Lecturas, teatro, conferencias y una muestra de fotos para recordar a dos grandes.
Praga Enviada especial
La buhardilla de este edificio gótico guarda un cuerpo, cuentan
en la ciudad. Más o menos humano. El cuento empieza así. Corre el sigo
XVI, es sábado, se adivina el frío y el rabino Loew –mucho después, en
un poema, Borges traducirá “Judá León”– había cometido una imprudencia:
para ir a oficiar el servicio, había dejado solo al Golem, ese muñecote
al que, con las palabras justas, había dado vida. Solo, mirando con sus
ojos “menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa”
(así lo describe Borges), el Golem corre enloquecido. El rabino entiende
que tiene que actuar. Va al encuentro de su criatura, quita de él la
clave de la vida y lo arrastra hacia el ático. El edificio gótico (se
construyó en 1270) es la Vieja-Nueva Sinagoga de Praga. Ayer empezó aquí
la III Bienal Borges-Kafka.
Castillos, palacios, torres con
puntas de aguja iluminadas por la noche, un puente con esculturas donde
brilla el dorado: la antigua Praga tiene perfil de cuento de hadas. Por
estas calles cruzaba Franz Kafka, mucho antes de ser el autor de La metamorfosis , antes de adivinar, en El proceso , esa forma del mal que sería la burocracia en el siglo XX. Pasaba
peleando con la mujer que lo llevaba a la escuela. O a ver teatro idish.
O a escribir en la revista sionista Selbstwehr (Autodefensa). La ciudad
donde Kafka vivía estaba cambiando y esa modernización se había llevado
el barrio judío. Kafka lo resiente: “La vieja y malsana –poco
higiénica– Judería que asoma en nuestro interior es mucho más real que
la ciudad nueva e higiénica que nos rodea”, escribe.
En este
espíritu se desarrolla la bienal, que organizan las ciudades de Buenos
Aires y Praga, junto con la Fundación Jorge Luis Borges y la Sociedad
Franz Kafka. Sigue hasta el 26 y consiste en una serie de lecturas y
conferencias, música y la obra Pánico, de Rafael Spregelburd.
Este año se decidió, además, dedicarla a otros dos escritores: Ernesto
Sabato y Arnost Lustig, que murieron en 2011. Como judío, Lustig estuvo
en Auschwitz, escapó y volvió a Praga a tiempo para participar de un
levantamiento contra el régimen.
El lunes hubo una pre-apertura en
el Instituto Cervantes, donde se inauguró “El atlas de Borges”, una
muestra de fotos de viajes del escritor junto a su mujer, María Kodama.
Muchas de las fotos fueron tomadas por ella misma, que el lunes contó
que a Borges “le encantaba posar” y eligió una en la que ellos van en
globo como “la foto más loca”. Estaban en San Francisco, contó, y los
conductores del globo quisieron disuadir de la travesía al escritor.
Dijeron que era muy difícil subir a la canasta: “Yo lo intento, si no,
usted me iza”, dice Kodama que dijo Borges.
“Para Borges ser
argentino era más bien ser porteño”, contó Kodama, para alegría de
Hernán Lombardi, el ministro de Cultura porteño, que estaba sentado a su
lado. “El Atlas refleja la vida de una pareja de enamorados”, había
dicho Lombardi segundos antes. “Es el retrato de un Borges feliz, frente
al cliché de un Borges atormentado”.
Un rato antes de las
empanadas de la inauguración, recorrió la muestra el escritor español
Juan Goytisolo, que participa de un encuentro de escritores. Por acá
está también Mario Sabato, que hoy hablará sobre su padre y el viernes
mostrará su documental “Ernesto Sabato, mi padre”. Justamente él puso
un toque de calidez ayer, en la inauguración oficial, en el imponente
edifico del gobierno municipal, donde los ascensores tienen asientos.
“Por supuesto vengo como hijo de Ernesto Sábato –dijo– pero también
vengo como hijo de Borges (no te asustes María, es metafórico). Y
también vengo como hijo de Kafka. A los que amamos la literatura nos une
lo filial, somos hijos de lo que amamos”.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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