El estilo derivado de la École des Beaux Arts ,
fundada a comienzos del siglo XIX, difundió en el mundo el espíritu de
la arquitectura francesa y alcanzó la apoteosis pedagógica con la
transformación de París; Buenos Aires dio varios ejemplos notables de
esa influencia virtuosa
El Museo d'Orsay, sobre el río Sena, en París. Foto: CORBIS
Por Fabio Grementieri /Para La Nación Desde la década de 1970 la expresión Beaux Arts ha identificado la cultura arquitectónica derivada de la famosa École des Beaux Arts de París que tuvo irradiación universal y alcanzó su cénit hacia 1900. La génesis de
este verdadero "sistema" teórico, pedagógico y práctico hay que buscarla en las academias artísticas nacidas en el Renacimiento italiano que se consolidan como instituciones públicas y estatales en la Francia de Luis XIV. En el ámbito de la arquitectura, el Beaux Arts es la continuidad y la síntesis de la evolución de la tradición clásica nacida en la cuenca del Mediterráneo, que lentamente irá incorporando elementos de otras culturas: de los "barbarismos" medievales a los "exotismos" orientales.
La École des Beaux Arts fue fundada a principios del siglo XIX y su fama creció enormemente, en especial a partir de la transformación urbana de París en tiempos del Segundo Imperio. El entrenamiento de los alumnos se basaba en la enseñanza de teoría, historia y dibujo. La confección de los proyectos estaba signada por el programa funcional, la composición de masas y espacios, la definición del estilo y del carácter que definían la idea y la imagen del edificio.
Si bien fue puramente artístico y clásico en sus
orígenes, el sistema Beaux Arts fue asimilando otros puntos de vista. El
constructivo-artesanal no sólo le dio capacidad para la manipulación
magistral de la decoración, sino también la posibilidad de asimilar
estilos regionales de todas partes del mundo. El ingenierille permitió
incorporar adelantos científicos y tecnológicos, como las estructuras
metálicas o de hormigón armado. Y el sociológico-higienista adaptó las
aspiraciones utopistas al urbanismo y al paisajismo.
Más allá de estas asimilaciones transdisciplinarias, el
sistema Beaux Arts siempre tuvo como eje la discusión de la cuestión
del "estilo". A partir de la autonomía de la arquitectura a fines del
siglo XVIII, ya separada de la religión o de la monarquía, el clasicismo
se resquebrajó e irrumpieron otros lenguajes, como el pintoresquismo o
los estilos medievales. Luego apareció el "neorrenacimiento" y, hacia
mediados del siglo XIX, el eclecticismo, que reinará hasta 1900, cuando
asomó una nueva recreación del clasicismo -esta vez dieciochesco- y
preparó la depuración y simplificación que vendría después de la Primera
Guerra Mundial.
Vestíbulo de la Ópera Garnier de París. Foto: EFE
Fue
justamente éste el momento de apogeo, cuando la École se proclamó a sí
misma, en palabras de su mayor teórico Julien Guadet, como la "más
liberal del mundo". Encabalgada en el prestigio de la cultura francesa y
en la fama de París, atraía estudiantes de diversas partes del mundo,
exportaba docentes, profesionales y su modelo pedagógico hacia distintos
continentes, y difundía los grandiosos proyectos de sus clases y
concursos en diversas publicaciones. Fue entonces cuando la arquitectura
Beaux Arts se transformó en un verdadero "estilo internacional" que
contribuyó a dar forma a muchas viejas y nuevas ciudades del mundo por
medio de la apertura de avenidas y boulevards, diseño de parques y
paseos, reglamentaciones en el diseño del tejido urbano y construcción
de edificios monumentales.
Sirvió además para proveer de equipamiento moderno o
emblemas institucionales tangibles a enclaves coloniales o imperiales
como Sudáfrica o India, o a nuevas repúblicas como la Argentina o
México. En todos los casos, para proveer de una imagen cosmopolita y
metropolitana acorde con el crecimiento impulsado por la
industrialización, las comunicaciones, el transporte y la inmigración.
