LA REBELDE DE LOS ANCHORENA



La rebelde de los Anchorena

Por LAURA RAMOS

Los niños llegaron al Plaza Hotel envueltos en pañoletas ajenas, sin medias, con zapatos desparejos y el pelo húmedo, pero los porteros de librea que los transportaron en brazos desde el taxímetro hasta el hall con artesonados de oro no los confundieron con los damnificados por catástrofes que a veces salían en los diarios. Al reconocer a su vecinita, el barman jamaiquino le dijo: “¡Vea, niñita, lo que les ha pasado!”. En la chacra de Merlo, cuando comenzó la inundación, la nodriza, una niñera y la sobrina del ama de llaves los habían cubierto con frazadas, iluminados por el farol que sostenía un peón. El agua subió un metro adentro de la casa, y a la de Buenos Aires no podían ir porque estaba en refacción.
Las memorias de María Rosa Oliver, para quien San Martín era el “tío Pepe, un ordinario que hablaba como gallego”, descendiente de los Escalada que comían en vajilla de oro y de Petrona Salcedo, sobrina del Virrey Vértiz, escriben una historia doméstica de la oligarquía argentina de comienzos del siglo XX. La descripción de las tres mesas tendidas en las Navidades en su chacra es una anatomía de las clases sociales: la mesa de la familia, cubierta con un mantel de hilo adamascado para catorce personas; la mesa con mantel a cuadros del comedor de los niños donde se sentaban la nurse, la fräulein y el ama de llaves y la mesa ruidosa de gritos, discusiones y risotadas de los peones y el resto del personal. En la mesa principal se comía pavo relleno de castañas o de marrón glasé, paté de perdiz y ostras, panes dulces italianos y unos alemanes, recortados en forma de corazón, de miel y jengibre.
La chacra de setenta hectáreas, cuya función era abastecer de comida a la familia, tenía árboles frutales, palomar, huerta de verdura, caballeriza, tambo, gallinero, invernáculo, un galpón que almacenaba grano y servía de vivienda de los peones. La familia llegaba en tren con niñera, lavandera, planchadora, cocinera, el pinche de cocina, un ama de llaves irlandesa, dos mucamas, un mucamo, la fräulein y la nodriza escocesa y protestante que hacía proselitismo entre los empleados regalándoles ejemplares del Viejo Testamento. Lizzie Caldwell y Lolo, otra de las niñeras, protagonizan, cada una, sendos capítulos de las memorias. Porque la saga de Mundo, mi casa opera como un tratado sobre el incesto y la inmovilidad social en las clases altas argentinas. Lolo descendía de un hijo ilegítimo del tatarabuelo Escalada y de “una negrita que servía en la casa”.
La otra mitad de la chacra era un parque europeo trazado en torno de un lago y rodeado de bosques de acacias, eucaliptos y paraísos donde jugaban los niños cuando no acompañaban a su padre a fumigar hormigas, a quemar nidos de avispas o a buscar escondites de comadrejas. Por la noche eran treinta para cenar cuando llegaban sus tíos tarambanas, unos despilfarradores que jugaban a la taba por 10.000 pesos la tirada o a los naipes con el comisario. Sin inocencia, con intencionalidad política, Oliver cuenta que uno de esos tíos, en una noche de hastío en una de las estancias familiares, hizo prender fuego a la casa pública del pueblo para ver a las pupilas salir desnudas y despavoridas. Ese mismo tío, que se levantaba a las cuatro de la tarde y mandaba buscar el almuerzo al Plaza, llegó a la chacra cierta noche a bordo de un automóvil eléctrico recién traído de Francia. El tío José Antonio la llevó una vez a la Exposición Rural, donde se encontró con un amigo que al verla comentó: “Qué distinta de la madre; es muy morochita”. El tío se rió, pero luego le dijo a ella: “Viste el degenerado ese, te llamó negra”.
En el año 1908 toda la familia hizo un viaje a Europa a bordo del transatlántico Mafalda. Viajaron doce personas en total, incluyendo al ama de leche que amamantaría al bebé de veintiún días que dejó a su bebé propio en Buenos Aires. María Rosa, de diez, se hizo amiga de una chica rubia, hija de un conde italiano, a la cual su padre y su institutriz le ocultaban que la gente muere (Rosita tenía prohibido revelarle la verdad). En París, a la comitiva se agregaron su Renault de siete asientos y un Mercedes, un chofer prusiano y otro criollo, una masajista sueca y dos parientes pobres a las que llamaban “las Clotas”, que desde París compraban los vestidos de Lanvin que las mujeres de la familia encargaban a Europa. En Madrid se alojaron en el mismo hotel que el Rey de España, en Venecia en el Danielis y en París en el Majestic, donde Mademoiselle Mourolin le daba lecciones de francés y de acuarela. El viaje duró dos años.
Unos años después la joven Oliver se convirtió en fundadora de la revista Sur y comunista, una especie de “rebelde de los Anchorena” amiga del Che Guevara que visitó a Mao Tse Tung en China. ( Nota: mi padre, lector devoto de estas memorias, polemiza desde los márgenes con la autora, discute datos, ironiza, dibuja signos de admiración. Cuando ella enumera sus lecturas anglófilas él le dispara: “¿Y no leía a Castelnuovo o a Arlt?” con la letra preciosa, elegante, nerviosa y marxista de su Parker azul.)

Fuente: clarin.com

BUSCAN QUE LA PC
SE PUEDA MANEJAR SÓLO CON GESTOS



Los desarrolladores podrán llevar la tecnología del control de la Xbox a Windows.

MAGICO. KINECT, PERMITE JUGAR EN LA XBOX SIN USAR COMANDOS FISICOS.

Por La Vanguardia. Especial

Microsoft anunció la publicación del código SDK de su dispositivo Kinect, el popular mando de su consola Xbox. Así, los desarrolladores de cualquier parte del globo podrán acceder al código y las herramientas facilitadas por la compañía para trabajar en contenidos para el sensor de Xbox 360. El SDK estará disponible en unos meses y su descarga será gratuita.
Los materiales que está preparando Microsoft podrán ejecutarse en entornos Windows y, entre otros objetivos, tienen como finalidad el desarrollo de futuras aplicaciones para este sistema operativo. Esas aplicaciones, en la línea de lo que ya permite Kinect, favorecerían el control de computadoras mediante gestos y voz.
Los usuarios de Kinect ya habían mostraron su interés en las posibilidades del dispositivo. Desde su salida, en noviembre del año pasado, muchos desarrolladores, investigadores y centros de estudios han experimentado con Kinect. Y ya hay aplicaciones desarrolladas, desde la creación de sistemas de realidad virtual hasta la conexión del dispositivo con otras plataformas como la Wii.
Microsoft desde el comienzo apoyó la investigación independiente de su periférico. Incluso cuando un usuario consiguió acceder al sistema del dispositivo, Microsoft no se pronunció en contra. Ahora la compañía va un paso más allá y decide publicar los códigos SDK y las herramientas necesarias para trabajar con Kinect en entornos Windows.
En un comunicado en su blog oficial, la compañía confirmó la publicación del SDK y explicó que ve con buenos ojos los movimientos en torno al dispositivo. “La comunidad que ha florecido desde el lanzamiento de Kinect muestra la amplitud de la invención. La profundidad de la imaginación es posible cuando las personas tienen acceso a la tecnología innovadora”.
Microsoft considera que la publicación del código “dará a los investigadores académicos y a los entusiastas las piezas clave del sistema Kinect”.
Con el código los desarrolladores tendrán acceso a “la tecnología de audio, el sistema de interfaz de programación de aplicaciones y el control directo del sensor de Kinect”. La compañía de Redmond aseguró en su comunicado que su intención es “encender la creatividad de un ecosistema ya vibrante”.
Microsoft considera que “las posibilidades de Kinect son infinitas” y que el paso que están dando ayuda a “revolucionar la forma en que las personas interactúan con la tecnología.

Claves

La consola de juegos Xbox se puede usar desde noviembre con un comando denominado Kinect, que le permite al jugador enviarle órdenes a la consola sin usar ningún comando.
Para lograrlo Kinect detecta los movimientos del jugador con un sistema de cámaras y sensores.
Ahora, los secretos de la tecnología de Kinect se harán públicas y cualquier desarrollador podrá idear comandos que permitan manejar una computadora con Windows sólo con la voz o con gestos.

