Arte
En la cima de su carrera, el artista
argentino radicado en Fráncfort, que deslumbró en la 53a Bienal de
Venecia, instaló sus mundos aéreos en la terraza del museo neoyorquino.
Las superficies reflejantes de Ciudad Nube proponen perspectivas múltiples. Foto: GENTILEZA STUDIO SARACENO |
Por Juana Libedinsky / LA NACIÓN
La lista podría seguir infinitamente, y no es difícil
darse cuenta de que eso es precisamente lo que su autor, Tomás Saraceno,
quiere. Nacido en Tucumán, graduado como arquitecto en la Universidad
de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Fráncfort, y convertido en
una de las grandes estrellas del arte contemporáneo, especialmente desde
que su obra fuera expuesta en la Bienal de Venecia, Saraceno se
inscribe dentro de la línea en el arte que busca el input de los
espectadores para dar un sentido (pero que nunca es final) a su obra. Y
no podría haber mejor lugar para una pieza así que la terraza del
principal acervo artístico de la Gran Manzana, donde se mezclan cielo y
tierra, turistas de todas partes del planeta, vistas a edificios
célebres de la ciudad y al verde inacabable del Central Park.
Sí, Saraceno llegó a la terraza del Met, un espacio que
se abre para instalaciones y esculturas cada verano y donde ya
estuvieron exhibidos trabajos de artistas como Jeff Koons, quien tiene
el récord de ser la persona viva que vendió obra más cara. El prestigio
asociado es máximo y el arte, serio, pero en un contexto de toque ligero
que la institución se permite en la temporada estival. Es un espacio
abierto hasta tarde, donde hay un quiosko que vende alcohol (muy
apropiadamente, las cervezas de marca emblemática argentina en este
caso) y que es parte del respiro siempre algo lúdico y onírico, a la vez
que cultural, que la gran ciudad da a sus habitantes y visitantes.
El encuentro de adn con Saraceno tiene lugar minutos
antes de la apertura al público de la obra, titulada Ciudad Nube, y que
es parte de la serie Ciudades Nube
Ciudades Aeropuerto en la que el artista explora las
diferentes maneras en las que se puede habitar y experimentar el
ambiente que nos rodea.
Sentados en unos bancos a la sombra de la estructura,
resulta prácticamente imposible hacerlo hablar de cualquier otra cosa
que no sea la obra que tiene delante. Se va compenetrando en sus propias
explicaciones a tal punto que todo lo demás deja de existir (a una
pregunta simple como si había visto algo de la ciudad, hay que repetirla
y explicarla, lo mismo si se trae a colación cualquier teórico que no
sea los que él tiene de referencia). Esto, además de intenso,
evidentemente resulta fascinante para un señor mayor que, semiescondido
detrás de unas plantas que bordean el banco, sigue la entrevista
atentísimo, a pesar de que se desarrolla en voz muy baja.
Finalmente estira la mano a través del cantero y se
presenta: es John W. McCarter Jr., miembro de la Academia Americana de
Artes y Ciencias, regente del Instituto Smithsoniano y presidente del
Museo Field de Chicago. Para este último dice que quiere Ciudad Nube y
no encuentra palabras suficientes para expresar su admiración por el
artista argentino y el concepto de su obra.
Saraceno ha desembarcado en Estados Unidos con mucha fortuna y, según el dossier de prensa, con un trozo del más allá.
La Ciudad Nube de Saraceno en la terraza del Met, donde se expusieron esculturas de artistas como Jeff Koons. Foto: AP |
-¿Tu obra es un pedazo de cielo en la tierra?
-Bueno, hay muchas posibles interpretaciones, y cuantas
más, mejor. Quiero que la obra hable por sí misma y que la gente que
llega con distintas experiencias de vida la absorba a su manera. Para
que una obra sea verdaderamente multifacetada, que es lo que yo busco,
tiene que tener horizontes de interpretación que se expanden y cambian
de manera permanente. Sobre todo quiero que me sorprenda a mí mismo al
ser siempre distinta.
-¿Y lo lográs?
-Hay momentos muy lindos. Por ejemplo, cuando estábamos
montando la obra, yo quería decirle a alguien que me pasara una
herramienta pensando que lo tenía al lado y de pronto, ¡ooooooh!, era
sólo su reflejo, estaba en realidad lejos. Me gusta pensar en la lejanía
y la cercanía como algo múltiple, en que ambos se pueden dar a la vez y
así invertir preconceptos.
-¿Qué son estos módulos de los cuales está compuesta la obra?
