Eduardo Longoni vivió en el monasterio más rígido del país, siguiendo su rutina, y lo registró todo con su cámara.
Por Marina Oybin
No es fácil bucear en el mundo de la fe y, menos aún, convivir con los monjes cartujos, en Deán Funes, Córdoba.
Luz
y misterio. El secreto de los monjes , la muestra de Eduardo Longoni
que se presenta hasta mañana en el Pabellón de las Bellas Artes de la
UCA, se mete en las entrañas de ese enigmático universo. Son veinte
fotos en blanco y negro, de gran formato, todas sutiles, bellas, que
condensan el trabajo de cinco años en procesiones y festividades
religiosas por el país más su estadía de diez días, en 2010, con los
monjes cartujos, una estricta orden católica fundada por San Bruno en
1084.
Fue la primera vez que la cartuja de Deán Funes, el
monasterio más rígido del país, abrió sus puertas durante tanto tiempo a
un laico. Casi un milagro. Híper austera, la orden –unos 370 monjes en
el mundo– impone clausura y voto de silencio.
En el monasterio,
Longoni se avino a la implacable rutina de sus diez compañeros. En ese
silencio que perfora, vivió en una celda de clausura. Experimentó el
sueño fracturado: como los religiosos, se levantaba a las 7 para ir a
misa. Los horarios son inamovibles: a las 7 de la tarde hay que ir a
dormir, para despertarse a la medianoche y caminar juntos, en tinieblas,
hasta una antigua capilla iluminada con luz tenue que transforma todo
en una pintura misteriosa. Allí, en una ceremonia que, cuenta Longoni,
estremece hasta al menos creyente, había cantos gregorianos durante
horas.
Sus fotos develan un universo hecho a golpes de silencio
profundo, de elipsis, de símbolos. Como si se tratara de otro tiempo, en
las tomas de Longoni impera la luz barroca. En la extraña penumbra del
monasterio, asoman los monjes en fila, no se ven expresiones, ni
miradas, sólo sus típicas capuchas en punta.
De la serie de
fotografías que tomó en procesiones y festividades religiosas por el
país hay algunas inolvidables como un díptico del Vía Crucis en Tandil.
La primera imagen es un Cristo dolorido, la mano de un fiel acaricia la
sangre pintada en su pecho.
A Longoni le apasiona trabajar en
blanco y negro. “Creo que veo en blanco y negro”, señala. Sus fotos son
potentes, precisas. Es difícil enumerar exhaustivamente su biografía: su
vida es fotográfica. Uno recuerda sus imágenes de las primeras Madres
de Plaza de Mayo en plena dictadura, el hambre, las ollas populares de
1982, restos casi vivos en Malvinas como ese avión pucará derribado, el
juicio a las Juntas, el alzamiento carapintada, las impactantes y
riesgosas fotos en La Tablada, la Plaza de Mayo en 2001 y esos sitios
infinitos, llenos de nostalgia, que le quedaron grabados en el alma.
Su
cámara pasa desapercibida: no hay ningún gesto o mirada que denote que
ahí, en medio de procesiones, encuentros religiosos y festividades en
distintos sitios, o de la vida en la cartuja de Deán Funes, un fotógrafo
disparó su cámara día y noche. Es posible asomarse, espiar. Uno siente
que no invade. Como si guardaran el secreto más preciado de un
monasterio, sus fotografías tienen el extraño encanto de rozar el
misterio. Acercarse y coquetear con el enigma.
FICHA
Eduardo Longoni. Luz y misterio. El secreto de los monjes
Lugar: Pabellón de las Bellas Artes de la UCA,
Av. Alicia Moreau de Justo 1300
Fecha: hasta el 19 de agosto
Horario: mar a dom de 11 a 19
Entrada: gratis
Fuente: Revista Ñ Clarín
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