Por Ana María Battistozzi
Aunque arbitraria, como suelen ser las asociaciones del tipo, la referencia a El color que cayó del cielo,
de Lovecraft, adquiere gran poder de sugestión en el caso particular
de esta exhibición de a dos. En especial porque ese relato gira en torno
de una extraña presencia que, venida del cielo, manifiesta entre una
inquietante irradiación de color que consume seres y cosas. Ambos polos
–el color y la pérdida del color– están contenidos en ese extraño poder
del misterio que acecha a una familia y una comarca. Y también en esta
muestra. Hernán Salamanco, uno de los dos artistas en cuestión, ha
traído el relato a escena. Acaso sin pensar en el rol que habría de
asumir en el contrapunto que establece su obra con la de Mariano Vilela.
El
cuento de Lovecraft trata de un paisaje y una comunidad malogrados por
esa extraña presencia de color que reverbera y consume vidas. Desde hace
un par de años Salamanco pinta paisajes en los que no desliza
presencias sino más bien climas, lo que introduce en su obra una
saludable tensión. Fue en 2003, en medio de la crisis que desató el
fatídico 2001 que el artista empezó a usar viejos carteles de chapa, de
venta o alquiler inmobiliario desechados, como soporte para sus
pinturas. La decisión condicionó un tipo de imagen próximo a la estética
publicitaria o el pop. Pero pronto se distanció de esas obras y de su
impronta gráfica en pos de algo menos lineal y más denso, propio de la
pintura. Lo hizo a pesar de la naturaleza del soporte de chapa y la
cualidad del esmalte, que conservó. Hoy es evidente que su trabajo se ha
templado en el desafío. Se ha vuelto más complejo y también más
sensible al tratamiento del color y la luz. Más sugestivo porque se
abocó a explorar las posibilidades de la materia y ese soporte
particular hasta lograr una variedad de tonos adecuada a esos cielos
plomizos que presenta ahora y parecen salidos de la pintura inglesa del
siglo XIX. Todo esto sin dejar de afirmar una contemporaneidad que no
oculta en sus “cuadros” su condición de objetos de intemperie, más allá
de que coyunturalmente hoy se encuentren cobijados en un luminoso
interior. El pasado reverbera aquí como visión ejemplar pero al mismo
tiempo la materialidad de la obra impone su rotunda conexión con el
presente.
VILELA. Obras hechas con grafito |
Algo parecido ocurre con la obra de Vilela en el
diálogo que ambos establecen. El registro fantasmal que el artista
compone en el muro como un pasado desvaído que retorna puede ser leído
como un intento de rescatar un capítulo de la historia del arte. Se
diría que es una historia ficcional bastante parecida a la real sin ser
la real. Y a partir de la cual uno puede formularse algunas preguntas
inquietantes. ¿Cuál es entonces la historia del arte real? ¿La que
aprendimos a través de reproducciones en blanco y negro como las que
ilustraban los libros antiguos, cuando el color y la calidad de
impresión eran una dimensión rara y bastante menos precisa que en el
presente? ¿O aquella de la experiencia aurática –por usar un término de
Benjamin– esencialmente distante e inalcanzable? Este nuevo capítulo de
su historia pareciera rendir homenaje al expresionismo alemán y a ese
universo que prefiguró o acompañó la República de Weimar; a Grosz,
Kirchner, Macke, Müller y al Kandinsky de la Bauhaus. Algunas de las
reflexiones fundamentales que Benjamin desarrolló en La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica
sobrevuelan estos trabajos. Tal la modificación radical de la
experiencia estética que produce la reproducción, algo que pareciera
subyacer en la conformación del imaginario de cualquier nacido y criado
en estas geografías. Porque esa misma posibilidad que amplía el “valor
expositivo” –como sostuvo Benjamin– nos permite llegar a conocer obras
distantes pero esos encuentros son radicalmente distintos.
Pero
Vilela añade otra dimensión en su reconstrucción a mano de copias
desvaídas. Tiene que ver con la disolución de la marca de autor, un
signo que contribuye a la singularidad del “aura” en cualquier obra y
aquí es difícil detectar. Y no es todo, otro de los aspectos que aportan
interés a su obra es el papel que juega lo ficcional. El empeño que
pone en reproducir facturas y sensibilidades del pasado pasadas por el
tamiz de la reproducción. Lo hace a partir de un uso minucioso del
grafito, del trabajo con los fondos, del esgrafiado de planos y de
recrear climas y marcas de estilo que no son los suyos. Un empeño
imprescindible a este proyecto suyo de recrear relatos, que como todos,
para serlo precisan ser convincentes.
FICHA:
Mariano Vilela - Hernán SalamancoLugar: Schlifka - Molina Arte Contemporáneo, Gorriti 4829.
Fecha: hasta el 7 de julio.
Horario: Martes a viernes, 13 a 19; Sábados, 13 a 17.Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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