Juan Doffo dialoga desde la pintura y la fotografía con
el universo poético del cineasta ruso Andrei Tarkovski. La naturaleza
da sustancia a la conexión espiritual y estética entre los dos
creadores.
Por Marina Oybin
Cómo condensar ejes temáticos, estructuras narrativas, climas y
ritmos cinematográficos en una imagen fija? ¿Cómo lograr que esas fotos
o pinturas no obturen la potencia original de las películas que les
dieron impulso? Eso es lo que uno se cuestiona en Cuando Tarkovski plantó un árbol en mi casa,
la deslumbrante muestra de Juan Doffo en la galería Rubbers, que reúne
pinturas de gran formato y fotografías que van desde 1989 hasta hoy,
todas inspiradas en filmes de Andrei Tarkovski.
En sala, una proyección nos sumerge en fragmentos de películas de Tarkovski: al recorrer la muestra es posible viajar de la gélida Infancia de Iván (1962) a la Mechita desértica. O del fuego y el agua de cristal de las performances de Doffo hasta las llamas que queman cuerpos y casas en El espejo (1975) y en la belleza trágica, conmovedora, de Nostalgia (1983) y El sacrificio (1986).
¿Quién se anima a ir más allá de ese espacio que es puro enigma y acaso belleza? Quién se atreve a quebrar esa confortable quietud, nos preguntamos en esa bacanal visual hecha a golpe de detalles que es Stalker (1979). Un submundo con poco artificio donde sólo un chico conserva la huella de su paso por ese espacio enigmático que es “La Zona”. “En el amor y en el arte –dice el artista– siempre jugás con fuego: terminás en la locura o en la maravilla”. “La Zona” de Doffo nos lleva a un cruce infinito de vías del ferrocarril en Mechita, su pueblo natal que creció a la par del tren y con el menemismo quedó detenido en el tiempo.
Avanza en pantalla el globo aerostático de cuero y trapos, casi una mortaja, de Andrei Rublev (1966), filme épico amputado y censurado por las autoridades soviéticas, basado en el mítico pintor ruso de íconos de principios del siglo XV. Aquí Tarkovski indaga en la posibilidad de relaciones armónicas entre hombres, entre arte y vida, tiempo e historia. Consumido por la tristeza, el monje duda: cómo pintar una iglesia entre tanto dolor.
¿Cómo plantar un ícono entre masacre, violaciones y humillación? No importa: el maestro finalmente va a pintar: el pueblo quiere su ícono. Y ahí nomás, como conjura a la barbarie, estampa su tacho de pintura Jackson Pollock en las impecables paredes. Desconfía del sentido del arte en esa sociedad: se sumerge en el mutismo y no vuelve a pintar. Deambula. Descubre el deseo, la sexualidad y la bajeza del hombre hasta el punto de asesinar. Descubre también la belleza del agua que inunda y estalla, conoce al hijo del que fue el gran constructor de campanas, y a los adoradores del fuego.
En sala, una proyección nos sumerge en fragmentos de películas de Tarkovski: al recorrer la muestra es posible viajar de la gélida Infancia de Iván (1962) a la Mechita desértica. O del fuego y el agua de cristal de las performances de Doffo hasta las llamas que queman cuerpos y casas en El espejo (1975) y en la belleza trágica, conmovedora, de Nostalgia (1983) y El sacrificio (1986).
¿Quién se anima a ir más allá de ese espacio que es puro enigma y acaso belleza? Quién se atreve a quebrar esa confortable quietud, nos preguntamos en esa bacanal visual hecha a golpe de detalles que es Stalker (1979). Un submundo con poco artificio donde sólo un chico conserva la huella de su paso por ese espacio enigmático que es “La Zona”. “En el amor y en el arte –dice el artista– siempre jugás con fuego: terminás en la locura o en la maravilla”. “La Zona” de Doffo nos lleva a un cruce infinito de vías del ferrocarril en Mechita, su pueblo natal que creció a la par del tren y con el menemismo quedó detenido en el tiempo.