-Es la geometría más perfecta que inventó el hombre, creada por dos
científicos de Trinity College, de Dublín. Es la geometría resultante de
tratar de poner esferas juntas, bastante provechosa para pensar una
futura ciudad volante.
-Cada módulo tiene superficies reflejantes,
espejos, o agujeros en sus caras, ¿la decisión de qué poner en cada uno
fue estética, filosófica, aerodinámica...?
-No son espejos, son superficies reflejantes.
-¿Es el arquitecto que habla, corrigiéndome porque
me equivoqué de material, o es el artista y es una cuestión filosófica,
ya que el reflejo no es perfecto en el metal pulido?
-Me gusta más la palabra reflejante porque se parece a
"reflexionar". Me gusta detenerme en las palabras y pensar que pueden
tener un significado hacia otra dimensión. En concreto, las superficies
reflejantes funcionan como un periscopio de un submarino; parado aquí
ves edificios lejanos como si estuvieran al lado. Las superficies
reflejantes son también las que te ponen el cielo a tus pies, traen
perspectivas múltiples y te hacen perder la gravedad. Ojalá la obra
pueda ser interpretada también así, como una ciudad que vuela,
suspendida en el aire.
-¿Veías mucho Los Supersónicos de chico?
-¡Un poquito!
-¿Y la decisión de poner o no superficies reflejantes en cada módulo?
-Por un lado, es una geometría que funciona para volar;
por otro lado, es una decisión estética. Si te concentrás en cualquier
cosa veinte minutos, tu vida va a cambiar, porque le podés ir agregando
niveles de interpretación distinta de cada decisión.
-¿Diseñás a mano alzada, con computadora, con maquetas?
-Voy mezclando. De la maqueta paso al 3D en la
computadora y vuelvo a la maqueta para modificar con mis manos. Después
entra todo el equipo de ingenieros, expertos en seguridad edilicia. Esto
fue casi como una obra de arquitectura, que yo prácticamente no hago.
-¿Nunca remodelaste el baño y la cocina de amigos o hiciste una casita en un country?
-Le hice una intervención a una casa de mi viejo en
Perú. Era de barro y tenía algo de Observatorio Chandra, que fue un poco
la inspiración para esta obra. Pero corté por donde no debía y casi se
me viene abajo.
-¿La casa donde vivís la diseñaste vos?
-No, imaginate, ¡ésta es mi casa perfecta!
-Pero ¿para ir al baño?
-Bueno, está sola y a muchos kilómetros de altura. Me
gusta pensar que puedo ser al mismo tiempo arquitecto, ingeniero,
astronauta y químico. La semana pasada hice una residencia en el
Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), y una de las cosas que
me entusiasman es transformar esto en un museo, hacer cada módulo de
unos veintidós metros y que vuele, que sea un museo volador.
-¿Por qué un museo?
-Cuando le digo a mi papá que hagamos una ciudad que vuele, me dice que empiece por un museo.
-¿Sos de ir a los museos, hacés visitas guiadas?
-Odio las visitas guiadas; que cada uno piense lo que
quiera. Mirá acá en el Met el cartel con recomendaciones que pusieron
sobre mi obra: cómo hay que anotarse para que se te permita entrar, qué
tipo de zapatos (de goma) hay que llevar... En realidad, a mí me
interesa mucho más darle la obra a la gente y punto, y que sea la obra
exclusivamente la que le hable.
Ciudad Nube habla con cierta picaresca. Al menos,
entre las recomendaciones está la de no entrar con polleras cortas, por
las superficies espejadas en los pisos. ¿Te lo esperabas?
-La verdad que no. Lo entiendo, pero mi idea es que
entren con libertad. Tanto es así que no es como un tour, pueden ir
entrando al módulo que quieran en cualquier orden, es como Rayuela de
Cortázar, que no tiene principio ni final.
-¿Estás impresionado con exponer acá o después de Venecia ya nada te impacta?
-No me gustaría jamás que tuviera una importancia
preestablecida el lugar dónde va a estar mi obra. Mi entusiasmo es igual
por estar acá como en cualquier otro lado.
-Hay una continuidad marcada en mucho de lo que
hacés. ¿Te gusta que cuando la gente ve tu obra inmediatamente diga:
"Esto es un Saraceno?"?
-¡Uy, yo espero poder sorprender al público en algún momento!
-Te lo pregunto porque es algo que ocurre con con
los llamados starchitects. Si una ciudad, por ejemplo, encarga un Ghery,
suele querer que luzca como un Ghery porque le trae prestigio, turismo,
etc. ¿Pasa lo mismo en tu trabajo de artista?
