Un académico alemán estudió con guantes sensores
físicos qué atrae a los visitantes de los museos. Definió el estado de
verse afectado por el arte como una sensación de inmersión en una obra.
Por Dorothy Spears
Lo poco o mucho que los visitantes de museos saben sobre arte
cambia en muy escasa medida cómo se comportan frente a las obras
exhibidas, según un estudio de un estudioso de la cultura alemán que
midió electrónicamente qué elementos atraían la atención de los
visitantes y cómo se veían afectados emocionalmente. El académico,
Martin Tröndle, también constató que los visitantes solitarios
normalmente pasaban más tiempo mirando las obras de arte y que
experimentaban más emociones.
Tröndle y su grupo de trabajo equiparon a 576 voluntarios con un guante provisto de la función GPS para seguir su recorrido a través de las galerías del Kunstmuseum St. Gallen en Suiza durante dos meses desde junio de 2009.
Los sensores en los guantes midieron la evidencia física de reacciones emocionales, como las frecuencias cardíacas y el sudor de sus palmas. Posteriormente, se realizó un cuestionario a los voluntarios acerca de dónde habían permanecido más tiempo y los sentimientos que evocaban esas obras en particular.
Tröndle descubrió que aparentemente había escasa diferencia de vinculación entre los visitantes que tenían un conocimiento erudito del arte y "personas que son ingenieros y dentistas". Dijo que los artistas, los críticos y los directores de los museos suelen en general centrarse en una obra de la sala, mientras que los visitantes con una curiosidad y un interés moderados tienden a pasar de una obra a otra y a leer los paneles de texto. "Casi se podría decir que el conocimiento nos hace ignorantes", dijo.
El punto central del estudio de Tröndle fue una fascinación por las ambientaciones de los museos en general y una curiosidad acerca de la manera en que las disposiciones particulares de objetos de arte afectaban el comportamiento humano, dijo, hablando desde su despacho en la Universidad Zeppelin en el sur de Alemania, donde es profesor de gestión de las artes e investigación artística. Su estudio, financiado por la Fundación Científica Nacional Suiza, estableció por primera vez que "existe una correlación muy fuerte entre la experiencia estética y las funciones corporales", dijo.
Definió el estado de verse afectado por el arte como una sensación de inmersión en una obra, o de sentirse llamado por ésta, de lo cual extrajo la conclusión de que a un museo es mejor ir solo.
Estos momentos son fugaces y sutiles, dijo, agregando "Quien se comunica con una obra de arte no puede conversar al mismo tiempo con quienes lo/la acompañan", dijo.
Los visitantes tendieron a sentirse más estimulados por las esculturas que impedían su avance por las salas. "A la gente le gusta chocarse con el arte", dijo.
Algunos expertos son escépticos. "Esta tecnología es muy nueva y muy joven", dijo Paul C. Ha, director del List Visual Arts Center del Massachusetts Institute of Technology (M.I.T.). "Todavía no sabemos bien qué tenemos. Y, como es sabido, los datos pueden interpretarse de cualquier manera".
Bonnie Pitman, distinguida académica en residencia en la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad de Texas, Dallas, experta en el tema de las respuestas de los visitantes al arte, dijo: "No estoy segura de que tener más datos permita una comprensión mayor del conjunto muy complicado de factores que intervienen en la experiencia de las obras de arte".
En referencia a Tröndle y su convicción de que una frecuencia cardíaca elevada indica una experiencia más honda del arte, dijo: "Esos momentos trascendentes en que nos sumergimos en el color y la belleza de un Pissarro o un Sisley o un Monet esos momentos no necesariamente hacen aumentar la frecuencia cardíaca. Nos desaceleran".
Si se piensa en toda la atención que se presta últimamente a las exposiciones exitosas en los grandes museos "cabría suponer que nuestro futuro no es muy promisorio", dijo Ronald Wäspe, director del Kunstmuseum St.
