial, eficiente y coherente, de un hilo conductor profesional, estético y funcional, en lo que respecta a la distribución, emplazamiento y puesta en valor del patrimonio artístico, al poco o nulo respeto por los espacios públicos, al inexistente diseño actual de sus plazas y parques . Hay buenas intenciones y esfuerzos aislados, pero sólo con eso no alcanza. Son insuficientes.
Poco tiempo después de que fuera inaugurado, un grupo de intelectuales cuestionó la decisión de emplazar el monumento a Su Santidad el Papa Juan Pablo II en el frente de la Biblioteca Nacional. La calificaron de “grueso error”.
Se podrá estar o no de acuerdo con las razones constitucionales, ideológicas y religiosas que adujeran los mencionados intelectuales para sustentar sus opiniones, pero dejémolas por un momento de lado y analicemos lo que exclusivamente concierne a lo visual. Tampoco están en discusión los valores plásticos intrínsecos del monumento en cuestión y mucho menos las cualidades del entonces jefe del catolicismo y si era oportuno o no ese homenaje en vida.
Se opina aquí sobre la decisión de emplazar el monumento en el preciso lugar donde se lo inauguró. A juzgar por los resultados, es evidente que se han considerado razones de cualquier tipo menos las plásticas y visuales básicas que debieron haber sido tenidas en cuenta. Psicología de la forma, en su nivel elemental.
El lugar elegido para el monumento sugiere a las claras que la decisión fue tomada por personas que desconocen absolutamente las leyes básicas que rigen nuestra visión y el modo en que se concreta nuestra percepción visual.
Desparramar obras de arte por doquier, sin ton ni son, lo puede hacer cualquiera.
Colocar obras de arte, poniéndolas en valor para que rindan al máximo de sus posibilidades, es un arte en sí mismo. También una técnica. Para hacerlo correctamente, hace falta conocer mínimamente, entre otros, una cantidad de principios básicos de composición, proporción, perspectiva, color; saber algo sobre cómo trabaja el ojo humano, tener sensibilidad plástica, un criterio estético formado, un cierto espíritu crítico, un ojo atento y entrenado del que se pueda decir que “sabe ver”. No basta con ostentar un cargo político. Como en todas las ramas del quehacer humano, será muy conveniente tener una buena dosis de algo que por estos días suele escasear: sentido común. Y todo irá tanto mejor si, además, se pone pasión. Enseguida se nota cuando esto es así.
Una de tantas leyes visuales que no fallan, es que, inconscientemente, el ojo humano empieza siempre el abordaje del campo visual por arriba a la izquierda, aunque sea por segundos. Después, recorrerá el resto más en detalle y hacia y desde todas las direcciones posibles, analizando más acabadamente cada detalle particular. Cada obra de arte individual, tiene sus propias necesidades absolutamente distintas a las del resto. Sea Usted funcionario o no, téngalo muy en cuenta si aspira a colocar obras de arte con acierto.
Las leyes de la percepción visual no discriminan. Aunque alguien fuera un israelita, que al leer en hebreo va de derecha a izquierda y de abajo para arriba; aunque fuera un zulú o un maorí que todavía está en la Prehistoria por no haber entrado todavía en la lectoescritura; aunque fuera hombre o mujer, joven o viejo, rico o pobre, el más genial de los premios Nobel o un analfabeto, gobernante o gobernado. Las primeras respuestas de todos ellos ante los mismos estímulos visuales, serían prácticamente idénticas.
Muy fácilmente podemos comprobar por nuestros propios medios otra de las tantas leyes. Sólo tendremos que dividir nuestro campo visual en cuatro cuadrantes: arriba izquierda, arriba derecha, abajo izquierda y abajo derecha. Y si luego vamos mudando un único objeto de cuadrante en cuadrante, nos parecerá ver cuatro objetos diferentes.
Ese objeto, tendrá un peso visual totalmente distinto según el cuadrante en el que lo ubiquemos. Estando en el cuadrante superior izquierdo, su peso visual será mayor. Pruebe luego con un cuadro, una escultura, tapicería o pieza arqueológica. Ocurrirá lo mismo.
Al emplazar monumentos, habrá que considerar también los puntos desde los cuales el observador mirará la obra, ver si habrá o no circulación de personas alrededor, las tensiones que se producen, cómo se atraen y rechazan las distintas partes, la relación entre las formas positivas y las negativas, etc.. El ojo busca obsesivamente ordenar, pide simplicidad. ¿Porqué negársela? Será también de vital importancia evaluar cómo interactúan “figura” y “fondo”. Todo es relativo en la estrecha relación que se establece entre ellos. Y, finalmente, si lo que buscamos es destacar, poner en valor, nos vendrá muy bien trabajar con contrastes, usándolos sutilmente, con cuidado y criterio. De tamaño, de color, de valor, de textura, etc. .
Entre las obras de arte, como ocurre con la carrera por la supervivencia en la naturaleza, siempre triunfa la más poderosa sobre la más débil. En el arte, con idoneidad, ésto se maneja. Sin ella, no.