Fuente: clarin.com


UN ARGENTINO EN EL REINA SOFÍA



Muestra de arte contemporáneo

Roberto Jacoby expone El deseo se hace derrumbe hasta fines de mayo

Adrián Sack
Para LA NACIÓN

MADRID.- El sociólogo porteño Roberto Jacoby no se considera artista, pero vive del arte e inauguró ayer una exposición retrospectiva de gran escala, que ocupa tres salas del Museo Nacional Reina Sofía, que podrá verse hasta el 30 de mayo. "Este es mi debut en calidad de autor principal de una muestra de estas características. Empecé acá, porque en la Argentina nunca tuve la posibilidad concreta ni los medios para hacerla", comentó a La Nacion luego de inaugurar la exposición El deseo nace del derrumbe .
A Jacoby le cuesta definirse a sí mismo. Para Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, "es una de las figuras indisociables de la historia del arte contemporáneo argentino".
Y es que, además de ser un artista consagrado, Jacoby tuvo un pasado revolucionario (no por nada, eligió la imagen del Che Guevara que hoy impacta en la fachada) y musical. El ha sido "a veces el mejorador y a veces el autor" de la gran mayoría de las letras del grupo Virus. El resultado de aquellas experiencias es claramente apreciable en el Espacio Uno de la exposición, que está ambientada en una suerte de locación intermedia entre un living, un dormitorio y un atelier, donde se puede ver y escuchar a una banda que recrea temas de Virus. En una sala contigua, se exhiben 28 reproducciones de documentos y objetos que testimonian la evolución de las experiencias artísticas generadas por el Instituto Di Tella; el nombre de la sección ( 1968, el culo te abrocho ) debe ser explicado a los españoles que desconocen las rimas chuscas de los chascarrillos infantiles de Buenos Aires.
En la segunda zona, prevalece el trabajo en video: se pueden ver dos de las piezas más famosas del artista, Darkroom , de 2002 y La castidad , de 2007, donde Jacoby, luego de convivir con un colega, intenta exaltar la virtud de la virginidad y la abstinencia sexual "en tiempos en que ser casto es mucho menos tolerado a nivel social que ser un degenerado", dice el autor.
El tramo final de la muestra, curada por la argentina Ana Longoni, apela al uso de la tecnología y del material de archivo para rescatar las huellas de las experiencias artísticas de la vanguardia argentina, a través de la evocación de los happenings porteños y del arte en acción.
A pesar de mostrarse satisfecho por la buena recepción que tuvo su material en España, Jacoby reconoce que no podría llevar nunca esta exposición a la Argentina, porque cree que no hubiese tenido la misma repercusión. No obstante, admite que se siente muy a gusto con el momento que le toca vivir a su país. "Nunca viví con tanta libertad. Ni yo ni los medios de comunicación. Hoy, los periodistas pueden decir lo que quieren y usan esa libertad para hablar en contra de Cristina Kirchner y su marido", dijo.


MARIO VARGAS LLOSA
ABRIRÁ LA FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES



MARIO VARGAS LLOSA

El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa encabezará por primera vez la inauguración cultural de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará entre 20 de abril al 9 de mayo de 2011, anunciaron sus organizadores.
El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa encabezará por primera vez la inauguración cultural de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará entre 20 de abril al 9 de mayo de 2011, anunciaron sus organizadores.
El escritor peruano brindará una charla magistral en la feria, cuya 37 edición se desarrollará bajo el lema "Una ciudad abierta al mundo de los libros", que contará con la participación de 14.000 expositores sobre un predio de 47.000 metros cuadrados.
En esta oportunidad, la feria tendrá por primera vez dos aperturas, la oficial el 20 de abril, con presencia de autoridades capitalinas y federales, y al día siguiente, una apertura cultural con la presentación del Nobel.
Vargas Llosa llega a Argentina, país al que criticó duramente, en particular a su sistema político y al peronismo, la mayor fuerza política desde mediados del siglo XX y al que pertenece la presidenta Cristina Kirchner.
"Mientras Argentina no deje atrás esa experiencia fundamentalmente populista y un sistema prácticamente monopólico del poder, Argentina no va a despegar ni recuperar lo que fue", dijo el 3 de noviembre pasado en Madrid, a días de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, esposo de la mandataria y peronista.
Argentina "era un país desarrollado, próspero", y "se ha ido subdesarrollando por razones puramente políticas", por "la incompetencia de sus políticos, por las malas políticas las que han ido empobreciendo a un país que era un ejemplo para toda América latina".
"Para mí eso tiene un nombre, que es el peronismo, y sin embargo el peronismo sigue siendo enormemente popular en Argentina", agregó.
Entre los autores extranjeros en la Feria del Libro, se prevé también la presencia de los españoles Rosa Montero, Juan José Millás y Antonio Muñoz Molina, Wilbur Smith (Zambia), Kazuo Ishiguro (Japón) y Margo Glantz (México).

AFP - Agence France-Presse


ABANDONO DEL PATRIMONIO EDILICIO



Espacio público desprotegido / Deterioro de lugares históricos
El Palais de Glace y la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación, en Recoleta, son un claro ejemplo


Grafitis por doquier en el Palais de Glace, sobre la Avenida del Libertador. / Foto Pilar Bustelo

Pablo Tomino
LA NACIÓN

Varios edificios de valor histórico de la ciudad, emblemáticos por su importancia arquitectónica, cultural y social, y que están al cuidado del gobierno nacional, muestran hoy un deterioro que es motivo de numerosas quejas. En la lista se apuntan desde el mismísimo Cabildo, desdibujado en su fachada con viejos grafitis, hasta el tradicional Palais de Glace, entre otros sitios desmejorados, como El Palacio de las Aguas, en Córdoba y Riobamba, y hasta la Secretaría de Cultura de la Nación, en la avenida Alvear 1690.
Por caso, el Palais de Glace, un histórico centro de exposiciones enclavado en el corazón de la Recoleta, tiene hoy un visible abandono. Y quedó en evidencia, más aún, en una zona en la que en los últimos dos años mejoró sensiblemente con la remodelación de la plaza Francia, donde se construyeron veredas y se sembró césped.
Paredes descascaradas, pintadas con grafitis y visibles parches de revoques de cemento, en tres caras de la estructura son los signos del abandono que muestra el Palais de Glace, que sólo conserva una aceptable imagen en su fachada, sobre la calle Posadas.

Las huellas de las diferentes manifestaciones sobre el frente del Cabildo.

Este tradicional sitio fue inaugurado en 1910 para albergar una pista de hielo de 21 metros de diámetro, como parte de un club que reunía a las familias adineradas de la ciudad. Tiempo después fue convertido en un salón de baile por donde pasaron muchas de las grandes orquestas de tango de la década del 20.
En 1931 la Municipalidad de Buenos Aires le cedió el predio al Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, que lo convirtió en sede de la Dirección Nacional de Bellas Artes. En 2004 un decreto del Poder Ejecutivo Nacional declaró a este edificio monumento histórico nacional, pero su cuidado es por lo menos cuestionable. Inclusive, cuando LA NACION recorrió en la periferia, tenía tres vidrios rotos.
Alberto Petrina, director nacional de Patrimonios y Museos, explicó: "Las mejoras que se adeudan en el Palais de Glace integran un proyecto integral de revalorización del edificio que la actual gestión inició en 2010 y que, por su complejidad y costos, se ha dividido en etapas. Hoy se está trabajando sobre la restauración del acceso sobre Del Libertador que se terminará el 10 de marzo. Y luego se continuarán con las obras previstas".
En la zona de la Recoleta, emblemáticos edificios bajo tutela del gobierno nacional están en la mira de los vecinos. El mismo edificio de la Secretaría de Cultura de la Nación, sobre la avenida Alvear, se advierte deslucido y desmejorado en su exterior.
En ese sentido, Petrina reconoció la situación, y dijo: "El interior del edificio se mantiene razonablemente; como los fondos destinados a la restauración y cuidado de los edificios de valor patrimonial no son ilimitados, hemos preferido reasignar partidas a otros monumentos históricos nacionales que cumplen funciones museológicas, como la casa natal del presidente Sarmiento, en San Juan".

Una familia muy instalada sobre un costado del Museo Nacional de Bellas Artes.

El Museo de Bellas Artes, en la Recoleta, que sí fue remozado, es motivo de quejas vecinales porque unas nueve personas sin viviendas utilizan una de las paredes de este histórico sitio como morada de día y de noche. Quien debe asistir a las personas en situación de calle es el Ministerio de Desarrollo Social porteño.

La historia, desdibujada

El Cabildo es otro punto histórico que sufre las secuelas de las manifestaciones en la Plaza de Mayo. Grafitis y pintadas perduran allí en el tiempo, y lo curioso es que este lugar, visitado cada día por miles de turistas locales y extranjeros, no tiene una custodia para evitar que sea desmejorado. "El año pasado, tras recibir nuevos grafitis contrarios al jefe de gobierno de la ciudad [Mauricio Macri], los muros fueros deteriorados por parte de personal inexperto de la administración porteña. Al intentar borrarlos apresuradamente, al utilizar espátulas e hidrolavadoras hasta dejaron expuestos los ladrillos. Hoy estamos aplicando nuevas acciones de recuperación y la factura será dirigida a los responsables de la mala praxis", dijo Petrina.
Esta situación se repite en la Plaza de Mayo, escenario de manifestaciones que desde hace tres años tiene un campamento de soldados que lucharon en la guerra de Malvinas y no fueron reconocidos como ex combatientes. "Que esto ocurra acá, en el lugar más visitado de la ciudad, es una locura. En este campamento viven personas, con perros y hasta tienen una heladera; sacan energía de la calle para hacer funcionar los artefactos eléctricos", dijo Emanuel González, empleado en un organismo público y que también señaló la gran cantidad de grafitis pintados en el Cabildo. "Acá nadie cuida nada, así somos los argentinos", agregó.
En tanto, el pintoresco edificio de El Palacio de las Aguas, en la manzana delimitada por Córdoba, Riobamba, Viamonte y Ayacucho, se cercaron unas escalinatas que, según vecinos, afean el lugar.
Esto ocurrió hace más de un mes, cuando en las escalinatas que dan sobre la avenida Córdoba murió un adolescente de 15 años y fue enrejado por prevención. En AySA indicaron a LA NACIÓN que todo el edificio está en perfecto estado de cuidado y que ese enrejado es provisorio, pues se está construyendo un cerramiento acorde al estilo arquitectónico del edificio para cercarlo de manera definitiva, y así evitar que los adolescentes lo utilicen como lugar de pasatiempo.