-No sé, la verdad. A veces simplemente es difícil
cambiar, pero no es algo consciente. Igual yo hago cosas como esta obra,
que multiplica tantas perspectivas y paisajes que, afortunadamente, es
algo siempre distinto y no se repite nunca. Pero este tipo de preguntas
yo no me las hago. Imaginate, ¡ya bastante tengo con las que sí me hago!
¿Cómo responderle al pedido de un cliente o curador o ingeniero que
trabaja en mi obra? Y bueno, dialogo con ellos un montón, pero más que
nada dialogo conmigo mismo.
-¿Por qué vivís en Fráncfort, ciudad conocida sobre
todo como centro financiero? Cuando los artistas extranjeros van a
Alemania siempre la atracción es Berlín, cuyo eslogan extraoficial es
"pobre y sexy".
-Cuando me fui de Buenos Aires, si bien había hecho un
posgrado en De la Cárcova, quería estudiar más. Tuve el privilegio de
ser aceptado en la Staatliche Hochschule de Fráncofrt. Era algo te diría
casi familiar, muy chiquito, con profesores excelentes con los que ibas
a comer todos los días. Después, medio por cuestiones personales me fui
quedando, tenía un estudio chico, me costaba muy barato. Ahora, sin
embargo, efectivamente estoy un poco en Berlín también. Pero no me gusta
atarme a la tierra. Como con esta obra, creo en la simultaneidad, en
estar en varios lados al mismo tiempo.
-Ya que estás en Nueva York, ¿no fuiste a ver ningún musical de Broadway o cosas típicas de los visitantes?
-Nooo, no es para mí, aunque había una ópera de Wagner
la semana pasada con escenografía de arquitectos que sí me divertía. No
tengo problema, sin embargo, en que las artes escénicas vengan a mi
obra. Alrededor de la de Venecia hubo gente que se puso a bailar. Si acá
me llaman para hacer cualquier cosa así, te diría que lo tomaría como
otra interpretación más, y, por supuesto entonces, ¡bienvenido sea!.
CREAR UN NIDO CON VISTA AL PARQUE
Saraceno desafía con sus obras las nociones de espacio, tiempo y gravedad, y busca ampliar los límites del arte, la arquitectura y la ciencia.
Por Carol Vogel /The New York Times
En
la imaginación de Tomás Saraceno, su constelación de dieciséis módulos
unidos, en la terraza del Museo Metropolitano de Arte (Met) saldrá
volando con una ráfaga fuerte de viento y flotará sobre el Central Park.
"Todo eso se pondrá en órbita", dijo Saraceno, el artista argentino que
lo creó, en una reciente mañana neblinosa.
En los últimos quince veranos, el jardín de la terraza
del Met ha sido el escenario de muestras de esculturas tradicionales de
artistas como Ellsworth Kelly, Jeff Koons y, el año pasado, Anthony
Caro. También ha sido el lugar de emplazamiento de un camino de bambú
sinuoso que se elevaba unos catorce metros en una instalación no
tradicional que promovía la participación de los visitantes. Pero quizá
sea el medio más inesperado de todos lo que está tomando forma ahora: un
hábitat multipoligonal que marea, de acero inoxidable y acrílico.
Llamada Ciudad Nube es la mayor de la serie Ciudades Nube
Ciudades Aeropuerto, con la que Saraceno lleva
trabajando diez años. El artista estuvo supervisando un equipo de una
docena de instaladores que montaban su creación, a la que describió como
"una estación espacial internacional". Al ir acomodándose las piezas en
su lugar, Saraceno hizo pasar a un visitante, haciéndolo subir por una
escalera retorcida de alrededor de siete metros. Algunos de los pisos
son transparentes, y las paredes, de acero espejado, de acrílico o
abiertas al aire. De pronto los edificios, la gente y los árboles
aparecen patas arriba o de costado, a veces casi girando desde la
perspectiva interior de esta construcción futurista gigante.
Al igual que muchas de las instalaciones de Saraceno,
Ciudad Nube es su visión de ciudades flotantes o voladoras, lugares que
desafían las nociones convencionales de espacio, tiempo y gravedad. "Se
puede tener una sensación de falta de peso que resulta un poco
desorientadora", admitió. Los funcionarios del museo estiman que más de
medio millón de visitantes verán la instalación hasta el 4 de noviembre,
cuando será desmantelada y enviada a otro lugar.