Gallen, un museo más pequeño con una gama de pinturas y esculturas que datan desde la Edad Media hasta el presente.
La investigación indicó, para él, que "ahora tenemos una ventaja, porque vemos que, para una experiencia óptima del arte los museos deben ser pequeños, deben estar más vacíos y deben ser, en el sentido más positivo del término, un lugar de contemplación".
Tröndle y su grupo de trabajo equiparon a 576 voluntarios con un guante provisto de la función GPS para seguir su recorrido a través de las galerías del Kunstmuseum St. Gallen en Suiza durante dos meses desde junio de 2009.
Los sensores en los guantes midieron la evidencia física de reacciones emocionales, como las frecuencias cardíacas y el sudor de sus palmas. Posteriormente, se realizó un cuestionario a los voluntarios acerca de dónde habían permanecido más tiempo y los sentimientos que evocaban esas obras en particular.
Tröndle descubrió que aparentemente había escasa diferencia de vinculación entre los visitantes que tenían un conocimiento erudito del arte y "personas que son ingenieros y dentistas". Dijo que los artistas, los críticos y los directores de los museos suelen en general centrarse en una obra de la sala, mientras que los visitantes con una curiosidad y un interés moderados tienden a pasar de una obra a otra y a leer los paneles de texto. "Casi se podría decir que el conocimiento nos hace ignorantes", dijo.
El punto central del estudio de Tröndle fue una fascinación por las ambientaciones de los museos en general y una curiosidad acerca de la manera en que las disposiciones particulares de objetos de arte afectaban el comportamiento humano, dijo, hablando desde su despacho en la Universidad Zeppelin en el sur de Alemania, donde es profesor de gestión de las artes e investigación artística. Su estudio, financiado por la Fundación Científica Nacional Suiza, estableció por primera vez que "existe una correlación muy fuerte entre la experiencia estética y las funciones corporales", dijo.
Definió el estado de verse afectado por el arte como una sensación de inmersión en una obra, o de sentirse llamado por ésta, de lo cual extrajo la conclusión de que a un museo es mejor ir solo.
Estos momentos son fugaces y sutiles, dijo, agregando "Quien se comunica con una obra de arte no puede conversar al mismo tiempo con quienes lo/la acompañan", dijo.
Los visitantes tendieron a sentirse más estimulados por las esculturas que impedían su avance por las salas. "A la gente le gusta chocarse con el arte", dijo.
Algunos expertos son escépticos. "Esta tecnología es muy nueva y muy joven", dijo Paul C. Ha, director del List Visual Arts Center del Massachusetts Institute of Technology (M.I.T.). "Todavía no sabemos bien qué tenemos. Y, como es sabido, los datos pueden interpretarse de cualquier manera".
Bonnie Pitman, distinguida académica en residencia en la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad de Texas, Dallas, experta en el tema de las respuestas de los visitantes al arte, dijo: "No estoy segura de que tener más datos permita una comprensión mayor del conjunto muy complicado de factores que intervienen en la experiencia de las obras de arte".
En referencia a Tröndle y su convicción de que una frecuencia cardíaca elevada indica una experiencia más honda del arte, dijo: "Esos momentos trascendentes en que nos sumergimos en el color y la belleza de un Pissarro o un Sisley o un Monet esos momentos no necesariamente hacen aumentar la frecuencia cardíaca. Nos desaceleran".
Si se piensa en toda la atención que se presta últimamente a las exposiciones exitosas en los grandes museos "cabría suponer que nuestro futuro no es muy promisorio", dijo Ronald Wäspe, director del Kunstmuseum St.
Gallen, un museo más pequeño con una gama de pinturas y esculturas que datan desde la Edad Media hasta el presente.
La investigación indicó, para él, que "ahora tenemos una ventaja, porque vemos que, para una experiencia óptima del arte los museos deben ser pequeños, deben estar más vacíos y deben ser, en el sentido más positivo del término, un lugar de contemplación".
Fuente: Revista Ñ Clarín
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