El edificio de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, en Avenida Alvear y Rodríguez Peña.


DEMOLIENDO BUENOS AIRES



La grúa de una obra en construcción cayó sobre edificios linderos en Báez al 600, Las Cañitas, el 12 de este mes.

Pablo Sirvén
LA NACION

La grúa de una obra en construcción cayó sobre edificios linderos en Báez al 600, Las Cañitas, el 12 de este mes. Foto Archivo
Los extremos sociales, ricos y pobres, parecen haberse complotado para llevarle la contra a un conocido eslogan porteño ("construyendo Buenos Aires") al plasmar en la práctica una versión maximizada del clásico "Demoliendo hoteles", de Charly García, que sería "demoliendo Buenos Aires".
Avanzar por muchas calles porteñas equivale a mirar una dentadura infantil donde los dientes de leche se caen y en su lugar asoma una sonrisa pícara llena de agujeros. Percibir esas ausencias en medio de las hileras de construcciones, en cambio, se asemeja más a una mueca triste donde los espacios vacantes lloran melancolía por los edificios y casas de distintas épocas y procedencias estilísticas que ya no están.
En su eliminación, se llevan consigo para siempre fragmentos valiosos de la identidad de un barrio y sustraen referencias estéticas que conformaron buena parte de un paisaje visual, arquitectónico y cultural que impregnó nuestras vidas. La sensación es dual porque a la tristeza que provoca ver cómo desaparecen para siempre huellas de las generaciones que nos precedieron, se superpone la alegría de comprobar que la ciudad está viva y que la construcción, que tantas fuentes de trabajo demanda, atraviesa una nueva era de esplendor.
Pero todo crecimiento que no es racionalmente conducido, como un niño que es librado a sus propios instintos y caprichos, sin los cuidados de un mayor, se expone a más riesgos que felicidades.
Refiere Horacio Salas en su libro El Centenario (Planeta, Buenos Aires, 2009) que hace un siglo el historiador Enrique Ves y González vio con gran clarividencia lo que nos sucedería a los porteños de hoy en materia edilicia. "En el año 2010 -aseguraba- todo será completamente nuevo. Un habitante de la época actual apelaría en vano a sus recuerdos porque nada habría quedado en pie." Hasta aquí bastante acertado, pero se equivoca en las razones. "Esa demolición implacable -pretende adivinar- no tendrá el menor asomo de vandalismo. Habrán sido sencillamente exigencias imperiosas de las severas fórmulas de edificación."
Las noticias de los últimos tiempos relacionadas de una u otra manera con esa furia por demoler, que no encuentra límites, llegan hasta el exceso trágico: las habilitaciones irregulares, las inspecciones precarias y la vista gorda para que cada quien haga lo que le plazca con el acervo edilicio de la ciudad que ya produce víctimas y daños concretos, graves e irreversibles. Los muertos en el gimnasio de Villa Urquiza y en el boliche de la avenida Scalabrini Ortiz; la pluma que perdió sustento en Las Cañitas y cayó sobre edificios en los que provocó muy serios destrozos, pero milagrosamente ninguna víctima, y los tres balcones que se desprendieron de un edificio de Lanús Oeste son demasiadas evidencias de que algo no funciona bien. Es que la ansiedad codiciosa por lograr de cada metro cuadrado la máxima rentabilidad, en el menor tiempo posible, corre a mayor velocidad que la defensa del bien común.

Parte de los destrozos hechos por la grúa al caer.

No hay más que caminar un poco para ver cómo Buenos Aires se desprende aceleradamente de sus tradicionales ropajes para ponerse otros más convencionales y baratos, menos distinguidos, cuando no más feos. Viejas casonas, petit hoteles y casas chorizo son volteados aquí y allá, mientras otras tienen sus ventanas y puertas tapiadas con cemento y ladrillos para que ningún "okupa" anide dentro de ellas. Baldíos, empalizadas de lata con inscripciones que nos anuncian nuevos emprendimientos, camiones que van y vienen de tremendos pozos que hacen temblar o fisuran las edificaciones aledañas dan cuenta de un colosal movimiento de tierra que no es producto de ningún fenómeno natural, sino de la picota pertinaz del hombre que busca arrancar de cada solar la mayor ganancia.
Aunque hay varios organismos nacionales y de la ciudad creados para custodiar el patrimonio urbano, falta voluntad política para hacerlos funcionar a rajatabla, y pesan más los intereses económicos en juego. La Dirección de Interpretación Urbanística, que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano porteño, aprueba qué tipo de intervenciones pueden hacerse sobre el patrimonio, privado o público, que esté protegido. Es su responsabilidad crear las APH (áreas de protección históricas) y catalogar edificios, monumentos o plazas. Hay, incluso, una norma temporaria que impide tirar abajo edificaciones anteriores a 1941.
"Deberían realizar un relevamiento del patrimonio de toda la ciudad, pero no hay intención de hacerlo -apunta Santiago Pusso, vicepresidente de la ONG Basta de Demoler, conocida por sus activas acciones para preservar edificaciones significativas-. El Ministerio de Cultura ha sido prácticamente relegado de las decisiones por la actual gestión, que es complaciente con la destrucción. A nivel nacional, es la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos quien regula sobre el patrimonio protegido, pero se ha mostrado inactiva en casos de demoliciones de patrimonio desprotegido, y complaciente y falta de autoridad en casos de patrimonio protegido, por ejemplo el Palacio de Correos." En efecto, quienes hayan pasado cerca del edificio (rebautizado por el kirchnerismo como Centro Cultural del Bicentenario) verá con horror cómo ha sido arrasada buena parte de sus maravillosos interiores hasta convertirlo en una suerte de cáscara vacía donde sólo quedan en pie las paredes externas y poco más.
El paisaje urbano se resiente. La proliferación de comercios y cartelería en plantas bajas trastocan el ecosistema residencial y a cambio brindan un aspecto de mercado persa en el que todo se entremezcla. El desorden avanza por las veredas y las calles: los acampes estacionados en paseos públicos con grupos en protesta ya no llaman la atención; macizos mojones intentan preservar de atentados como el de la AMIA; a los árboles les arman alrededor aparatosos corralitos de cemento o de rejas y hasta las bicisendas defienden sus estrechos territorios de los autos con gruesos cordones amarillos.
No por casualidad, la World Monuments Fund incluyó al casco céntrico porteño entre los "sitios en riesgo 2010", un listado de cien sitios culturales mundiales en peligro.
Las depredaciones arquitectónicas se dan en los extremos sociales, mientras la clase media se lamenta en voz baja o mira para otro lado: donde fluye el dinero en cantidad, los proyectos faraónicos de châteaux (con discutibles detalles de ornamentación y columnas y portales artificiales de escenografía hollywoodense), edificios con amenities (comodidades de lujo extras) y hoteles boutiques (chiquitos, pero con onda) ambicionan las mejores ubicaciones, no importa lo que haya que desarmar para lograrlo.
Donde el dinero, en cambio, falta para cubrir las necesidades más vitales, el instinto capitalista se abre paso salvajemente para usurpar terrenos y hacer realidad el sueño de ser propietario, acicateado por la morosidad de las autoridades en regular el uso del espacio público. Algunos no lo hacen para conseguir su primer techo, sino que son pobres que pretenden rentas miserables de otros más pobres. La Presidenta llegó a ponderar un verdadero absurdo: el crecimiento hacia arriba de la villa 31, en edificios de varios pisos muy precariamente construidos, que un día podrían venirse abajo como castillos de naipes.
Así, en una punta y la otra del arco social, la depredación se da a la vista de todos, espasmódica y anárquica, sin pautas armónicas con sus respectivos entornos, naturalizando que los derechos más elementales en materia de preservación de la ciudad sean arrasados con impunidad.
La ausencia de un criterio regulado por el Estado suplantó el eclecticismo tradicional de Buenos Aires (la rica fusión articulada de estilos arquitectónicos de distintas procedencias, que plasmaba en ladrillos nuestros orígenes tan diversos de variadas inmigraciones) por una suerte de cocoliche cada vez más venido a menos. Se ensancha la brecha edilicia entre pobres y ricos también geográficamente: los barrios de categoría se agrupan en el norte de la ciudad; el Sur se empobrece por la miseria ostensible o asordinada.