Anne L. Strauss, curadora asociada del Departamento de
Arte Moderno y Contemporáneo del Met, vio por primera vez la obra de
Saraceno en la Bienal de Venecia de 2009, donde redes moleculares de
soga elástica negra envolvían una gran galería blanca en el edificio
principal de los Jardines. Las sogas mismas eran formas cristalinas
complejas, haciendo que la instalación fuera tan arquitectónica como
filosófica. La telaraña, cuyas formas pueden ser destruidas tan
fácilmente, era la metáfora con la que Saraceno expresaba la fragilidad
del mundo.
"Luego de ver su pieza pensé que, dada su inventiva sin
ataduras, Tomás sería el artista ideal para crear algo para este
sitio", dijo Strauss, y agregó que Ciudad Nube sería "similar a un
telescopio mirando hacia la atmósfera".
Si bien Saraceno vive y trabaja en Fráncfort, donde ha
estado absorbido con la construcción de esta versión de Ciudad Nube
durante dos años, hace visitas regulares a Nueva York. Llegó hace dos
semanas y ha estado estudiando vistas desde Central Park, por donde
camina todos los días. Su instalación es un poco como un reloj de sol,
dijo: "Se podrá saber la hora cuando las luces den en las ventanas en
ciertos puntos".
Aunque lo admite con renuencia, Saraceno, de 39 años,
tiene formación de arquitecto, lo que quizá sea uno de los motivos por
los que una gran parte de su práctica involucra ampliar los límites del
arte, la arquitectura y la ciencia. Considera esta instalación una de
sus visiones para un medio utópico que cobra vida: una creación
inspirada tanto por lo obvio como lo arcano, incluyendo, dijo, las ideas
de Buckminster Fuller; la naturaleza efímera de las nubes y las
burbujas, las bacterias y la espuma y las redes de comunicación sociales
y neurales. También cita las teorías de Félix Guattari, el filósofo
francés que murió en 1992.
Las instalaciones experimentales de Saraceno se han
exhibido ampliamente en toda Europa y Estados Unidos, recientemente en
el Hamburger Bahnhof de Berlín, donde alrededor de veinte creaciones de
Saraceno fueron incluidas en una muestra que cerró en febrero.
En el Met, cada uno de los proyectos de la terraza ha
tenido sus propios desafíos. Originalmente se había planeado presentar
Ciudad Nube el verano boreal pasado, pero obtener los permisos de
construcción necesarios llevó más tiempo de lo que esperaba el museo.
También hubo demoras en la fabricación de las piezas.
Montar la muestra ha sido un emprendimiento complejo.
Los módulos comenzaron a ser subidos al techo con grúas en abril, y la
lluvia demoró el proceso. Aunque se ve liviana y aireada, Ciudad Nube
pesa veinte toneladas. Ha sido cuidadosamente diseñada y montada, y está
sujeta por una red de cables de acero.
Los visitantes pueden recorrerla por dentro y por
fuera, de la misma manera en que experimentaron el Gran Bambú, la
creación en la terraza del Met realizada por los gemelos Mike y Doug
Starn en 2010. Tal como sucedió con el acceso al Gran Bambú, Ciudad Nube
requiere entradas por turnos. Un total de quince personas, incluyendo
dos empleados del Met, pueden explorar la escultura por vez.
Días atrás, mientras los trabajadores se apuraban para
ganarle a otro diluvio, Saraceno supervisaba la creación de lo que
semeja telarañas negras -versiones en miniatura de su creación a gran
escala en Venecia- que se colocaban por todo el hábitat. "Son de la
misma geometría que Ciudad Nube, sólo que de un material diferente",
explicó.
La Ciudad Nube no pertenece al artista ni al Met. Es un
préstamo de Christian K. Keesee, un banquero y coleccionista de
Oklahoma. Y al abandonar la terraza del Met en noviembre, no se verá en
público nuevamente hasta el verano boreal de 2013, cuando viaje al Green
Box Arts Festival de Green Mountain Falls, Colorado, donde se colocará
en medio de un bosque.
"Me gusta la idea de la maleabilidad, de verla rodeada
de árboles", dijo Saraceno. "Cuando se rearme en un lugar diferente, el
cielo y el medio serán muy distintos, cambiará completamente."
