Cómo la venta de un auto y una apuesta burrera cambiaron la historia del Palacio Alcorta.
De época. Se lo conocía como Edificio Chrysler porque allí funcionaba la concesionaria. Toda la terraza era una pista para probar autos a alta velocidad. |
Por Eduardo Parise
En Buenos Aires, cuando se habla de palacios, la asociación
inmediata pasa por recordar los que enmarcan a la avenida Alvear, o los
que están junto a la plaza San Martín. También, algunos de la zona de
Palermo Chico. Sin embargo, en este último sector, hay uno de esos
edificios majestuosos al que no se suele contabilizar: es el que ahora
se conoce como Palacio Alcorta, una construcción que en 1994 se
transformó en la sede de costosos lofts. Pero no siempre fue así.
Proyectado
en 1927 e inaugurado el 1 de diciembre de 1928, aquel palacio tuvo como
destino original ser la sede de una concesionaria de autos que, como
representante autorizado de una empresa estadounidense, armaba y
comercializaba la marca Chrysler en la Argentina. Se llamaba Resta
Hermanos y su edificio símbolo era ese que, a la altura del 3300 de la
avenida Figueroa Alcorta, ocupaba y aún ocupa toda una manzana.
Se
lo conocía como Edificio Chrysler, aunque aquella empresa nunca fue su
dueña. En la planta baja, sobre la avenida, estaban el salón de venta y
las oficinas y detrás, el área de montaje y fabricación de repuestos. En
el primer piso, se ubicaban los talleres de retoque, terminación y
depósito de vehículos. Pero la mayor curiosidad estaba en la gran
terraza: una pista circular, de más de 1.700 metros de extensión y
curvas peraltadas, que se usaba para probar los autos a alta velocidad.
Inclusive, alguna vez se la usó para hacer carreras de motos, ya que
tenía tribunas con capacidad para hasta 3.000 espectadores.
Dicen
que aquella empresa dueña del lugar tuvo un duro final, a raíz de una
jugada que hábiles estafadores le realizaron en 1931. Cuentan que todo
empezó cuando en la tardecita de un viernes, un hombre llegó, compró un 0
kilómetro que pagó con un cheque y se fue con el auto. A la mañana
siguiente, sábado, un hombre pidió un servicio de auxilio y, cuando lo
asistieron, vieron que era el auto comprado el día anterior, pero con
otro dueño. Lo había adquirido en efectivo, casi por la mitad de su
valor.
Lo primero que se pensó era que el cheque aquel no tenía
fondos y había que detener al presunto estafador. Lo encontraron a bordo
del Vapor de la Carrera, el barco que, viajando toda la noche, hacía el
cruce hacia Montevideo. El hombre alegó que había “reventado” el auto
porque necesitaba juntar dinero que apostaría al día siguiente en el
hipódromo de Maroñas a un caballo de gran sport. Como no le creían, hizo
labrar un acta con el capitán del barco diciendo a qué caballo y qué
cantidad importante iba a apostar. Después, lo bajaron del barco y lo
detuvieron.
La leyenda dice que el domingo el caballo no sólo
ganó, sino que pagó una fortuna. Y que el lunes, cuando fueron a la
ventanilla a cobrar el cheque emitido el viernes, el cajero también pagó
el importe sin problemas. Dicen que la concesionaria tuvo que afrontar
peso sobre peso lo que hubiera ganado aquel apostador. Y que por eso la
empresa fue absorbida por otra llamada Fevre y Basset, que se hizo cargo
del edificio. Después, el palacio pasó a manos del Comando de Arsenales
del Ejército y fue sede del Registro Nacional de Armas. Hasta que en
1994 lo reciclaron y se convirtió en sede de esos lujosos departamentos
actuales.
El majestuoso Palacio Alcorta es obra de Mario Palanti,
un famoso arquitecto milanés que vivió entre 1885 y 1979. Había llegado a
la Argentina en 1909 y su talento está presente en muchos de los
edificios que diseñó. Obviamente, el más famoso es uno que fue y es un
símbolo de la Ciudad: el Palacio Barolo, de la gran Avenida de Mayo.
Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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