Decíamos que todo es relativo en la relación entre figura y fondo. En el caso que nos ocupa, el peso visual de la imponente volumetría de la Biblioteca Nacional, se “traga” al bronce con la figura de Juan Pablo II. Visualmente, lo convierte en un pequeño apéndice de ella, en insignificante. Queda subordinado, menoscabado, “hundido”. Tan simple y tan complejo como eso. Se establece una despareja lucha de fuerzas entre ambas obras de arte, la escultórica y la arquitectónica.
La Biblioteca, por razones obvias, sale amplia y fácilmente victoriosa. Ambas obras compiten por el protagonismo. Lo que en el mundo del teatro llaman “problemas de cartel”. Cuando dos o más figuras discuten sobre quién encabeza una compañía. Paradójicamente, la estrella máxima de la plaza en cuestión, es la Biblioteca. A ella, nadie pretendió homenajearla. Sin embargo, se lleva todos los lauros.
Pero, como si todo ésto fuera poco, falta el tercer elemento, el monumento a Eva Perón, que tiene una notable diversidad de materiales y de tratamientos que lo hacen visualmente muy complejo. Con él queda virtualmente “tapado” el monumento a Juan Pablo II.
No voy a opinar sobre negociaciones entre las bancadas mayoritarias en la Legislatura Porteña previas a la aprobación del traslado del monumento a Rubén Darío desde la plaza de la Biblioteca a la de enfrente, para poder emplazar en su lugar al de Eva Perón y complacer a las hermanas de la homenajeada. No puedo hacerlo porque, como casi toda la ciudadanía, las desconozco.
Diré, eso sí, que no me parece imprescindible que el monumento destinado a recordar la memoria de alguien tenga que estar necesariamente en el mismo lugar en que esa persona murió. El 99 % de los monumentos, de hecho, no lo están. Creo que, en momentos en que tanto se proclama la urgente necesidad de achicar el gasto público, la ciudadanía, sin dudar, hubiera valorado un ejemplo de austeridad departe de las autoridades pertinentes. Nos podrían haber ahorrado los costos del traslado del monumento a Darío y se podría haber levantado el de Eva Perón en un sinfín de lugares muy superiores al elegido, poniéndolo en valor y destacándolo en mucho mejores condiciones. Esta vez, supongo que pesaron más criterios muy diferentes de los visuales: históricos, ideológicos, político-partidarios y hasta sentimentales. Y si hubieran privado los criterios sociales que los funcionarios dicen defender, probablemente se hubiera destinado el dinero que se hubiera ahorrado a esos fines. Lo visual no es todo, pero si está logrado, hará que cada monumento luzca al máximo de sus posibilidades en forma autónoma y que, por lo tanto, cumpla con mucho más acierto el propósito de homenaje que con ellos se busca. Este verdadero tándem visual que a alguien se le ocurrió armar no favorecerá a ninguno de los tres elementos que lo integran. Conseguirán un efecto contrario al buscado.
Alguien que observe el conjunto desde la Avenida del Libertador, verá un conjunto visualmente saturado y confuso. Retomando la terminología de teatro, el orden de aparición en escena será: primero Eva Perón, después Juan Pablo II y finalmente, y en el ingrato papel de “ la mala” que vorazmente se come a todo el resto, la Biblioteca. Dramático. En esta “lucha”, el monumento a Karol Wojtyla pasa a ser el escasísimo jamón del sandwich, el más perjudicado de todos. Otra sería la situación si se lo mudara a Juan Pablo II. El silencio que se produciría entre la Biblioteca y el monumento a Eva Perón los independizaría, los desligaría y produciría el necesario descanso para los sentidos. Es que, como en la música, el silencio valoriza la nota.
La fuerza moral del sucesor de San Pedro no alcanza para neutralizar la enorme fuerza visual de la Biblioteca ni la del monumento a Eva Perón. La saturación visual provocará un enorme cúmulo de estímulos que impedirán una correcta y serena percepción.
A veces, como también ocurre en la naturaleza, hace falta eliminar algún elemento, entresacar en pro de mejores resultados en una floración o fructificación.
No deberían decidir este tipo de cosas quienes nada saben de lo que hacen. Deberían crearse comisiones asesoras ad-honorem de especialistas en estos temas para que orientaran sobre la mejor manera de llevar a cabo estas cosas. Aquello de “zapatero, a tus zapatos.” Las correcciones de los errores que producen los improvisados en estos temas, son carísimas. Si las pagaran nuestros gobernantes, seguramente se esforzarían para hacer un mejor papel. Y se dedicarían a gobernar. O a estudiar diseño antes de emplazar monumentos.

Pedro L. Baliña*

 
* El autor es Profesor Nacional egresado de Bellas Artes, decorador e iluminador.
  Se dedica a la iluminación y puesta en valor de obras de arte, 
de arquitectura interior y exterior y de arqueología.

No hay comentarios:

Publicar un comentario