Esquina. Gaona y Boyacá, en Flores. Allú funcionó el Café La Humedad. Ahora es un mini mercado. / MARIO QUINTEROS |
Por Eduardo Parise
La chapa, modesta y con un enlozado blanco pero ya tirando a gris,
estaba clavada una de las paredes de afuera. Con unas letras desteñidas,
que alguna vez habían sido azules, todavía se podía leer “Bar El
Progreso”. En 1968, sobre los vidrios de una tonalidad ligeramente
azulada, la presentación escrita era menos pretenciosa: sólo decía “Café
Bar”, sin otro aditamento. Sin embargo, para propios y extraños, aquel
lugar no tenía nada que le hiciera honor a ese nombre que aún se
adivinaba sobre la chapa en la pared. Para la gente, ese bar era
simplemente el “Café La Humedad”, el mismo que Cacho Castaña describió
aquel año con “una baladita” que, con el tiempo, se iba a convertir en
un “tangazo” de esta Buenos Aires bien tanguera.
El Café La
Humedad estaba en una de las cuatro esquinas de la avenida Gaona y
Boyacá, en el límite de Flores Norte. “Era en la ochava que está en
diagonal al bar Lumiton, que todavía existe”, confirmó el propio Cacho
Castaña para ponerle un punto final a las versiones que lo ubican en
otro cruce de Gaona. Claro que no lucía la misma elegancia de ese local
de la otra esquina, donde hasta había un sector para familias y damas
que una mampara separaba del salón. En La Humedad no se veían mujeres.
No porque su ingreso estuviera prohibido sino porque no se animaban a
entrar.
Como bien describe la canción, los vidrios de los
ventanales tenían un tono azul, recuerdo de tiempos mejores. Pero las
cortinas, que habían sido blancas, ya estaban amarillentas por el sol y
oscuras por la falta de jabón. “El baño no tenía puerta y cada vez que
llovía casi caía más agua adentro que afuera”, recuerda Cacho. Y
completa: “Es más, cuando en la calle paraba de llover en el local
todavía seguían cayendo las gotas”. De ahí que el paño verde de las
mesas de los billares estuviera siempre húmedo, para hacerle honor al
“alias” con el que lo conocían en el barrio.
De acuerdo con los
códigos que marcaba la tradición porteña, los dueños del local eran
“gallegos”, expresión genérica y “rantifusa” de la Ciudad para designar a
todo inmigrante español, aunque fuera extremeño o catalán. El mozo se
llamaba Antonio y era uno de los que debía salir corriendo cuando los
muchachos de aquella “barra eterna” cometían una de sus clásicas bromas:
hacían deslizar las tres bolas del billar por la vieja vía del tranvía
que pasaba por Gaona. Con el ligero declive aquellas bolas empezaban a
perderse en el horizonte, ante la desesperación del “gallego”.
El
final para el Café La Humedad llegó a principios de los años 70. Después
hubo una pizzería (algunos recuerdan que se llamaba “La Tuerca”) y una
vinería, enfrente de una farmacia. Lo que nadie recuerda es qué se hizo
de aquel gato que solía destrozar los cordones de los zapatos de quienes
se animaban a sentarse junto a una mesa y pedir un café.
En
Buenos Aires los bares siempre fueron motivo de inspiración para los
parroquianos que los frecuentaban. Se puede recordar aquellos que en un
tango cuentan leyendas como la del Café La Paloma, en Palermo, o el Bar
de Rosendo, en Corrientes y Maipú, que desapareció cuando se ensanchó la
avenida. Aunque si se habla de temas musicales famosos compuestos en un
café hay otro que destaca: “La Balsa”. Compuesta en 1966 por José
Alberto Iglesias (“Tanguito”) y Litto Nebbia, la canción se originó en
el Bar La Perla, en Jujuy y Rivadavia. Hoy, ese bar se autoidentifica
como “cuna del rock nacional”. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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