Más destrozos provocados por la caída de la grúa.

En el siglo XIX, a "la gran aldea" no la caracterizaba la belleza. Décadas de enfrentamientos, guerras entre el interior y Buenos Aires y una ley de capitalización que tardó sangre, sudor y lágrimas en salir determinaron que la "Reina del Plata" se desperezara muy despaciosamente antes de decidirse a crecer con brío y con pretensiones de reflejarse en el espejo europeo.
Una serie de felices coincidencias -la gestión en la municipalidad de Torcuato de Alvear, inspirado en el modelo francés y con la ayuda inestimable del creativo paisajista Carlos Thays; las políticas de Estado continuadas en el período 1880-1930 y el continuo ir y venir a París, por placer o para encarar estudios o negocios por parte de la más alta aristocracia porteña- tuvieron efectos monumentales sobre la arquitectura de la principal ciudad-puerto del país, que hacia el Centenario ya se enorgullecía de sus colosales palacios públicos y privados (los edificios del Congreso y Tribunales, el Teatro Colón, el Correo Central, las residencias suntuosas de las familias patricias). Así, al original estilo colonial español se fueron sumando los aires del neoclasicismo europeo con entremezcladas brisas francesas, italianas e inglesas. Esa exuberancia arquitectónica que fue adquiriendo la ciudad sumó después el Art Nouveau, el Art Déco y el racionalismo, entre otras corrientes arquitectónicas.
Cuando se pasan las páginas de los dos enormes volúmenes de Bustillo/Un proyecto de arquitectura nacional (Fundación YPF, Buenos Aires, 2010), que concentran la frondosa y esencial obra arquitectónica que legó al país el arquitecto Alejandro Bustillo (1889-1982), se aprecian postales entrañables y fácilmente identificables por cualquier argentino como el complejo Casino y Hotel Provincial, de Mar del Plata; el Centro Cívico y el hotel Llao Llao, de Bariloche; la sede central del Banco Nación, frente a la Plaza de Mayo; el Museo de Bellas Artes y tantas más. Se nota en Bustillo una idea fuerza que trasciende a cada uno de esos edificios. "La obra -solía decir- habla al que sabe verla, ella se defenderá por sí misma."
Marta Levisman clasificó el abundante archivo de diez mil dibujos y mil fotos de este arquitecto-artista-filósofo que vivió lúcido hasta los 93 años y que, como algunos de sus pares, concebía su profesión como la manera más ostensible de configurar la idea de un país en sus construcciones, cáscaras maravillosas que, mientras nos contienen, nos proyectan como sociedad hacia el mundo y hacia nosotros mismos.
Buenos Aires es un cuerpo lastimado que expresa, con sus crecientes tajos y heridas, el abandono desaprensivo y el saqueo de sus joyas arquitectónicas a la que la sometemos. Urge recuperar el sentido de sus grandes constructores y urbanistas antes de que los demolidos seamos nosotros mismos.


Fuente texto: lanacion.com

PERO CÓMO... ¿NO ERA EN UN OVERO ROSAO?

Decía Estanislao del Campo en el principio de su poema En un overo rosao:

En un overo rosao,
Flete nuevo y parejito,
Cáia al bajo, al trotecito,
Y lindamente sentao,
Un paisano del Bragao,
De apelativo Laguna,
Mozo jinetazo,¡ahijuna!,
Como creo que no hay otro
Capaz de llevar un potro
A sofrenarlo en la luna.
¡Ah criollo!, si parecía
Pegao en el animal,
Que aunque era medio bagual
A la rienda obedecía,
De suerte que se creería
Ser no sólo arrocinao,
Sino también del recao
De alguna moza pueblera:
¡Ah Cristo¡ ¡quién lo tuviera!
¡Lindo el overo rosao!

Esta foto de la joven fotógrafa argentina Loli Gallardo, inevitablemente me remite a los versos de Estanislao del Campo. Loli ha captado a un paisano recorriendo montado un típico pueblo de la provincia de Buenos Aires durante los festejos por un Día de la Tradición. Hasta ahí, todo marcha dentro de los carriles habituales, esperados. Pero... ¿vio bien Usted al montado de este paisano? Sí, sí, efectivamente... ¡¡¡es un vacuno!!! Varias cosas me hacen gracia de esta foto: la cara de circunstancias y la seriedad del jinete, la confianza absoluta que transmite en la mansedumbre de su montado y el gesto, la actitud y hasta la mirada de caballo que muestra el novillo. Es más, a este novillo, de la raza de origen británico Hereford, le veo la actitud de un típico caballo criollo, de los que descendienden de aquellos primeros caballos traídos a América por los conquistadores españoles.
La cara del jinete parece preguntar "qué tiene ésto de raro". Convengamos que es absolutamente inusual ver a un paisano montado en un novillo manso "de andar" y ensillado tal como se lo hace con un caballo.
Recuerdo, hace muchísimos años, haber visto en el rotograbado que publicaba el diario La Prensa de Buenos Aires, haber visto fotos de un hombre que en Inglaterra saltaba vallas montando un toro ensillado tal como cualquier caballo adiestrado para equitación y salto: con montura inglesa, filete, etc. Era como el caso que documenta esta foto, muy pintoresco. Se veían fotos tomadas justo en el preciso momento de saltar determinadas vallas. Y creo también que los editores de La Prensa deben haber visto el caso de aquel jinete montado sobre su toro manso saltando vallas como si fuera un caballo como muy, muy raro y que justamente por éso, decidieron incluirlo en el rotograbado dominical del diario.
Del jinete aquí documentado se me ocurre pensar que además de una gran paciencia para domar y amansar al vacuno que monta y para "hacerlo" para andar, que debe tener un gran sentido del humor.
Y me pregunto qué hubiera escrito Estanislao del Campo de haberse cruzado con este paisano de ley paseándose tan orondamente montado en su "vacunadura". Me disculpo por el neologismo, pero creo que no corresponde decir "cabalgadura".
..............................................................................................P. L. B.

PARA VER LAS FOTOS DE LOLI GALLARDO, VISITAR:



APENAS 5.000 AÑOS DE ANTIGÜEDAD




Esta foto sin fecha suministrada por el Hochbaudepartment de Zurich muestra una puerta de 5.000 años que los arquéologos consideran una de las más antiguas halladas en Europa.

AP Foto/Hochbaudepartment Zurich, Handout

MOEBIUS, EN LA FUNDACIÓN CARTIER DE PARIS



El artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', posa en la Fundación Cartier de París, donde se puede ver la exposición sobre su obra hasta el próximo mes.

Reproducciones a gran tamaño de varios dibujos del artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', en la Fundación Cartier de París, donde se puede su obra expuesta hasta el próximo mes de marzo.

Una mujer contempla una obra del artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', en la Fundación Cartier de París, donde se puede ver su exposición hasta marzo de 2011.

Foto: Boris Horvat/AFP

LA FUERTE IMPRONTA ÁRABE




Unos turistas caminan por la Alhambra de Granada, un palacio y fortaleza en la que se instaló en el siglo XIII la dinastía árabe nazarí, dos siglos antes de la expulsión de los árabes, que habían llegado a la península Ibérica en el siglo VIII.

Foto: José Luis Roca/AF

EL MARROQUÍ FATMI EN LAS TULLERÍAS



La escultura 'Me gusta América', del artista marroquí Munir Fatmi (hecha con vallas para saltar a caballo), fotografiada en los jardines de las Tullerías, con el museo del Louvre de fondo, como parte del programa al aire libre de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC), que se hizo en París.

Foto: François Guillot/AFP

ANTICIPO/
SILVINA OCAMPO:
"LA PROMESA" (FRAGMENTO)



"No tengo vida propia, tengo sentimientos. Mis experiencias no tuvieron importancia ni a lo largo de mi vida ni aun al borde de la muerte, en cambio la vida de los otros se vuelve mía"

SILVINA OCAMPO RETRATADA POR PEPE FERNÁNDEZ.


