A cuatro años de su descubrimiento, los arqueólogos afirman que
era un barco de comercio, hecho con roble del Cantábrico en 1747. Traía
hierro y aceitunas. Sus reliquias se verán en un mes en Monserrat.
El hallazgo. Los restos del barco, encontrados durante la excavación del complejo Zen City. /maría eugenia cerutti. |
Por Nora Sánchez
A casi cuatro años de su hallazgo, el viejo barco español que apareció en Puerto Madero sigue revelando sus secretos . Los investigadores ahora saben con certeza que era un pequeño navío mercante privado de mitad del siglo XVIII. Y descubrieron que traía aceitunas y lingotes de hierro, entre otras mercancías para vender en Buenos Aires.
A cargo del proyecto están Mónica Valentini y Javier García Cano, dos especialistas
en arqueología subacuática que trabajan en un laboratorio en Bolívar
466, sede de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico de
la Ciudad. Allí guardan las 15.000 piezas recolectadas en el
sitio del hallazgo, incluyendo centenares de fragmentos de objetos que
ellos reconstruyen con paciencia. Algunos serán exhibidos por primera
vez desde el 14 de septiembre, en una muestra en la Casa de Liniers.
La
historia del barco se remonta a 1747, el año en que un carpintero del
mar Cantábrico taló el roble para construirlo. Así lo determinó la
dendrocronología, una técnica que averigua la antigüedad de la madera
analizando los anillos que marcan el crecimiento anual del árbol. El
carpintero armó un navío modesto pero robusto, con no más de 30 metros de eslora y una bodega de proa a popa.
“Era
un barco mercante privado –dice García Cano–. No pertenecía a la corona
ni hay registros de él. El dueño se lo encargó al carpintero y le
sacaba rédito comerciando por su cuenta. Una teoría es que traía
contrabando. Pero hacia 1750, Buenos Aires tenía 40.000 habitantes,
carecía de manufacturas y casi toda su economía era informal”.
Metales. Una pieza hallada, con el arqueólogo García Cano. /néstor sieira |
Pero el Río de la Plata, con su poca profundidad y sus bancos de arena, fue una trampa para el navío, que encalló o tuvo un accidente
, como lo revela su quilla rota. Quedó en río abierto, cerca de la
desembocadura del Riachuelo, en lo que hoy es Puerto Madero. Se sabe que
la tripulación pudo abandonarlo, porque no quedaron restos humanos. En
cambio, encontraron gran parte de la carga, incluyendo numerosas botijas
de arcilla enteras y fragmentadas. Algunas conservaban su tapón de
corcho y una hasta tenía un sello sujeto con una cuerda. “En una había
carozos de aceituna”, cuenta García Cano. Otras tenían brea y resina de
pino para el mantenimiento del barco.
También había fragmentos de
jarras. “Cuando las reconstruimos descubrimos que eran alcarrazas, como
las que se ven en cuadros de Zurbarán o Murillo. Son de una cerámica
porosa que mantiene fresca el agua”, dice Valentini.
En un tablón de madera hallaron el detallado dibujo de un barco
, hecho con trazos firmes con un elemento cortante. “No hay una pieza
igual en Latinoamérica –afirma García Cano–. Evidentemente, lo hizo un
marinero que sabía dibujar muy bien. Tal vez, durante sus ocho horas de
descanso o en una estancia castigado en la bodega”.
Entre otros
elementos de metal, encontraron clavos, tachuelas y pernos de hierro
forjado que eran parte del barco. Entre la carga había también hachas y
azuelas. Se cree que una parte era para trabajar sobre la embarcación y
otra, pudo haber sido para las minas de Potosí. También había platinas.
“Son lingotes de hierro que traían para fundir y hacer herramientas,
porque en Buenos Aires no había hierro.
Metales. Una pieza hallada, con el arqueólogo García Cano. /néstor sieira. |
Incluso los cuatro cañones
hallados pueden haber sido chatarra para la fundición. Son de principios
del siglo XVIII, de hierro gris y de un calibre chico. Eran baratos y
rústicos. Y no estaban las cureñas, que son las estructuras de madera
sobre las que se montaban. Ahora estamos reconstruyéndolos en 3D”, dice
García Cano.
También aparecieron algunos elementos textiles: “Hay
un fragmento muy pequeño de lo que pudo haber sido un cinturón o un
arnés –cuenta Valentini–. Y también están los cabos del barco”. Por otra
parte, sorprenden las 29 pipas de cerámica y de caolín encontradas.
“Hay una con tres flores de Lis, que podría ser del siglo XVIII y
provenir de Gouda, Países Bajos”, explica García Cano.
“Somos
conscientes de la importancia científica e histórica de estas
investigaciones –dice el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi–.
Por eso no quisimos quedarnos con el hecho azaroso del descubrimiento
del barco, sino que apoyamos el trabajo de los arqueólogos para la
conservación de los elementos encontrados y para conocer más datos sobre
la travesía”.
En abril de 2010, el barco fue enterrado a dos
metros bajo tierra en Barraca Peña, en condiciones ideales de oxígeno y
humedad. Para monitorear su grado de preservación, le pusieron sensores.
García Cano confirma: “El pecio está estabilizado y en buen estado”. Y
es ahí, en La Boca, donde este viejo navío finalmente encontró su
puerto.
Historia escondida en otras dos excavaciones
La historia de Buenos Aires está resurgiendo de las entrañas de
la tierra, de la mano de las investigaciones de la Dirección General de
Patrimonio. Una de las exploraciones más importantes se realiza en parte
de su propia sede, la Casa de Liniers, en Venezuela 469. En ese lugar,
en junio encontraron miles de objetos de la vida cotidiana de los siglos
XVII y XVIII.
La mansión donde vivió por seis años el virrey
Liniers, y que pertenecía a la familia Sarratea, fue construida sobre
otras viviendas. Los restos de esas otras casas quedaron enterrados
junto con utensilios, como dedales de cobre, cascabeles, amuletos contra
el mal de ojo y hasta un plato de mayólica portuguesa que data de entre
el 1600 y el 1650.
En marzo, Patrimonio también condujo una
investigación en la Plaza San Martín, que revela cinco siglos de
historia porteña. A metros de San Martín y Libertador, excavaron hasta
llegar a la tosca del antiguo lecho del río. Dejaron al descubierto un
piso colonial, una pared de ladrillo y el piso del Hotel Retiro, que
funcionó entre fines del siglo XIX y 1936. Allí también aparecieron
cerámicas hispano-indígenas del siglo XV y mayólicas españolas del siglo
XVII.
Fuente: clarin.com
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