En Europa, muchos países adscribieron a esta
arquitectura, adoptada como estilo oficial, y sus capitales ostentaron
monumentos de esa estirpe: la Inglaterra eduardiana, la Alemania
guillermina o la España de Alfonso XIII. Este reinado sería corto y, a
pesar de su brillante alianza con el Art Déco, para resistir los embates
de una nueva modernidad encarnada en el modelo de la Bauhaus, o un
ímpetu grecorromano que la hizo predilecta de dictaduras y democracias
en la década de 1930, la arquitectura Beaux Arts fue languideciendo
hasta desaparecer con las revueltas del mayo francés de 1968.
A pesar de su importancia, de la amplia diseminación y
de la cantidad y calidad de obras, el patrimonio Beaux Arts dista mucho
de haber sido revalorizado y preservado a nivel mundial. Ha sufrido los
embates del revisionismo de la historiografía moderna que, desde
principios del siglo XX, lo ha denostado por no inscribirse dentro de la
"vanguardia" o ser una manifestación de "imperialismo". Esta visión
sesgada no tiene en cuenta que este patrimonio es representativo de una
"globalización avant la lettre" ocurrida hacia 1900, que anticipó
mecanismos, acciones y problemas de situaciones actuales, donde se
dieron transferencias, movimientos e intercambios de ideas, personas,
productos y servicios dentro de fenómenos que recién ahora se empiezan a
comprender mejor.
El Correo Central, en Buenos Aires. Foto: LA NACION / María Aramburú
Sin
embargo, poco a poco se ha ido redescubriendo el valor y la
consistencia del patrimonio Beaux Arts. El puntapié inicial lo dio
Estados Unidos -poseedor de un enorme acervo de ese estilo- con la ya
legendaria exposición The Architecture of the École des Beaux Arts
realizada en el MoMA de Nueva York en 1977. Le siguió Francia a mediados
de la década de 1980, con la "Operación Musée d'Orsay" donde se agrupó
toda la producción artística del período 1848-1914 -tanto vanguardista
como pompier- dentro de la antigua estación de ferrocarril, una notable
pieza de arquitectura Beaux Arts. Luego vinieron pequeñas acciones que
no terminaron de posicionar este notable y universal acervo en su
verdadera dimensión histórica y cultural. Valga como ejemplo señalar que
en la lista de Patrimonio Mundial no existen edificios o sitios de este
estilo de ningún lugar del mundo.
Pareciera que, como en otros casos, se necesita de
iniciativas internacionales académicas, institucionales y políticas para
una revalorización y mejor preservación. En el caso del patrimonio
Beaux Arts, la responsabilidad mayor en esta campaña le cabe a Francia,
ya que ha sido una de las más importantes contribuciones que hiciera a
la cultura mundial en todas las épocas.
Ejemplos vernáculos
Palacio del Correo, Arq. Norbert Maillart, 1889
Colegio Nacional Buenos Aires, Arq. Norbert Maillart, 1908
Palacio Paz (Círculo Militar), Louis Sortais, 1903
Tienda Gath y Chaves (Florida y Perón), F. Fleury Tronquéis
Palacio Anchorena (Palacio San Martín), Alejandro Christophersen, 1906
Palacio Fernández Anchorena (Nunciatura Apostólica), Edouard Le Monnier, 1909
Palacio Ortiz Basualdo (Embajada de Francia), Paul Pater, 1912
Centro Naval (Florida y Córdoba), Gaston Mallet y Henri Dunant, 1914
Bolsa de Comercio, Alejandro Christophersen, 1914
Monumento a Carlos Pellegrini, Jules Coutan, 1914
Palacio Pereda (Embajada de Brasil), Louis Martin y Julio Dormal, 1917
Palacio Estrugamou (Esmeralda y Juncal), Eduardo Sauze y Auguste Huguier, 1929
Concejo Deliberante (Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires), Héctor Ayerza y Edouard Le Monnnier, 1929
Fuente: ADN Cultura La Nación
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