RETRATOS DE UNA PASIÓN EN EL RÍO




 
El colectivo Sub Cooperativa registró en Quilmes las ceremonias en honor a Iemanjá, reina del mar y madre de todos los dioses afrobrasileños. 

Retratos de una pasión en el río
Con sus vestidos celestes y blancos con miriñaque, caminan río adentro varios kilómetros, frente a la costa de Quilmes. De pronto, es difícil verlas. A ellas, a sus canastas llenas de claveles y a esa mezcla de polenta, miel y colonia que cocinaron durante horas por la noche. Al rato, las mujeres regresan a la costa. Es el segundo día de febrero, el día de Iemanjá, reina del mar, madre de todas las deidades afrobrasileñas. Y no será lo mismo que en Bahía, en el nordeste brasileño, pero también en la ribera quilmeña hay gran ceremonia popular con procesión para esta orixá (santa) del panteón yoruba originario de Nigeria.
Llego temprano con Gisela Volá, Gerónimo Molina, Nicolás Pousthomis y Gabriela Mitidieri, integrantes de Sub Cooperativa de fotógrafos, que trabajan juntos para medios nacionales e internacionales desde 2004, y que hace tiempo, entre muchos otros temas, vienen poniendo el foco en religiones alternativas populares con sus series del Gauchito Gil, Gilda, y la de San Darío del Andén, que ganó el primer premio de la Bienal de Arte de Cuenca (Ecuador, 2009).
En 2011 Sub recibió el primer premio en la categoría “Vida cotidiana” del concurso Picture of the Year (POYi) Latinoamérica. Hicieron reportajes fotográficos en Cuba, Chile, Bolivia, Brasil, Paraguay y Ecuador. Participaron en festivales de fotografía en la Argentina y en el exterior y sus fotos se expusieron, entre otros sitios, en Suiza, Francia, Inglaterra, España y Brasil.
No hay excepción: firman las obras como Sub, y comparten las ganancias en partes iguales, sin importar cuál de los integrantes del grupo sea el autor de las fotos vendidas. Esto, cuentan, les da libertad para meterse en trabajos no redituables económicamente, para experimentar y no privarse de los temas que les interesan. Cuando regresan de un viaje, saben que tendrán su sueldo. Privilegios que este tipo de organización les permite.
Los une una singular manera de entender la fotografía. “Hay un gran prejuicio –explica Gerónimo Molina– en los que piensan que utilizar flash, rebotes de luz, o una iluminación que se supone que es para publicidad o para moda, es sólo para determinadas personas y no para otras”. Y es ahí, justamente, en esa frontera difusa entre el fotoperiodismo más clásico y la fotografía publicitaria, donde Sub se mete, buscando subvertir el canon establecido. Muestra que hay otras estéticas posibles para capturar imágenes de los sectores populares. Estéticas seguramente menos tranquilizadoras. Para este colectivo artístico, el prejuicio radica en pensar que la pobreza se cuenta de un solo modo: “Nosotros –dice Molina– no reducimos la persona a su condición social; la pobreza es una estadística, una circunstancia, pero hay vida, dignidad, oscuridad…” Esas reducciones previas, continúa el fotógrafo, son injustas con la persona que se va a fotografiar: saltean el vínculo: “En Sub nos damos el tiempo necesario para generar una relación, y a partir de eso se produce la fotografía”.
Ya temprano hay grupos de fieles en la ribera quilmeña del Río de la Plata. Muchas familias acamparon desde el día anterior. Hay mate, heladeritas, lonas y toallas extendidas en el piso; en los árboles, ropa colgada. Cada vez son más: van llegando miles desde diferentes templos con sus ofrendas.
La macumba copa la ribera, y en muchas carpas suena cumbia. Arranca la danza alucinada. Los bailarines entran en trance: giran, giran y devienen guerreros o, como en el caso de los devotos del templo Ile Oxum Ybejy, bebés que toman mamaderas con líquido color té y juegan. Gatean y sollozan hasta volverse viejos encorvados, decrépitos, que apenas pueden moverse y que danzan apoyados en unos bastoncitos. Una performance-vanitas asombrosa. Dani de Oxum, que hace quince años sigue el ritual umbanda, es una de las bailarinas más entusiastas. Cuenta que decidió alejarse de la iglesia evangélica porque la condenaban por ser travesti. “Todo el tiempo me instigaban a que cambiara”, recuerda.
