Crónica del prestigioso certamen internacional que también es una fiesta popular. Doscientas mil personas vieron de cerca las obras que permanecerán en la provincia.
Sábado a la noche, llegó el momento. Escenario alto, pantallas,
luces fuertes, funcionarios, música, miles de cabezas mirando hacia
arriba: se está por develar el misterio, el locutor dice que ya, en
instantes, va a anunciar el último de los premios que será, claro, el
primero.
Entre el público los nombres de los favoritos corren como
apuestas; el locutor se demora y elige empezar por el título de la
obra: Espejos del cielo. El suspenso sigue porque nadie recuerda
los títulos: acá a los escultores y sus trabajos se los reconoce por sus
nacionalidades, y cuando nombra el país, estalla finalmente el aplauso:
Colombia, se trata de la obra de Fernando Pintos.
Llegan el
premio, los besos, más aplausos, la botella gigante de champán y se abre
un vacío frente al escenario: no todos quieren ser bañados, pero no,
todavía no, el corcho no sale, se acercan a ayudar al escultor, al
ayudante se le rompe el corcho, la gente se ríe abajo del escenario,
arriba se desconciertan un poco, el locutor arrima una llave, luego una
birome, no funciona, más risas, alguien del público alcanza un
sacacorchos y ahora sí, lluvia blanca para todo el mundo. Pintos le pasa
el botellón a los espectadores y en ese momento se escucha el primer
estallido: arrancan los fuegos artificiales en el cielo de Resistencia,
la Capital Nacional de las Esculturas. Duran veinte minutos y son casi
cuarenta mil, estima la Fundación Urunday, organizadora del evento, las
personas que miran para arriba. Cuando los fuegos están por acabar, se
anuncia el lema de la próxima Bienal: “Homos Novus”, y, ahora sí, fin de
fiesta, aunque nadie se da muy por enterado y se quedan ahí los miles y
miles de chaqueños, gozando de la música y del mate y de la comida pero
sobre todo de esas esculturas que ya son suyas, pues todas las obras
que participan en la Bienal y que los artistas conciben y esculpen allí
mismo, se quedan en Resistencia para siempre. Ayer ya sin competencia
pero con las obras en exhibición, los chaqueños fueron masivamente a la
Bienal.
En la cena de cierre, Fernando Pintos cuenta cómo concibió Espejos del cielo en diálogo con Clarín:
“Trabajé sobre el lema de la Bienal, ‘La Profecía’. La obra se basa en
un sistema de adivinación ancestral. En toda Sudamérica existen unas
piedras que sobresalen del suelo y tienen unos cuencos en su parte
superior. En Colombia, en Sierra Santa Marta, conviví con una tribu que
llenaba esos cuencos de agua en las noches estrelladas. Y leía el futuro
en el reflejo de las estrellas en el agua”. Feliz, contento, honrado se
definió el colombiano, quien ya ha recibido premios en otros lugares
del mundo, como Italia y Taiwán. No fue el único elegido por el jurado:
el segundo lugar fue para el portugués Mário Lopes por su escultura Inside , y el tercero para Carlos Monge, de México, por la obra Sexto sol.
Los
premios fueron ocho en total, otorgados por distintas instituciones y
por los chicos y los adultos que visitaron la Bienal –alrededor de 200
mil según los organizadores–, y que votaron a sus favoritos. El llamado
“Premio de los niños” lo ganó el japonés Baku Inoue por su escultura El bosque en paz,
una obra con unos extraños cuernos que hacían pensar en un monstruo
simpático -y que también mereció el Premio de los Escultores. Y el
Premio del Público se lo llevó el joven artista sirio Elías Naman por su
Svela, una mujer detrás de un velo.
Fuente: Revista Ñ Clarín