El Museo Sívori dedica una muestra a los artistas argentinos que renovaron la escena porteña tras haber vivido en la capital francesa en la década de 1920
De izq. a der.: Alberto Morera, Aquiles Badi, Raquel Forner, Horacio
Butler y Leopoldo Marechal. Además integraban el grupo: Antonio Berni,
Lino Enea Spilimbergo, Juan Del Prete, Alfredo Bigatti, Pedro Domínguez
Neira, Victor Pissarro y Héctor Basaldúa Gentileza CVAA
Celina Chatruc / La Nación
¿Una
obra por un café? Por tantos como lo decidiera Victor Libion, librero y
dueño del café La Rotonde, quien aceptaba como forma de pago pinturas
de Chagall, Picasso, Modigliani. Colgadas en las paredes de este bar de
Montparnasse, devenido en una suerte de galería contemporánea, esas
telas fueron el telón de fondo de los apasionados encuentros de artistas
latinos, escandinavos, suizos y rusos en la mítica París de la década
de 1920. Allí se sentaban a leer y comentar las noticias de los diarios
de sus respectivos países, y a discutir durante horas sobre las
tendencias del arte moderno.Entre ellos se contaban los
argentinos Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, Horacio Butler, Raquel
Forner, Héctor Basaldúa, Alfredo Bigatti y Aquiles Badi, algunos de los
integrantes del Grupo de París (ver aparte), que en estos días
protagoniza una muestra que reúne más de sesenta de sus obras en el
Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori.
"Los
sucesos de la Argentina eran a menudo motivo de diálogo y comentario;
digamos que manteníamos vivo el fuego del hogar y que cada uno, a su
manera, aportaba su cachito de añoranza", recordaba Berni según la
profunda investigación de María Elena Babino, curadora de esta
exposición, que también realizó un dossier digital (www.cvaa.com.ar) y un libro sobre el tema (Centro Virtual de Arte Argentino, 2010).
"En
el marco de la primera posguerra, los artistas entonces radicados en la
capital francesa buscan una vía alternativa para la expresión de una
nueva visión del mundo", señala esta historiadora. "Si bien las
presencias de Picasso, Chagall, De Chirico o Modigliani ocuparon el
espacio de mayor relevancia en el ambiente parisino -agrega-, serán
André Lhote, Charles Guérin, Othon Friesz y Antoine Bourdelle los que
guiarán los pasos de nuestros argentinos en París."
De
estos maestros que enseñaban en las academias con ingreso libre, aclara
Babino, Lhote fue "quien más incidencia tuvo en la conformación de un
pensamiento estético guiado por el deseo de sintetizar el arte clásico,
en términos de armonía, orden y equilibrio, y la incorporación de un
lenguaje moderno acorde con los nuevos tiempos". Su propuesta era que
los resultados pictóricos no fueran "dobles" sino equivalencias de las
formas reales.
Esa búsqueda, que buscaba conciliar el pasado y el
presente, sucedía nada menos que a las vanguardias cubista y
expresionista, y abarcaba también un cambio en los modos de circulación y
promoción de su trabajo. A tal punto que Forner llegó a llorar "de
indignación" en el café La Closerie des Lilas, según Basaldúa, mientras
discutía con varios de sus colegas sobre el envío de obras a los salones
nacionales y la posible creación de un salón porteño independiente.
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Retrato de Aquiles Badi, Héctor Basaldúa, sin fecha.Foto:Gentileza CVAA |
Muchos
de ellos querían traer a Buenos Aires la libertad que habían encontrado
en París, esa gran fiesta retratada por Hemingway. Especialmente en
aquellos talleres donde las clases se basaban en la observación directa
de un modelo, y el maestro se presentaba sólo dos o tres veces por
semana. Pero también en esos viajes de verano a las ciudades cercanas de
Cagnes y Sanary-sur-Mer que les permitieron integrar a las obras los
efectos de la luz natural sobre el paisaje. En su novela Adán Buenosayres,
Leopoldo Marechal recreó esos días en que las jornadas de pintura al
aire libre se alternaban con baños en el mar, paseos en bicicleta,
bailes de disfraces, sopas de pesacado y siestas bajo los pinos.
Ese
clima idílico, que según Butler mantenía al grupo en "un estado de
exaltación permanente", no duraría demasiado. "El final de la década
deja en el recuerdo la euforia de los años 20 -recuerda Babino- y la
crisis del 29 plantea un nuevo escenario. Montparnasse cambia de cara,
las academias quedan desiertas a causa del éxodo de alumnos extranjeros y
el bullicio de una época de bohemia es ahora sólo un recuerdo
epistolar."
El regreso a la Argentina tampoco sería fácil. Así lo
adelantaba Butler en una carta a Basaldúa, en 1928, mientras organizaba
una muestra de algunos miembros del grupo en la Asociación Amigos del
Arte. "La confusión del público lleva a no poder diferenciar las
propuestas estéticas, ni de los movimientos, ni de los artistas -se
lamentaba el artista-. Todo es igual: cubismo, Marinetti, Pettoruti,
Picasso, Cézanne y Silvina Ocampo."
Ese mismo año vuelve
Spilimbergo, y con el cambio de década los demás, en forma sucesiva. Uno
de los importantes aportes de estos artistas al contexto local fue la
renovación de los métodos de enseñanza: aquí impulsaron talleres libres
como los que habían encontrado en París, una práctica hasta entonces
desconocida en Buenos Aires.
"En el caso de Berni, su retorno al
país supone un punto de inflexión en el desarrollo de nuestro arte",
señala Babino. De todos los artistas del grupo, según ella, el rosarino
es "quien integra de manera más directa al contexto político y social de
la Argentina del momento la experiencia de los nuevos realismos
incorporados de Europa".
Una década más tarde, Berni y Spilimbergo
serían convocados por el mexicano David Alfaro Siqueiros para realizar
el célebre mural Ejercicio plástico en la quinta Los Granados, de Natalio Botana. Pero ése es el comienzo de otra larga historia.
Fuente: lanacion.com