El espacio expositivo no es el único territorio común de Pepe Mateos y Tony Valdez. Comparten también el interés por la mirada.
Pepe
Mateos tiene la capacidad de meterse de lleno en los conflictos
sociales para señalar la herida y, en un solo movimiento, dejar ahí
expuesta la fractura social. Lo hace captando sutiles cruces de miradas,
gestos amasados por la furia o el dolor, sombras de la vida. Cada
imagen es fotoperiodismo puro, duro y poético. La mirada ida y el cuerpo
como coraza de ese hombre que parece salido de una pintura de Otto Dix,
en la estación de Glew, en medio de un paro de trenes. O esas dos
mujeres del comedor popular de la Villa 31 en una especie de “Sin pan y
sin trabajo” contemporáneo. Y qué decir de los pasajeros cruzando las
vías del ferrocarril, escapando, entre el humo denso: una foto potente
(en la que no se muestra el fuego) que fue tapa del diario.
A
Mateos le tocó cubrir muchos incendios en trenes y en villas. Sus fotos
son efectivas, precisas: ahí está ese hombre en primer plano abandonando
el asentamiento en llamas de Bajo Flores donde cientos de vecinos
quedaron sin casa. Lleva un toallón al cuello, carga un parlante y un
par de bolsas chicas de nylon: es todo lo que le quedó. Y esa foto
condensa toda una vida.
Las fotografías de Mateos son fragmentos
que reconstruyen la última década. Son imágenes que conmueven,
perturban, sublevan. Nunca anestesian. Tienen una potencia singular
porque son parte de nuestra historia compartida. Y a veces, cuenta
Mateos, por más que quiera, no puede olvidarlas.
Hay fotos que son
como escenas de películas. En muchas se evidencia el vértigo de la
cobertura y simultáneamente la precisión de la imagen que no necesita
epígrafe. Algunas devinieron testimonio y prueba irrefutable. Ahí está
una de las fotografías que capturó en el hall de la estación de
Avellaneda. Mateos tomó más de 200 imágenes, que, junto a las de otros
fotógrafos, fueron incorporadas a la causa. La secuencia mostró la
entrada del ex comisario Alfredo Luis Fanchiotti en la estación de
Avellaneda y los instantes finales de Darío Santillán. En la foto
expuesta se ve al ex comisario apuntándole, itaka en mano, a Santillán,
parado junto a Maximiliano Kosteki agonizando en el suelo. Además de
suministrar las fotografías, Mateos declaró como testigo durante el
juicio oral por la masacre.
La de Avellaneda es una de esas
vivencias que, cuenta Mateos, se le quedan ahí, pegadas bajo la piel.
Hubo otras con esa misma intensidad: la cobertura del 19 de diciembre de
2001 en Plaza de Mayo, en un momento en que estaba tomando fotos en
otras secciones, como la de moda. Cuenta Mateos que estaba en la plaza y
pensó que aquella jornada tenía que fotografiarla. Fue al diario a
buscar el equipo: cuando volvió, la represión ya había comenzado. Y en
2009, una semana antes del veredicto del juicio por la tragedia de
Cromañón, cuando entró en el local incendiado: “Las paredes estaban
llenas de hollín donde quedaron grabadas las huellas de los cuerpos y
las manos buscando la única puerta de salida en la oscuridad”, recuerda
Mateos de esa foto que fue tapa del diario.
En algunas fotos hay
cruces de miradas sublimes, como el de esas damas que toman el té en Las
Violetas y las mujeres de sectores populares en la calle o el de la
“mala junta” de sacerdotes y oficiales. A unos pasos, un chico
inolvidable mira de frente al espectador en el incendio en Villa El
Cartón. “Me fascina esa dinámica de los grupos que están ligados por
algo que no puede definirse, algo invisible”, dice el fotógrafo.
Tony
Valdez, por su parte, cuenta que los retratos le permiten mostrar una
faceta menos conocida de su trabajo. Le gusta tomarse su tiempo, lograr
cierta empatía con el personaje a fotografiar. Valdez también viene del
fotoperiodismo. Cubrió las jornadas de protesta contra Pinochet mientras
estaba en el gobierno. Hizo un ensayo fotográfico sobre el HIV poniendo
el foco en la vida cotidiana de Roberto Jáuregui. Estuvo en El Salvador
cuando terminaba la guerra civil y en el Amazonas boliviano durante la
quema de cultivos de coca cuando intervinieron por primera vez los
marines americanos.
Para esta muestra seleccionó medio centenar de
retratos de los últimos treinta años. Valdez pone en el centro de sus
fotografías la mirada: ahí, intuye, se devela y rebela lo más íntimo. Un
núcleo estructural a veces ominoso, a veces trágico; en todos los
casos, atractivo. Son fotografías tomadas en la Argentina para medios
gráficos nacionales e internacionales, con distintas técnicas que van
desde una cámara con cajón pasando por una digital hasta un iphone. Por
ahí desfilan personajes del arte, la literatura, el cine, la política:
George Soros, Andrés Calamaro, Lito Nebbia, Guillermo Kuitca, Raúl
Alfonsín, Rep, Daniel Melingo, Francois Mitterrand, Salman Rushdie,
Mijail Gorbachov, Luciano Pavarotti, Martin Parr, Fito Páez, Moshen
Rabbani, el Tata Cedrón, Isabel Martínez, entre otros.
Hay
primeros planos intensos: Alfredo Yabrán mirando hacia arriba (los
bordes del negativo sin retocar provocan un efecto extraño), la
expresión torva de Rico que se cruza a unas fotos de distancia con la
mirada de Werner Herzog, transparente, de águila, dirá con precisión
Valdez. Y un primerísimo plano de Bussi que impresiona: los ojos
desorbitados de furia.
Más allá, Maradona, completamente
abstraído, sonriendo solo mientras camina después de un entrenamiento.
Otros, en cambio, posan. Hay tiempo para arreglarse, sí, pero, uno
intuye, pocas posibilidades de controlar la mirada, el gesto. Como si la
propia piel, frente a la cámara, los abandonara.
El martes 12 de junio a las 19 Tony Valdez realizara una visita guiada por su muestra.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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