Traducción: Gabriel Zadunaisky
Ficha. Ciudad Nube, instalación de Tomás Saraceno, en el Museo Metropolitano de Nueva York ( www.metmuseum.org ) hasta el 4 de noviembre
HACIA MARTE ... Y MÁS ALLÁ
Inspirado en las ciudades de Gyula Kosice, Saraceno sueña con conquistar el espacio
La curadora de la obra y Saraceno mismo se unen a la
empresa, y empleados del museo pasan lampazos como en una delicada
coreografía que se repite por los distintos módulos. Ocurre que unas
gotas de agua cayeron justo antes de la inauguración y, ante la fila de
gente que ya espera todas las manos son bienvenidas para que la
estructura esté de vuelta impecable para recibirlos.
Cuando finalmente los visitantes acceden a la escalera,
recorre la terraza del Met un murmullo de admiración, que,
evidentemente, llena de placer al artista. Es la primera obra a gran
escala que exhibe en Estados Unidos.
Saraceno nació en Tucumán en 1973, pero pasó la mayor
parte de su infancia en Italia, donde sus padres se exiliaron en tiempos
de la dictadura militar. Arquitecto, graduado en la UBA, considera a
Gyula Kosice su fuente de inspiración. Fue invitado a la 27ª Bienal de
San Pablo y a la 53ª Bienal de Venecia con una obra (Galaxias formándose
a lo largo de filamentos, como gotitas en los hilos de una telaraña)
que causó sensación en el pabellón central de la muestra.
Luego de un breve paso por Japón, Saraceno volverá a
Nueva York para participar del Festival Mundial de Ciencia, una serie de
actividades diseñadas para acercar la ciencia a todos los aspectos de
la vida y popularizarla entre el público general.
En el contexto de la obra de Saraceno en el Met
hablarán Mark Wigley, decano del posgrado de Arquitectura de la
Univerisdad de Columbia; Peter Jagner, el aracnólogo que descubrió 200
especies en la última década; Mario Livio, astrofísico y escritor de
novelas sobre las matemáticas; y Christopher McKay, astrobiólogo, cuya
presencia entusiasma especialmente a Saraceno. "Imaginate: se ocupa de
estudiar qué experimentos habrá que hacer para redefinir el concepto de
vida cuando lleguemos a Marte", dice con los ojos brillantes como los de
un niño.
-Ciudad Nube parece lista para llegar a Marte.
-Sííí, me encantaría. Pero con dos o tres kilómetros arriba de las nubes me conformo.
J. L.
SUEÑO Y REALIDAD
Escribir
sobre Tomás es menuda tarea; como amigo, puedo ilustrarlo en anécdotas
pero prefiero empezar por su pasión, que conozco y comparto desde las
noches de entrega o de fiesta. La intensidad es la misma.
La mejor definición que se me ocurre es una frase de
Dominique A que lo pinta de cuerpo entero: «El arte es un sueño que te
mantiene despierto».
Su obra se construye sobre el empecinamiento, al obviar
la gravedad en todo sentido; una suerte de sublimación vital seguida
por la decantación en la realidad, así lo etéreo toma cuerpo. Una idea
que podría quedarse en ilusión es definida y construida hasta volverse
experiencia pública para que soñemos juntos. Si bien no todos sus saltos
al vacío flotan, lo esencial es el vuelo compartido.
En el contexto de la carrera de Arquitectura, Tom
transitaba el filo desde la disciplina, saliendo del cuadro o
expandiendo el territorio de exploración, actitud que maduró al artista
que hoy disfruta de un límite único: la concreción de sus utopías.
Uno de tantos umbrales en su tránsito de la
arquitectura al arte fue el concurso para Malba (1998). La propuesta era
trascender el tema «museo-edificio» para asumir la proyección social
posible con una instalación en la plaza vecina. En las paradas de
colectivos -que incluyen el soporte de la publicidad en vía pública-
mostraba réplicas del patrimonio del museo a cielo abierto, sin entrada
ni hora de cierre. Caído el sol las obras se retroiluminaban: «Los
cuadros vuelan en la plaza, algo de Mies en el aire», nos decía.
Las producciones eran siempre épicas, colectivas,
populares, voluntariosas, dignas de Fitzcarraldo aunque no estuvieran
ambientadas en el trópico. Por mi parte me acoplé en la última noche para cerrar el contenido del texto y llegamos a una definición que ilustra su actitud hacia el arte: algo así como «un paseo por los cuadros con la pelota en la mano». Desacralizar, acercar, compartir y vivir para contarlo sintetizan el nudo arte-arquitectura de su obra y la invitación al goce de quien la visite.
El autor es arquitecto. Integra el staff de Richter & Dahl Rocha
Fuente: adn CULTURA La Nación
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