Soy analfabeta. ¡Cómo podría publicar este texto! ¡Qué editorial lo recibiría! Creo que sería imposible, a menos que suceda un milagro. Creo en los milagros.
"Te quiero y prometo que seré buena", yo solía decirle para conmoverla en mi infancia y mucho tiempo después cuando le pedía algún favor, hasta que supe que era "abogada de lo imposible". Hay personas que no comprenden que uno hable a una santa como a cualquiera. Si hubieran conocido todas mis oraciones dirían que son blasfemias y que no soy devota de Santa Rita.
Las estatuas o las estatuitas representan habitualmente a esta santa con un libro de madera, misterioso, en la mano que apoya sobre su corazón. No olvidé el detalle de esta actitud cuando le hice la promesa, si me salvaba, de escribir este libro y de terminarlo para el día de mi próximo cumpleaños. Falta casi un año para esa fecha. Comencé a inquietarme. Pensé que costaría mucho sacrificio cumplir con mi promesa. Hacer este diccionario de recuerdos a veces vergonzosos, humillantes, significaría dar mi intimidad a cualquiera. (Tal vez esta inquietud resultó infundada.)
No tengo vida propia, tengo sentimientos. Mis experiencias no tuvieron importancia ni a lo largo de la vida ni aun al borde de la muerte, en cambio la vida de los otros se vuelve mía.
Copiar sus páginas a máquina, pues no dispongo de dinero para pagar las copias a una dactilógrafa, significaría hacer un trabajo ímprobo (no dispongo de amigas desinteresadas que sepan escribir a máquina). Presentar el manuscrito a editores, a cualquier editor del mundo, que tal vez me negaría la publicación del libro para tener ineludiblemente que pagarlo con la venta de objetos que aprecio o con algún trabajo subalterno, el único del que sería capaz, significaría sacrificar mi amor propio.
Qué lejos están los días felices en que comía con mis sobrinitos en Palermo, en las hamacas, en el tobogán los comisarios y los masticables de chocolate blanco; épocas aquellas en que me sentía desdichada, que ahora me parecen felices, en que mis sobrinitos se ensuciaban tanto las manos al jugar con tierra, que al volver a la casa de mi hermana en lugar de bañarme o de ir al cine tenía que limpiarles las uñas con jabón Carpincho como si hubieran estado en el Departamento Central de Policía después de dejar las fatídicas impresiones digitales.
Yo que siempre consideré que era inútil escribir un libro, me veo comprometida a hacerlo hoy para cumplir una promesa sagrada para mí.
Me embarqué rumbo a Ciudad del Cabo hace tres meses en el barco Anacreonte, para reunirme con la parte menos tediosa de mi familia: un cónsul y su mujer, primos que siempre me protegieron. Todo lo que se espera con demasiada ansiedad se cumple mal o no se cumple. Enferma, tuve que volverme en cuanto llegué, por culpa de un accidente que tuve en el viaje de ida. Caí al mar. Resbalé de la cubierta en el sitio donde están los botes de salvataje cuando me inclinaba sobre la baranda para alcanzar un broche que se me había caído y que pendía de mi bufanda. ¿Cómo? No lo sé. Nadie me vio caer. Tal vez tuve un desmayo. Me desperté en el agua atontada por el golpe. No me acordaba ni de mi nombre. El barco se alejaba imperturbablemente. Grité. Nadie me oyó. El barco me pareció más inmenso que el mar. Felizmente soy buena nadadora, aunque mi estilo sea bastante deficiente. Pasado el primer momento de frío y de terror me deslicé lentamente en el agua. El calor, el mediodía, la luz me acompañaban. Casi olvidé mi situación angustiosa porque amo los deportes y ensayé todos los estilos en mi natación. Simultáneamente pensé en los peligros que me depararía el agua: los tiburones, las serpientes de mar, las aguas vivas, las trombas marinas. Me tranquilicé con el vaivén de las olas. Nadé o hice la plancha ocho horas consecutivas, esperando que el barco volviera a buscarme. A veces me pregunto cómo pude alimentar esa esperanza. Tampoco lo sé. Al principio el miedo que sentía no me dejaba pensar, luego pensé desordenadamente: acudían a mi mente maestras, tallarines, films cinematográficos, precios, espectáculos teatrales, nombres de escritores, títulos de libros, edificios, jardines, un gato, un amor desdichado, una silla, una flor cuyo nombre no recordaba, un perfume, un dentífrico, etc. ¡Memoria, cuánto me hiciste sufrir! Sospeché que estaba por morir o muerta ya en la confusión de mi memoria. Luego advertí, al sentir un ardor agudo en mis ojos debido al agua salada, que estaba viva y lejos de la agonía puesto que los ahogados, es sabido, a punto de morir son dichosos y yo no lo era. Después de desvestirme o de haber sido desvestida por el mar, pues el mar desviste a las personas como si tuviese enamoradas manos, llegó un momento en que el sueño o el deseo de dormir se apoderó de mí. Para no dormirme, impuse un orden a mis pensamientos, una suerte de itinerario que ahora aconsejo seguir también a los presos, a los enfermos que no pueden moverse o a los desesperados que están por suicidarse.
Empecé mi itinerario de recuerdos con los nombres y la descripción minuciosa y a veces biográfica de las personas que en mi vida había conocido. Naturalmente que no acudían a mi memoria en un orden cronológico ni en un orden que respetara la jerarquía de mis afectos, acudían caprichosamente: los últimos eran los primeros y los primeros los últimos, como si mi pensamiento no pudiera obedecer los dictados de mi corazón. En mi memoria algunas personas aparecieron sin nombre, otras sin edad, otras sin fecha de presentación, otras sin la seguridad de que fueran personas y no fantasmas o inventos de mi imaginación. De algunas no recordaba los ojos, de otras las manos, de otras el pelo, la estatura, la voz. Como Shahrazad al rey Shahriar, en cierto modo conté cuentos a la muerte para que me perdonara la vida a mí y a mis imágenes, cuentos que parecía que no iban a terminar nunca. A menudo me da risa pensar ahora en ese ilusorio orden que yo me proponía y que me pareció tan severo en el momento de practicarlo. A veces me sorprendía la vívida presencia en mí de mi pensamiento formulado en una sola frase, era como una viñeta de esas que se intercalan al final del capítulo de un libro o que encabezan las páginas más importantes. Naturalmente que el orden se respeta de un modo diferente en la mente sola que en el papel cuando está escrito. Dentro de lo posible trataré de reconstruir en estas páginas el orden o desorden aquel que construí con tanta dificultad en mi mente, a partir del momento en que hallé en las aguas, como a través de un vidrio, una tortuga de mar parecida al sastre Aldo Bindo, que me hizo recordar por una caprichosa asociación de ideas a Marina Dongui (detrás del vidrio de una frutería), que, como él, tenía un lunar en la mejilla izquierda. Comencé a enumerar y a describir personas:

Marina Dongui

Marina Dongui, la vendedora de fruta, es la primera persona que se me presentó involuntariamente en el recuerdo. Rubia, blanca y nerviosa, se asomaba a la puerta de la frutería cuando yo pasaba con mi hermano, para guiñarle un ojo. Sus pechos parecidos a algunas frutas rebosaban de su escote y mi hermano se detenía para mirarla a ella: pero qué digo, no a ella, sino a sus pechos y no a las naranjas de ombligo, que costaban muy caras.
-Señorita Marina, ¿cuánto valen las naranjas? -decía mi hermano.
-Aquí está el precio -señalaba la etiqueta con su mano regordeta y tomando una naranja la mostraba acariciándola, con una sonrisa indecente para provocar sin duda a mi hermano, que es bárbaro.
Debajo de la falda azul se adivinaba la marca en los muslos de la faja que la ceñía demasiado. Las piernas sin medias tenían una piel muy lisa y blanca, roja como un damasco pecoso al acercarse a los zapatos, que eran siempre negros y con tacos finos como alfileres.
-Señorita Marina, deme media docena de naranjas.
-¿Por qué naranjas, si es la fruta que menos nos gusta? -protestaba yo, sintiendo el aguijón de los celos que me provocaba la infeliz de Marina.
La humillación de los celos es no poder elegir el objeto que los inspira.
Mi hermano Mingo se acercaba al mostrador sin escucharme y ahí, ostentando en su frente una vena que se marcaba sólo por la emoción, la arrinconaba contra los cajones; cuando ella sacaba la cuenta sobre el papel en que después envolvía las naranjas, él aprovechaba para tocarla. Era una relación de frutas, símbolo tal vez del sexo. Pero yo me salgo del tema que me he propuesto: describir personas y no situaciones ni relaciones.
La cara de mi hermano se me ha perdido; ni el color de sus ojos rayados como los bolones de vidrio azul y verdes se presenta a mi memoria.
Amar demasiado ciega el recuerdo, a veces.
¿Pero a quién amaba?