No importa que la costa esté muy sucia, que en el agua oscura un gran pescado flote entre la basura y que hasta haya una cabecita de gallo, la gente se mete en el río en grupos, tomados de la mano. Llevan canastas con perfumes, frutas, caramelos, flores, collares. Y el aire empieza a oler a colonia, a fragancias bien dulces que cuesta identificar. Es que cuando avanzan río adentro van tirando perfume, miel y pochoclos “para abrir caminos en el mar, para crear cruceros”, explica pai Fabián Ogum, pantalón blanco y rojo brillante, camisa agujereada, que vino desde Monte Chingolo, donde trabaja de albañil, con sus hijos de sangre y de religión. Son muchísimos. Trajeron ofrendas para Iemanjá y para pae Bará (otro orixá ), costillas de asado y papas. “Yo también soy católico, la diferencia es que nosotros aceptamos a todos. Si una prostituta entra a una iglesia, la discriminan. Pero ¿dónde está Dios?”, cuestiona. A unas cuadras, sobre la ribera del río, pasando el puesto de alquiler de ponys y la cancha improvisada de voley, un matrimonio levantó un imponente altar afro en un espacio delimitado con estacas y lonas. Escuchando cumbia, esperan a sus amigos para hacer una sesión nocturna de umbanda.
Cada templo construyó su propia barcaza con ofrendas. Hay que esperar al atardecer para llevarlas al río. Canonizada por la fe popular, Iemanjá desata un desfile inagotable de barcas con cartas amorosamente escritas, caracoles, frutas, flores, collares, perlas fantasía, maíz, frascos con miel. Exuberantes, barrocas, barcazas con Iemanjás pampeanas, ahora reinas de aguas dulces y playas de barro.
“La umbanda es una religión que tiene un gran contenido mágico y gran parte de su éxito tiene que ver con eso: encajan en cierta mentalidad mágica religiosa que la Iglesia católica mira con desdén”, explica en diálogo con Ñ el especialista en religiones afro Alejandro Frigerio, sociólogo, doctor en antropología (Universidad de California) e investigador del Conicet, que también fue a la ceremonia en Quilmes.
“Para gran parte de la gente del conurbano bonaerense que generalmente no va a museos ni asiste a galerías de arte, la principal manera de crear y apreciar arte es a través de la religión”, dice Frigerio, que considera que todo lo que se hace en las religiones afrobrasileñas y afroamericanas está atravesado por fuertes preocupaciones estéticas: desde la conjunción de danza, canto y música como performance unificada hasta esas potentes instalaciones que son los altares. “Las nociones de bien y de belleza, la ética y la estética, están fuertemente interrelacionadas”, sostiene en uno de sus textos sobre la experiencia afroamericana.
Iemanjá, señala Frigerio, es el único santo africano que tiene una forma independiente a la de un santo católico: “Su popularidad se puede entender porque reúne ciertas características de la virgen católica: es una gran madre, pero una madre sexuada. Eso se ve en la imagen: Iemanjá es sexy, usa vestido escotado”. Tanto la imagen como las ofrendas son muy parecidas a las de la ceremonia de Puerto Alegre.
Conmueve ver a los devotos junto al río que deviene orixá sagrado. Oxímoron latente: ahí está Iemanjá, la virgen sexuada. Hiperfemenina y al tiempo maternal, cuida a los más chicos. Conmueven las ofrendas, los fieles en ese momento de comunión y de creación sin solemnidad, el paso seguro río adentro.
Se percibe que la ausencia de libro sagrado y de ortodoxia habilita márgenes de libertad y creatividad para resignificar el ritual. Hecha en madera y de unos cinco metros de largo, la barca de Ile Xangó Ile Oxala avanza guiada por un maniquí Iemanjá. La construyó pai Gustavo de Xangó y, cuenta, que para que las ofrendas lleguen a destino en viaje fugaz, el bote tiene que hundirse.
Mãe Blanca, que vende bijouterie por la calle, hace tiempo viene decorando la suya. “Iemanjá es coqueta y golosa”, explica. Como mascarón de proa, plantó una muñeca con cabellera de pelo natural, negro, lustroso, y, con hilo de tanza, armó un sistema para que su muñeca Iemanjá sostenga un espejo. Adentro del bote, uno se encuentra con centenares de aros, pulseras, anillos, esmalte para uñas, caracoles de todo tipo, perfumes, colonias, espejos, figuras de sirenas, caballitos de mar. Un cofre de puro brillo oropel. Está orgullosa Blanca, y no duda en posar para la foto mirándose, sí, ahora ella, en ese espejo que sostiene su Iemanjá, vuelta barbie quilmeña.
Ya al atardecer, arranca la procesión con el altar mayor a puro sincretismo.
Pai Daniel va adelante luciendo traje nigeriano. El cielo está por estallar. Desde la playa de barro, los devotos de todos los templos bajan las escalinatas llevando en andas sus embarcaciones hasta río adentro. Y ahí nomás también se sumerge Sub para registrar todo.
Hay relámpagos. Sólo iluminan las velas adentro de botellas de plástico cortadas por la mitad. El río color de león se vuelve gris, plateado, extrañamente magnético. Ya empezó el diluvio. El aire todavía huele a esa mezcla de perfume y miel.


Fuente: Revista Ñ Clarín

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