Avanza en pantalla el globo aerostático de cuero y trapos, casi una mortaja, de Andrei Rublev (1966), filme épico amputado y censurado por las autoridades soviéticas, basado en el mítico pintor ruso de íconos de principios del siglo XV. Aquí Tarkovski indaga en la posibilidad de relaciones armónicas entre hombres, entre arte y vida, tiempo e historia. Consumido por la tristeza, el monje duda: cómo pintar una iglesia entre tanto dolor.
¿Cómo plantar un ícono entre masacre, violaciones y humillación? No importa: el maestro finalmente va a pintar: el pueblo quiere su ícono. Y ahí nomás, como conjura a la barbarie, estampa su tacho de pintura Jackson Pollock en las impecables paredes. Desconfía del sentido del arte en esa sociedad: se sumerge en el mutismo y no vuelve a pintar. Deambula. Descubre el deseo, la sexualidad y la bajeza del hombre hasta el punto de asesinar. Descubre también la belleza del agua que inunda y estalla, conoce al hijo del que fue el gran constructor de campanas, y a los adoradores del fuego.
EL SENTIDO DEL ARTE, 2012. Acrílico sobre tela, 150 x 250 cm |
A unos pasos las
imponentes, fabulosas, pinturas de Doffo “El sentido del arte” y
“Forjando en el tiempo” nos trasladan al mundo de Mechita en mix con el
de Andrei Rublev. “Me pregunté muchas veces por qué
me conmovían tanto las ideas de Tarkovski, sus imágenes y el clima
poético resultante. Tal vez lo asocié con la condición rusa de habitar
esos enormes espacios, semejantes a las grandes extensiones silenciosas
de mi llanura pampeana, o a lo mejor, por esa sensación metafísica que
me despertaron sus paisajes y sus personajes que intentan ir más allá
de los límites humanos. Personajes muchas veces de espaldas al
espectador interrogando el universo, semejante a la pintura del
romántico alemán Friedrich. Todo ello se asemeja a mi percepción del
vivir. Del micro y macrocosmos que nos atraviesa”, escribe Doffo en el
catálogo de la muestra.
Hay contrapuntos elocuentes: al blanco y negro y al color imperceptible y esporádico de los filmes de Tarkovski, Doffo contrapone los tonos más fascinantes y sutiles que las pupilas puedan captar. Es que Doffo no se mete con la forma, sino que captura la potencia conceptual del director de cine ruso. Y llega a esos caminos laterales que en Tarkovski devienen fundamentales. A veces el director de cine pone el foco en un perro tomando leche densa y luminosa o en un caballo recostado que rueda una y otra vez sobre sí mismo en cámara lenta: extasiado de placer, se acaricia el lomo contra la tierra seca.
Hay contrapuntos elocuentes: al blanco y negro y al color imperceptible y esporádico de los filmes de Tarkovski, Doffo contrapone los tonos más fascinantes y sutiles que las pupilas puedan captar. Es que Doffo no se mete con la forma, sino que captura la potencia conceptual del director de cine ruso. Y llega a esos caminos laterales que en Tarkovski devienen fundamentales. A veces el director de cine pone el foco en un perro tomando leche densa y luminosa o en un caballo recostado que rueda una y otra vez sobre sí mismo en cámara lenta: extasiado de placer, se acaricia el lomo contra la tierra seca.
