Un rato antes de lo previsto, llego a la muestra de Juan
Stoppani: me decido a dar una vuelta. Es curioso: para mí, Puerto
Madero, un sitio que podría pensarse sin demasiada historia, está lleno
de recuerdos. Ahí está el mismo puente que crucé miles de veces, ese
que hoy lleva al Museo Fortabat, al Faena Arts Center, a los
restaurantes de esa especie de barrio impersonal. Conservo intacto el
recuerdo de cuando nos subíamos al puente giratorio. Había que saltar
justo en el instante en que empezaba a dar paso al barco. Cruzábamos
sobre el puente en movimiento, mientras giraba. Y había vértigo. Y
alegría. Ahora, ahí mismo, una barrera y un semáforo impiden semejante
proeza. Para mí, Puerto Madero sigue siendo el campo de deportes, el
test de Cooper al límite del desmayo, el colegio, lo que quedaba de
infancia. Y ese puente fantástico.
Camino junto al río hasta Juan Stoppani. De París a La Boca,
en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA. Extraña sensación: por
un instante, sigo arriba de ese puente. La sala está llena de grandes
mesas, flores, sillas: cuando llega, Stoppani, asombrado, le consulta al
guardia por qué están ahí. Hubo un almuerzo de la UCA y dejaron las
cosas; luego las sacarán. El artista se lo toma con increíble calma.
De
“la banda del Di Tella”, Stoppani hizo pie sin escala en París, donde
vivió entre 1968 y 2009. Hizo escenografías y vestuario para teatro, se
metió a trabajar a pleno con el grupo TSE, dio clases en la Escuela de
Artes Decorativas de París y en el Instituto de Moda, donde impulsó a
los alumnos, por ejemplo, a organizar desfiles con ropa hecha con
diarios, creó diseños de telas para Yves Saint Laurent y Emanuel Ungaro,
y hasta incursionó en la actuación. “Agradezco mucho el espíritu que
me dio el Di Tella: fue una experiencia única, una época que no se va a
dar de nuevo. Pero, hay que decir que no nos preparó para vivir del
arte: nadie que hacía algo allí pensaba que algún día había que vender.
Yo destruí toda mi obra. Los pianos los volví a hacer cuando me los
pidieron (en 2010, para Pop! La consagración de la primavera, en el Espacio de Arte - Fundación OSDE)”.
Antes
de partir a París, y de destruir sus obras, el joven Stoppani mostró
en el Di Tella “Todo lo que Juan Stoppani no se puede poner”,
instalación con foco en los colores. Una mujer vestida de blanco, con
un turbante azul de unos 200 metros que cubría el instituto, estaba
sentada junto a unas manzanas verdes que, imprevistamente, el público
empezó a comer.
PONCHO. Acrílico sobre tela, 140 x 140 cm.
Y cuando “El Baño” de Roberto Plate, en Experiencias del 68,
fue clausurado, el turbante terminó en la calle Florida junto a las
obras del resto de los artistas. “A los dos o tres días me citaron en la
comisaría, yo ya había contratado a un abogado por las dudas: sólo
estuve un día preso”, recuerda el artista. Y ese mismo año, en la
exposición Nuevo ensamble en el MNBA, presentó una
instalación con zapallos, tubo de neón y nube de tul celeste. “Se
llamaba –señala– ‘Para usted’: por el color, era perfecto”.
Stoppani
construye por planos de color, a veces por contraposición de
complementarios. Las superficies plateadas, doradas y los azules, verdes
y rojos saturados se vuelven alegría, risa, juego. Se despegan del
soporte hasta hacer vibrar la retina.
Cuenta Stoppani que las
imágenes para sus obras se le aparecen cuando cierra los ojos, a veces
son sus propios sueños, como esos inolvidables pianos: uno con plumas de
colores, otro forrado de terciopelo blanco y el tercero con papel
imitación mármol. “Los hice porque uno de los sueños de mi vida era ser
pianista”, dice. Y ahí nomás, para que no quedaran dudas, el arquitecto
Stoppani diseñó y construyó sus pianos pop, camp y kitsch, y los
mostró en el Di Tella.
Con economía de recursos, la suya es una
obra de base geométrica que condensa frescura sin ningún tipo de
pretensión. Y ahora, mientras recorremos su muestra, lo dirá: “Me
interesa la pintura por la pintura misma”. No busca Stoppani
racionalizar lo que hace ni se fija en eso de las Bellas Artes y las
artes menores: pasó del Di Tella al mundo de la moda y en sus pinturas y
objetos no se privó de meterse con elementos de la cultura popular
(como ese Homero que abre la muestra o los diseños ligados a la moda).
Algunas
pinturas recuerdan las baldosas de cerámica que diseñó para su casa
en La Boca; otras tienen motivos similares a los que hizo para las
telas. Stoppani juega, imagina, disfruta: ahí está ese ponchito pop, el
zapato deformado, orgánico, fragmentado y las figuras en chapa que el
artista define como juguetes y que condensan distintas expresiones.
HOMERO, 2010. Resina, 40 x 40 x 100 cm.
Tienen algo del cómic y, acaso, algo de esos muñecos que el artista
recuerda que le fascinaba ver en las jugueterías. “A veces les pongo
nombres, como si fueran personas que existieron”, dice Stoppani y
señala: “Godofredo, Jacinto, Luis Felipe (no es Yuyo, aclara),
Adalberto… A este le pusieron Maximiliano, pero se equivocaron, te voy a
presentar a Maximiliano, está más allá…”
Se exhibe la maqueta del telón que hizo para Le Frigo,
de Copi. Stoppani aún conserva en su casa aquel telón pintado a mano
de 14 metros por 6, que le regaló la familia del dramaturgo a su
muerte. Está también la serie de dibujos que hizo en Francia, los
proyectos en témpera para sus personajes, y un biombo, obra reversible
con múltiples bastidores, donde se cuela alguno de sus personajes.
A
un costado de la sala, están sus geniales astronautas que se
expusieron en Galería del Infinito en la última edición de arteBA. Con
estética vintage, son como juguetes antiguos. Cero ostentación y high
tech. La primera versión de los astronautas se expuso en 1964, en Buen viaje,
en una sala empapelada de color plateado y con hielo en el piso, en el
taller de la calle Pacheco de Melo que el artista compartía con
Alfredo Arias y Susana Salgado.
“Lo que hago me produce placer
–dice el artista–, eso me ha quedado de cuando empecé de chico a hacer
piezas en cerámica”. Con los colores sello Stoppani todavía en la
retina, me voy de la muestra. Afuera, espera el puente fantástico.
FICHA
Juan Stoppani
De París a La Boca
Lugar: UCA, Pabellón de Bellas Artes, Av. Alicia M. de Justo 1300.
Fecha: hasta el 30 de enero.
Horario: mar a dom, 11 a 19 .
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín