Por Sergio Rubin
Llamaban sobriamente a los oficios religiosos o marcaban el
rezo del Angelus. Acompañaban con un lacónico y espaciado toque un
funeral. O estallaban en un repiquetear para unirse a una fiesta
religiosa o cívica de la comunidad. Las campanas de las iglesias fueron
durante siglos un símbolo característico de los templos católicos. Pero
las quejas de vecinos por “ruidos molestos” y la construcción de grandes
edificios al lado de los campanarios van llevando a que cada vez suenen
menos en todas partes.
La Argentina no escapa a esta tendencia. Más aún: aquí el futuro de las campanas está más comprometido debido al creciente costo de su fabricación, producto del sostenido aumento de los metales con que se hacen
(bronce, cobre, estaño), lo que retrae los pedidos. Pruebas al canto:
Bellini Hermanos, la única fábrica de campanas de Sudamérica, ubicada en
la localidad santafesina de San Carlos Centro, redujo su producción
anual en la última década a la cuarta parte: pasó de 40 campanas a 10.
El
tema cobró actualidad en el país esta semana a raíz de que una jueza de
Faltas le aplicó una multa de 177 pesos a una capilla de Santa Rosa,
tras una presentación de un grupo de vecinos, molestos por el ruido de
sus campanas. Si bien no ordenó su silenciamiento, la jueza dispuso que
el sacerdote debía acotar el tiempo del repiqueteo y bajar los
decibeles. Además, le advirtió que, si no cumplía, la campana –que
venían sonando tres veces al día (a las 8, 12 y 19) durante ocho
minutos– sería decomisada.
“No conozco los detalles del caso de la
capilla de Santa Rosa, pero cada vez hay más quejas de vecinos por las
campanas de las iglesias y en muchos casos observo que ello es producto
de la falta de tolerancia”, dice a Clarín Juan Bellini, uno de
los dueños de la fábrica de campanas, fundada en 1892. Agrega que “en
una ciudad hay muchos otros sonidos fuertes, como el de los colectivos,
pero se las agarran con las campanas”. Y completa: “Parecería haber en
algunos una cierta inquina hacia la Iglesia católica”.
Pero en el
caso de Santa Rosa, el padre Alejandro, a cargo de la capilla multada,
fue mucho más duro. Acusó de “satanistas” a los que motorizaron la
denuncia. Con todo, las autoridades eclesiásticas –en general– buscan
armonizar con los vecinos que se quejan. Por caso, ya a principios de
los ’70 el entonces arzobispo coadjutor de Buenos Aires, cardenal Juan
Carlos Aramburu, difundió orientaciones sobre el funcionamiento de las
campanas de las iglesias porteñas que lo limitaban.
Hay ciudades en el mundo que tomaron decisiones drásticas en este tema.
En París, por ejemplo, está prohibido que suenen las campanas. Sólo se permiten las de la célebre iglesia de Notre Dame.
Y una vez al año: en Navidad. ¿Estaremos oyendo los últimos repiqueteos de las campanas que anuncian su propia muerte?
EL CASO DE LA PAMPA
La semana pasada, la capilla de la iglesia de Fátima, de Santa
Rosa La Pampa, fue multada por la duración y los decibeles de sus
campanadas.
La jueza Alicia Corral le aplicó una multa de 177 pesos y advirtió que cesen los ruidos molestos, o de lo contrario la campana sería decomisada.
Alejandro, el cura de la capilla, dijo que detrás de la denuncia hay un grupo de vecinos “satanistas”.
Fuente: clarin.com
La jueza Alicia Corral le aplicó una multa de 177 pesos y advirtió que cesen los ruidos molestos, o de lo contrario la campana sería decomisada.
Alejandro, el cura de la capilla, dijo que detrás de la denuncia hay un grupo de vecinos “satanistas”.
Fuente: clarin.com