Aldo Bindo

Aldo Bindo era bajo, corpulento y blanco. Todos los domingos se dedicaba a la equitación. Sus anteojos brillaban en su cara como en un escaparate; tenía un mechón de pelo rizado y rubio y un mechón de pelo lacio y blanco en su cabeza alargada. No tenía edad. Con el centímetro puesto como una condecoración sobre los hombros, acudía corriendo de los fondos de la sastrería cuando le avisaban que yo lo esperaba. En el espejo, con el tailleur que yo ya tenía puesto, me miraba llena de alfileres, arrodillado a mis pies. Muchas veces volvía a tomar mis medidas como si no las conociera. Con un lápiz que era ya casi una uña anotaba las medidas en un papel madera que encontraba siempre en alguna silla. Cuando tomaba las medidas en mi pecho, con satisfacción tocaba ciertas protuberancias de la solapa sabiamente colocadas de un modo indecente, pero cuyos pormenores pertenecían a su profesión; cuando medía mis caderas, con cierta impaciencia hacía girar el centímetro para dejarlo caer con desencantado ademán, soltando una de las puntas que abarajaba con la otra mano para ponérselo de nuevo alrededor del cuello. Su mujer, junto al espejo, con una cara blanca y blanda como una informe miga de pan, le alcanzaba los alfileres y la tiza; a veces descosía una costura con enormes tijeras para que él con maestría tomara, como un cocinero una masa, el género descosido en sus manos y le aplicara alfileres para modificar un pliegue sin mejorarlo. Fruncía el entrecejo y, cuando estaba resfriado, el ruido de sus estornudos era contagioso hasta por teléfono. Sus manos parecían preferir la colocación de las mangas, todo lo que rodeaba el pecho de las clientas que no eran demasiado viejas, las solapas, los botones de la parte delantera del abrigo. Soplaba. Resoplaba. El ruedo, por el contrario, lo hacía sufrir. No bastaba que le aplicara unas rayas con tiza para que se sintiera libre de responsabilidad, medía con el centímetro los bordes hasta el suelo. Los zapatos que calzaba crujían siempre. Nunca pensé que tuviera pies con uñas o con dedos metidos adentro de esos impenetrables zapatos. Un día lo encontré en una playa y no lo reconocí de lejos, pero cuando le acomodó a su mujer la salida de baño en los hombros grité: "Ahí está Aldo Bindo", y corrí a saludarlo. Untada de aceite bronceador, su cara relucía con alegría, ¿pero el centímetro? ¿Cómo podía estar sin el centímetro? Unos minutos después vi que en la arena húmeda, con su dedo gordo del pie, mientras me hablaba, dibujaba un centímetro, hablándome con admiración de la señora de Cerunda.
En aquellos días yo me enamoré del mar como de una persona; llorando me arrodillaba para despedirme de él, para irme a Buenos Aires al concluir las vacaciones.



Otras obras

Viaje olvidado
(cuentos, 1937)

Antología de la literatura fantástica
(Con Bioy Casares y Jorge Luis Borges, 1940)

Los que aman, odian
(Novela, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, 1946)

Autobiografía de Irene
(Cuentos, 1948)

Los nombres
(1953, Premio Nacional de Poesía)

El pecado mortal
(Cuentos, 1966)

La naranja maravillosa
(cuentos infantiles, 1979)

Las repeticiones
(Cuentos de publicación póstuma, en 2006)


Fuente: adn/Cultura LA NACIÓN


UNA ESCRITORA CONTEMPORÁNEA





Editorial
Por Hugo Caligaris
hcaligaris@lanacion.com.ar


La obra de Silvina Ocampo fue durante mucho tiempo un enigma para críticos que no sabían dónde ubicarla, si en el anaquel de las rarezas literarias, en el de los caprichos, en el de las misceláneas o en el de los "secretos mejor guardados" de las letras argentinas. Siempre con un poco de desconcierto, se analizaron los ingredientes de sus textos: inocencia, crueldad, humor negro, nonsense, un estilo que fluctúa a veces en una misma frase entre la lírica y la prosa. Al principio, sólo un puñado de observadores inteligentes -Italo Calvino, entre ellos- eran capaces de ver el espectáculo completo. Hoy es más fácil: Silvina murió en 1994, hace ya bastante más de tres lustros, y ya no tiene sentido pensar en ella como en una rareza. Las 142 páginas de su novela La promesa -hasta ahora, inédita- convencerán a cualquier lector de que la autora es una escritora contemporánea: por su originalidad y su franqueza, por su naturalidad sin impostaciones y por la verdad de sus sentimientos. Este número incluye un buen aperitivo mientras se espera la publicación de esta obra maestra.


Fuente: adn/Cultura LA NACIÓN


SILVINA OCAMPO INÉDITA



A más de un cuarto de siglo de su muerte, se publica, por fin, La promesa, la conmovedora novela en la que la escritora trabajó durante años y donde se refleja nítidamente su propia vida.

SILVINA OCAMPO

Por Hugo Beccacece
Para LA NACION

En el mar tan amado por ella, quiso, odió y, convertida en profetisa, sembró la dicha y la desdicha. Los barcos fueron el escenario donde transcurrieron algunos de los momentos más importantes en la vida de Silvina Ocampo. En los lujosos transatlánticos de otras épocas, cruzó muchas veces el océano, de Europa a Buenos Aires, de Buenos Aires a Europa. Desde la cubierta contemplaba el mar, detrás de los anteojos negros de montura blanca, los típicos anteojos de las hermanas Ocampo, que le servían para protegerse del sol y para espiar a su esposo, el apuesto Adolfo Bioy Casares. Los salones de esos palacios flotantes fueron el escenario donde vivió historias de amor, reales e imaginarias, a menudo tortuosas. Sus ocasionales compañeras de travesía le pedían con temeridad que les leyera las manos, porque "todo Buenos Aires" sabía que ella era vidente. Y ella lo hacía, según la ocasión, maliciosa, sincera hasta la impiedad o embustera como una chica traviesa. En los oídos ávidos de sus compañeras de viaje dejaba caer palabras terribles o venturosas, con esa voz hecha de temblores y entrecortada, que subía y bajaba quebrada por espasmos, que a veces prolongaba las vocales en signo de asombro, de dolor o de fingida admiración: una voz y una elocución inimitables, en la vida y en la literatura, que todos quienes la conocieron han tratado de imitar alguna vez. De uno de esos viajes volvió a Buenos Aires con Marta, la hija de Adolfito con otra mujer, que pasó a ser la hija del matrimonio. El mar es el paisaje espléndido y desierto donde transcurre La promesa (Lumen), la novela inédita que Silvina terminó mientras luchaba contra la enfermedad que carcomía su lucidez y sus fuerzas.
La trama de La promesa es simple: una pasajera se cae de un barco al mar y le promete a santa Rita que, si la salva, escribirá un libro, a pesar de ser analfabeta. La pasajera es buena nadadora y se mantiene a flote nadando o haciendo la plancha. Para no desesperar y hundirse, hace una especie de diccionario de recuerdos, una serie de retratos de personas que ha conocido. En esa galería, los perfiles se encadenan hasta formar la narración que tenemos entre las manos. Hacia el final, el agua que entra, cada vez con más frecuencia, por la boca de la Scheherezade marina anuncia el final inminente mientras la memoria reitera, sin advertirlo, las mismas palabras y las mismas imágenes. El movimiento de la conciencia se atasca y adquiere la lógica siniestra de la agonía o de una demencia repetitiva. Como señala Ernesto Montequin, a cuyo cuidado estuvo la edición, en las últimas páginas la voz del personaje, en la ficción, y la voz de la autora, en la realidad, coinciden. Esas frases fueron algunas de las últimas que Silvina Ocampo escribió sobre el papel casi a modo de espejo. "Los espejos son las puertas por las que va y viene la Muerte" (Jean Cocteau).
Montequin dice que entre 1988 y 1989 la escritora corrigió y completó el texto en el que había trabajado con largas intermitencias durante veinticinco años. Sin saberlo -o más bien, con la intuición oscura pero implacable de quien presiente cuál ha de ser su destino- contaba la historia de la protagonista y, al hacerlo, no hacía sino narrar su propio naufragio.
Ella se consideraba fea, a pesar de la belleza de su cuerpo, que el baile había modelado. Se quejaba de su boca que, con los años, según sus propios ojos, se había vuelto obscena. Sus amigos José Bianco y Enrique Pezzoni, a la hora de hablar en privado de la "fealdad" de Silvina, decían que, por el contrario, era muy atrayente. Y lo decían porque ellos habían caído en distintas oportunidades bajo el influjo de esa especie de hechicera. Era cierto que Silvina podía ser atractiva de un modo irresistible, pero había tenido la mala suerte de nacer en una familia donde había mujeres de una hermosura más convencional, casi clásica, como la de su hermana Victoria Ocampo. Sin embargo, apenas uno la veía moverse y, sobre todo, cuando desplegaba sus juegos de seducción, en los que se mezclaban la gracia, el don de la réplica, el lirismo, las asociaciones delirantes y la atención aplicada con que escuchaba a su futura presa como si no hubiera nada más importante en el mundo que la persona que la enfrentaba, uno comprendía que debía de ser difícil escapar de esas redes si ella decidía echarlas al agua. Además era de una delicadeza extrema. Esa mujer debía de acariciar con una suavidad y una precisión inolvidables. Una muestra de La promesa : "El mar desviste a las personas como si tuviese enamoradas manos". A esas manos se refiere la poeta Alejandra Pizarnik en una carta a Silvina:
Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. [...] Yo adoro tu cara. Y tus piernas y surtout [sobre todo] tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.
El amor, el sexo y el tormento de los celos recorren toda la obra de Silvina Ocampo. Ella, que admiraba al Proust de La prisionera y de La fugitiva , tuvo a su lado a Adolfo Bioy Casares, estímulo inagotable para que el deseo surgiera acompañado por el miedo a la traición. Fue la persona que más quiso en su vida, pero él, que correspondía a su modo esa pasión, no podía prescindir de la conquista continua de otras mujeres. Ella no terminó nunca de acostumbrarse a esas infidelidades, las toleraba, pero temía que él la dejara, algo imposible, porque ¿dónde podía encontrar Adolfito una mujer que pudiera compararse con Silvina? Por cierto, ella también tenía otros amores, como señaló su esposo en una entrevista (ya muerta Silvina), cuidadoso de que su esposa no apareciera como una más de las tantas víctimas de los maridos tradicionales.
Hoy, que se ha publicado buena parte de los Diarios de Bioy Casares y que siguen apareciendo obras inéditas de Silvina, resulta imposible no leer los textos de esa pareja literaria sin pensar en las referencias biográficas. Por ejemplo, en La promesa , se encuentra este pasaje: "Leandro necesitaba que Irene amara a otro ser que no fuera él mismo para interesarse un poco en ella. Es tan abrumador ser amado con exclusividad".
En el libro, hay un diálogo entre Leandro y su amante, Irene, que revela del modo más directo cómo amaba Silvina:
-¿Qué preferís: que te quieran o querer? - interrumpió Leandro [...].
-Querer - respondía Irene
-Quereme, entonces.
Y querer, en esas condiciones, es sufrir.
La definición del amor que se encuentra en La promesa no puede ser más cruda: "¿Qué es enamorarse? Perder el asco, perder el miedo, perder todo".
Para Silvina Ocampo, el asco era una sensación que acechaba amenazante en todo lo que la rodeaba, desde el olor de las flores marchitas de los velorios hasta la nata de la leche, que le provocaba arcadas. Pero esa colección de ascos también la atraía: le causaba curiosidad ver cómo los demás se comportaban ante las cosas "asquerosas". Y es cierto que el sexo, cuando no se desea, puede ser una experiencia repugnante, pero aun así produce fascinación. Gabriela, la niña de La promesa , piensa a menudo en esa experiencia por la que no ha pasado: "Lo que más deseaba en el mundo de su curiosidad era ver a un hombre y a una mujer haciéndolo". Esa misma curiosidad despertó la precocidad sexual y amorosa de Silvina Ocampo. En una entrevista que le hice en 1987 en la Revista de este diario, ella contaba:
Cuando tenía veinte años me decía: "Ay, cuándo tendré cuarenta o cincuenta para no enamorarme más, para no desear más a nadie, para vivir tranquila, sin preocupaciones, sin celos, sin angustias, sin ansiedad". Llegué a los cuarenta, a los cincuenta, y seguía enamorándome y deseando a la gente hermosa. Es terrible. Y ahora el sexo me resulta tan interesante como cuando era chica y acababa de descubrir lo que era. A mí me importó siempre. Ahora también. ¿Cómo puede dejar de importar? Es una condena y un placer.
Por el amor, no sólo el de la pasión sexual, los personajes de Silvina Ocampo pueden ser crueles y rencorosos, como ella lo podía ser en la vida. El miedo de ser dejada por los seres que quería la llevaba a utilizar todo tipo de artimañas, a veces dañinas, para retenerlos. Quizá eso ocurría porque le costaba dejar de querer a quienes había amado. Dice en La promesa : "Lo peor es no dejar de querer del todo".
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo formaron durante mucho tiempo un trío literario que produjo la ejemplar Antología de la literatura fantástica . Pero Silvina nunca se sintió del todo cómoda en ese trío. Tenía una sensibilidad mucho más amplia y afinada que la de Borges y Bioy. A ellos sólo les interesaba la literatura; ella, en cambio, tampoco podía prescindir de la pintura ni de la música. La admiración declarada de Borges por el Réquiem alemán , de Brahms, no era sino una apropiación, no digerida, del gusto de Silvina por esa obra. Las Ocampo, o por lo menos tres de ellas (Victoria, Angélica y Silvina), tenían una pasión por Brahms, así como la tenían por Chopin.
Para Silvina Ocampo, había un solo modo de olvidarse de sus sospechas, de las "otras" que buscaban arrebatarle a Bioy, de los interludios amorosos con hombres y mujeres que la distraían del tormento de los celos: pintar y, sobre todo, escribir. En sus poemas, en sus relatos, ella era la que manejaba el destino de los personajes. Ella era la que les infligía la muerte, el ridículo o se asestaba a sí misma la puñalada de un recuerdo para después prodigar páginas de un humor invencible. Se convertía en la soberana de un reino cuyos habitantes tenían nombres improbables como Rodolfa, Cornelia, Cleóbula. En esa comarca imaginaria, todo era posible: la cursilería, la venganza, la impiedad, el impudor infantil o las enumeraciones caóticas en las que a una catedral y a un navío les sucedía la mención de los tallarines como una irrupción escandalosa.
Con todo, hasta en ese dominio, "su dominio", la reina sabía que estaba amenazada. La acosaba el temor de no llegar a terminar lo que estaba haciendo: un cuento, un poema, una fotografía no revelada, un retrato. "Siempre me pareció criminal dejar inconcluso algo que uno ha empezado", dijo alguna vez. Ése fue el temor que la llevó a terminar La promesa . En 1989, ya sabía que el olvido la asediaba y la llevaba a repetirse como a la narradora de su libro. El tiempo la castigaba con una traición inesperada: la de la memoria. Por eso conmueve leer el agradecimiento de esa mujer de La promesa que flota en el mar, ahogada por el agua de los recuerdos. "Gracias, Dios mío, por facilitarme la vida, por permitirme escribir hasta el último orgasmo y por haber escrito esta novela en tu honor." Dios debe de haberle abierto las puertas del Cielo de par en par ante ese homenaje estremecido.