Acorralado por los lineamientos del Partido
Comunista de la Unión Soviética, Tarkovski tuvo que seguir filmando
fuera de su país. Y vino Nostalgia (rodada en Italia)
donde la belleza de Florencia deviene angustia, bruma. Y el espanto se
hace carne en ese hombre que interpreta Erland Josephson, el gran actor
fetiche de Ingmar Bergman, ahora redentor suicida que se prende fuego
ante la mirada pasiva de todos. Otro hombre, en ritual, tratará de que
su pequeña vela no se apague. Es una escena que modela el tiempo hasta
petrificarlo en la retina como si fuera una pintura y que evidencia el
deseo de Tarkovski: para él, el oficio de hacer cine era esculpir en el
tiempo. A unos pasos, conmueve “El intento”, una serie de fotografías
potentes, bellas y despojadas. En “Nada es simétrico” el fuego de una
impresionante performance en Mechita invade la escena para pasar a otra
fotografía, casi una miniatura, en la que la mano de Doffo protege la
llama de una vela. “Este es el fuego que logramos frágilmente
preservar: nada es simétrico a nuestros sueños”, dice el artista.
ESCULPIR EN EL TIEMPO, 2012. Acrílico sobre tela, 150 x 250 cm. |
Y
están esos paisajes imposibles que Tarkovski plantó dentro de
catedrales, resignificados ahora en las bellísimas pinturas
“Nostalgia”, “Catedral”, “Suspensa eternidad que cae”, con luz barroca,
teatral, y “Dualidad”, con maravillosas catedrales donde habitan
pampas desoladas con el sello Doffo de espirales de fuego. Esas
espirales ardientes de inolvidables performances en las que el artista
se metió mientras los vecinos controlaban contrarreloj las llamaradas
que se desbocaban. Hubo riesgo y miedo.
El entrañable Iván
irrumpe en la galería. Se lee en pantalla uno de los pocos textos que
Doffo dejó en los fragmentos de películas seleccionadas: “Se puede ver
una estrella en el día menos soleado”, dice la madre de Iván. El ríe, y
hasta puede rozar las estrellas en el fondo del pozo de agua. Acto
seguido, los nazis asesinan a su madre. Los abedules de ese bosque de La infancia de Iván
que la cámara recorre zigzagueante se meten en “Lo espiritual vive en
lo material” en Mechita: el humo negro, como salido de árboles
quemados, invade ahora el parque de nísperos y cerezos de la casa de
Juan con el mismo movimiento vertiginoso de la cámara.
Sin respiro, nos topamos con el abrazo intenso entre padre e hijo que es al tiempo casi una imploración en Solaris (1972), respuesta soviética a la emblemática 2001: Odisea del espacio,
de Kubrick. La cámara se aleja hasta hacer foco en el hogar devenido
una especie de átomo. “La memoria” de Doffo nos lleva a otro hogar,
acaso el suyo, envuelto en magma: afuera, todo es incierto.
Cautiva en El sacrificio
el hombre sufriente y la virgen sexuada abrazados, que levitan
intentando amarse. Y está ese árbol que Doffo plantó en su Mechita, ese
sitio simbólico y al tiempo real que condensa el vínculo entre
naturaleza y cultura, entre lo infinito y lo terreno. En esas pampas,
Doffo se trepó a avionetas para tomar fotografías que luego usó en sus
obras. En “Esculpir en el tiempo”, un desfile inagotable de imágenes de
las películas de Tarkovski conviven en el pueblo de Doffo. Una nueva
ficción las ubica sobre un paisaje pampeano verdoso. “Uno va tallando
paso a paso su vida, su cuerpo, sus pensamientos”, dice el artista, y
agrega: “Es lo que Tarkovski va esculpiendo en su historia, pero también
lo puedo reemplazar por mis vivencias”.
En la cosmogonía con
sello singular que Doffo esculpe con maestría hace tiempo, el fuego, el
agua, los paisajes infinitos son símbolos centrales. En esas
deslumbrantes pinturas y fotografías, donde habita mucho del cine de
Tarkovski, Doffo condensa experiencias intensas de su vida, de esas que
el director de cine ruso definió como intransferibles.
FICHA
Juan Doffo. Cuando Tarkovski plantó un árbol en mi casa
Lugar: Galería Rubbers, Av. Alvear 1595.
Fecha: hasta el 31 de octubre.
Horario: lunes a viernes, 11 a 20; sabados. 11 a 13.
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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