Fuente: adn/Cultura LA NACIÓN

SOBRE LO BELLO Y LO TRISTE



Sin alejarse de su Chivilcoy natal, salvo para fotografiar a wichis y tobas, Daniel Muchiut ha retratado su aldea y ha pintado al mundo.

Sobre lo bello y lo triste

Por Marcos Zimmermann

Miguel Rodríguez, el extraordinario director de fotografía argentino nacido en Orán, responsable de las más exquisitas imágenes que se hayan realizado en nuestro cine, decía que los griegos habían construido la cultura más desarrollada con los medios más primitivos y, en cambio, los norteamericanos, la cultura más primitiva con los medios más desarrollados. Esta frase podría describir a muchas de las experiencias culturales que existen hoy en el interior de nuestro país que hablan de sus propias cosas solo a fuerza de la verdad que contienen sus mensajes. Este es el caso de Daniel Muchiut, un sorprendente fotógrafo nacido en Chivilcoy.
Desde esa ciudad y apartado de las posibilidades que puede brindar la capital de nuestra nación a un artista, Muchiut viene desarrollando una prolífica obra fotográfica para la cual casi nunca ha necesitado salir de su pueblo, ni renovar el austero equipo fotográfico con el que realiza desde hace años todo su trabajo. Allí, Muchiut ejercita sin descanso su pasión por retratar los aspectos menos vistosos de su pueblo, para convertirlos en piezas fundamentales a la hora de contar y entender algunos rasgos de nuestro país. Pero, además, lo singular de su trabajo es que, al mirar cualquiera de los más de veinte ensayos fotográficos que ha construido durante otros tantos años, uno se da cuenta de que, en realidad, más que relatar su propio lugar, sus fotografías hablan del mundo.
Es que las razones de esta universalidad de su obra son, por cierto, misteriosas. Quizás sea que no existe en ella nada de folclórico y mucho menos la exaltación de lo pampeano. Lo cierto es que sus ensayos podrían ser transportados a otras latitudes sin perder validez, sentido, ni sustancia, aunque al mismo tiempo, al mirar cada una de sus fotografías, uno tiene la certeza de estar frente a un trabajo profundamente argentino.
La clave está, me parece, en el ascetismo esencial que tiene Muchiut para enfrentar la realidad que lo toca y la manera directa que eligió siempre para contarla. Quizás sea su capacidad de mostrar con sencillez lo más profundo –algo de lo que solo son capaces los grandes artistas– aquello que acerca el trabajo de Muchiut a esa manera que tenían los griegos de construir su mundo, y que exaltaba la frase de Rodríguez.
Muchiut tiene un origen pobre. El mismo relata que vendió su bicicleta para comprar su primera cámara fotográfica. Que uno de sus abuelos llegó desde Italia después de la Primera Guerra. Que, el otro, se mudó a Chivilcoy desde Trenel (un diminuto pueblo de La Pampa) expulsado por una gran sequía, para vivir apenas bajo un toldo precario de chapas durante largo tiempo. Que su padre conoció a su madre en un sencillo baile del pueblo.

Sobre lo bello y lo triste.

Luego su adolescencia fluctúa entre el dibujo y la política. Esto lo lleva a dejar el secundario, que recién ahora está terminando casi junto con sus hijos. Más tarde, empieza a trabajar como fotocromista en una imprenta y, tiempo después, le llega la primera oportunidad de hacer fotografías por encargo de la misma imprenta.
En esa época realiza sus primeras fotografías de plantas. –Andaba por los alrededores de Chivilcoy y me gustaba fotografiarlas. Veía cosas en sus formas: monstruos, cuerpos de mujeres –dice Muchiut, confirmando una imaginación con la que luego, en 1999, fue capaz de realizar una larga serie de fotografías de girasoles agonizantes en homenaje a la guerra de Kosovo e inspirada en “La soledad de los cuervos” del japonés Masahisa Fukase.
Y un día, en una caminata, se topa con un horno de barro que fabrica ladrillos y lo comienza a fotografiar durante más de un año. El resultado: “Hombres de barro” (1989/1990/2001) su primer ensayo completo, compuesto por unas veinte fotografías en donde los cuerpos de los trabajadores se confunden con la tierra y la tierra con sus cuerpos en una especie de espejo doble de barro que refleja la verdadera cara de la marginalidad, pero que también hace alusión al material con el que, según una antiguo mito, fue construido el primer hombre... y el primer ensayo de Muchiut. “Pertenezco a la misma clase que mis fotografiados y esto me facilita el contacto. Siento que, tal como decía Eugene Smith, mis fotografías le podrían dar cierta voz a quienes no tienen voz”. De ese modo, Daniel ha construido sus ensayos como quien teje la trama del dolor.
Poco después, parte para el norte de la Argentina, para realizar las únicas imágenes realizadas fuera de Chivilcoy que existen en su obra. En el primer viaje, en 1992, fotografía algunas comunidades aborígenes wichis y tobas de paraje El Colchón y Techat, del Chaco. En el segundo y tercero, en el año 1996, retrata las comunidades de Misión Tacaglé y San Martín II de Formosa. En ambos trabajos se sintetizan, para Muchiut, su manera de protesta artística por los controvertidos festejos de los quinientos años del descubrimiento de América. Uno de estos trabajos termina con una serie de diez retratos tomados en primerísimo plano, absolutamente conmovedores, en donde diversos integrantes de la comunidad pilagá de San Martín II van transformándose en otros. La serie comienza con el rostro de un niño y termina con un abuelo. Relatan un crecimiento. Y, aunque se trata de diferentes personas, parecen el mismo personaje envejeciendo. Como si en un acto de chamanismo fotográfico, Muchiut lograra fundir una etnia entera en una sola sangre.


Sobre lo bello y lo triste.

Más tarde viene “La fábrica” (1993/1994) un trabajo sobre los fantasmas de una industria abandonada en Chivilcoy, hecho a fuerza de “no comprarme pantalones nuevos y sí papel fotográfico”, confiesa. Eran los tiempos del menemismo y junto con los cierres de fábricas a partir de las cuales quedaba mucha gente sin trabajo, Muchiut crea un ensayo simbólico y especialísimo: “Vida de perros” (1994/1995). Y, si parecía que después de Elliot Erwitt no podría haber nada nuevo en fotografía sobre estos animales, Muchiut demuestra lo contrario. Porque, a diferencia de los perros de Erwitt, los de Muchiut son perros trabajadores. Así, una jauría de animales cazadores de liebres, pertenecientes a la misma gente despedida de la fábrica que antes había fotografiado, constituyen este exquisito ensayo sobre el amor, la necesidad y la violencia, que transforma lomos, colas o las cabezas multiplicadas de estos animales en composiciones casi abstractas y metafóricas sobre el hambre que signaba aquella época en el interior de la Argentina. Descubrí que los perros hablaban tanto o más que las personas acerca de la violencia y de la desesperanza.
“Los hijos de la tierra” (1996), “El geriátrico” (1995/1996), “Cenizas” (1997) y “La mirada del adiós” (1998) y varios otros trabajos se hilan en un continuo productivo, sucesivo e irrefrenable, de aquellos años. Más tarde, su ensayo “La vida de Oscar”, realizado entre el 2000 y 2001, toma a un hombre que salió de la cárcel adonde había sido enviado por error, para vivir en un automóvil abandonado, en las afueras de Chivilcoy. El trabajo es un retrato de la pobreza extrema. En él, las bolsas de residuos se mezclan con el hombre hasta desdibujar sus límites. “A menudo me he preguntado cómo pude hablar tanto desde un lugar tan chico como Chivilcoy”, se pregunta de repente Muchiut. “Seguramente sea la necesidad”, reflexiona enseguida.
Cuando creía que casi todo estaba dicho surgen “Simplemente María” (1998/2001) y “El matador y María” (2001/2002) su primer trabajo en color. En el primero retrata a María que lucha por su hijo y en el segundo, a un trabajador de un matadero y una prostituta. “Esta es una historia que merecía ser contada –repite Muchiut, refiriéndose a la mujer doliente. Aunque, casi conjuntamente, me surgió la necesidad de hacer un trabajo sobre la sangre después de los hechos que terminaron dramáticamente con la caída de De la Rua –explica.
Este trabajo es, a mi juicio, el más fuerte que hizo Daniel Muchiut. Un matadero en el que se mezclan bestias y hombres retratados sin concesiones. Cuerpos de animales mutilados y sangre, sangre y más sangre. Conmovedor, violentísimo y, a la vez, extraordinariamente sensible. Los dos últimos trabajos de Muchiut se vuelven más introspectivos. En el primero, se introduce en el Instituto médico Dr. Roberto Vacarezza, una clínica que se había cerrado hace años en Alberti, un pueblo cercano a Chivilcoy, y cuyos muebles, objetos y enseres habían quedado congelados en el tiempo, en el mismo sitio en que estaban el día que se había cerrado el lugar. Allí habla sobre el pasado, sobre el recuerdo y elabora una reflexión del tiempo que siente que pasa, que fluye, que se va.
En “La casa”, expuesto en la Fotogalería del Teatro San Martín, Muchiut se vuelve conceptual, que retoma en “Pariente”, un trabajo que rescata la memoria familiar a través de unas fotos y cartas antiguas que encontró en una caja y que fotografía bajo el agua, casi como haciendo un parangón con un naufragio de algo que no sabe determinar, pero que lo llama desde un lugar recóndito e indeterminado.
Cuando finalmente le pregunto cómo ve el futuro de la fotografía argentina, Muchiut responde con cautela. “No quisiera cometer errores en mi lectura. Estoy lejos de Buenos Aires y sería fácil equivocarme. Pero creo que el tiempo va jugando a favor de los autores que admiré y en los que creí. Habría que esperar, de todos modos, para ver qué es lo verdadero y qué no. Los espejitos de colores que ofrece el mercado, tarde o temprano juegan en contra del autor. Lo verdadero, en un momento surge. Lo que no tiene sustento, en cambio, decanta solo…” Parto para Buenos Aires. La noche comienza y el mismo campo que vi pasar a la ida me parece ahora lleno de cosas. Más poblado de seres reales y sufrientes. Quizás sea el efecto que han dejado las fotografías de Muchiut. Un fotógrafo cuya materia de arte surge del interior mismo de la Argentina. Que necesita andar poco por el mundo para contar lo que sucede en todo el mundo. Un observador austero en los medios pero justo en la mirada, que consigue expresar la realidad cruda a través de fotografías sensibles.
Imágenes todas que transforman a este fotógrafo pobre en un artista riquísimo.


Fuente: clarin.com


¿LO HABRÁN HECHO A PROPÓSITO?



Inauguramos hoy esta sección "¿Lo habrán hecho a propósito?", donde publicaremos cosas que nos parecen que están mal hechas o resueltas de los espacios públicos, alrededor de los edificios patrimoniales, de los monumentos de la Ciudad de Buenos Aires y mil etcéteras más, productos de la torpeza, del descuido, del desconocimiento, de no observar con la debida atención, de los atropellos de la incultura y la falta de educación, del maltrato al patrimonio de todos hecho por vándalos y también por funcionarios a cargo de diferentes áreas con responsabilidad sobre cada tema.
La sección incluirá fotos mostrando lo que se critica, las correspondientes explicaciones de por qué se critica y la solución que proponemos para corregir el problema señalado.




FALTA DE RESPETO POR UNA OBRA DE ARTE

El lugar: la Plaza Rodríguez Peña (rodeada por la Avenida Callao y las calles Rodríguez Peña, Marcelo T. de Alvear y Paraguay). A esta linda fuente que está sobre la Avenida Callao al 900, justo a la izquierda de la avenida bajo las copas de los árboles a través del cual se puede ver el Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación de la Nación, la taparon con un puesto de venta de diarios y revistas y con un cartel publicitario de los típicos con el formato antiguo municipal. A nuestro criterio, insólito e inadmisible.
La fuente, por fuerza mayor, ya tiene dos rejas: una más baja alrededor y otra, la más alta, la del perímetro de la plaza. Ya son suficientes obstáculos entre los ojos del observador y la fuente. Como si eso fuera poco, hace un tiempo le pusieron los dos elementos señalados, tapando los principales puntos desde los cuales se la puede ver. Ésto parece hecho a propósito para tapar la fuente. La foto es más que elocuente.
La foto muestra cómo se ve la fuente si uno se para entre el puesto de diarios y ella. Ahora la ve sólo el diariero desde su puesto. Así se la debería ver desde los autos que pasan por Callao y desde la vereda de enfrente. La solución, es más que obvia: el puesto de venta de diarios debería ser corrido a la vereda del lado par de Callao, donde están los edificios y al cartel publicitario, habría que correrlo adonde no incomode para ver algo interesante, sea esta fuente o cualquier otra cosa digna de ser bien vista y disfrutada por todo el Mundo. Y quedaría solucionada esta falta de respeto por esta obra de arte.
..............................................................................................P. L. B.