Marcelo Grosman vuelve a analizar el control social del cuerpo humano, trabajando con imágenes tomadas de manuales de
instrucción física o medicina.
Por Ana Maria Battistozzi
No es fácil pararse ante esa mirada. Atraviesa a quien se atreva
y acaso por eso el espectador se desplaza. Hacia un lado y otro y juega
a que juega pero en realidad no juega: escapa. Sí, escapa de esa mirada
que lo persigue a él como a esos cuerpos que habitan el interior de la
imagen: cuerpos que desfilan desnudos sometidos a ella. La mirada
escrutadora de la Ciencia no es nueva: tiene una larguísima historia. Se
parece demasiado al Ojo de Dios del cristianismo que el impulso
secularizador del siglo XIX transformó. Pero sus efectos permanecen bajo
otras formas.
Todo eso se cruza en la nueva serie de trabajos
que Marcelo Grosman muestra en la galería Foster Catena y se presenta
como un nuevo capítulo a la larga reflexión sobre el cuerpo que ocupa
gran parte de su producción y se ha hecho conocer en series como Biopolítica o Guilty . Pero a diferencia de Guilty ,
donde trabajó con imágenes de archivos pero eran imágenes estáticas, en
este caso son filmaciones cuyo origen no son registros documentales
sino manuales de instrucción.
Esta nueva serie, que lleva por título Movimiento perpetuo
se alimenta de esas fuentes, que tienen una referencia común: el
cuerpo humano. Cuerpos sometidos a revisaciones médicas, analizados bajo
parámetros de salud o enfermedad, experimentación o prácticas de
entrenamiento para el deporte o la formación militar de seguridad.
Imágenes todas en las que sobrevuela la vieja secuencia causa efecto
higiene-salud-moral. Y aunque nada se revele de manera del todo nítida,
el espectador intuye que hay allí un vínculo que tiene que ver con el
rendimiento del cuerpo o su domesticación. Un imaginario que pareciera
remontarse al siglo XIX o mucho antes y, como observaría Foucault, se
configuró en sintonía con las necesidades de la era industrial. Figuras
que se aproximan más al autómata, llamado a continuar la línea de
producción industrial, que al hombre del presente.
“Analicé miles de filmaciones de entrenamientos en las cuales es posible advertir que la forma de los cuerpos fue variando por completo, explica el artista. Pero lo interesante es que uno puede seguir cómo se fue construyendo una suerte de estándar de lo que se entiende por forma humana, Me interesó investigar cómo se produjo y cuándo se empezó a modelar todo eso. Porque un cuerpo pone de manifiesto el conjunto de síntomas de una educación y nunca lo hace de repente sino a través de una configuración que se estructura a través de los años”. Es el registro del cuerpo a través de la imagen que lo codifica, lo vuelve signo y lo controla.
De allí
que el conjunto de imágenes de “Movimiento perpetuo”, deliberadamente
inasibles y articuladas por el artista a través de un sistema de
lenticulares, pareciera responder a un imaginario de otra época.
Reforzado por el formato apaisado de cajas de luz, a primera vista lucen
como esos panoramas visuales de finales del s. XIX y principios del s.
XX.
Es que a Grosman no le interesa reflejar la actualidad. Es el
proceso de construcción de la representación corporal, que tuvo a la
fotografía y el cine como piezas clave, el foco de su atención. Y esto
involucra inevitablemente la dimensión del tiempo. Así, su trabajo es
también una reflexión sobre los poderosos aparatos de captura óptica que
el artista somete a un escrutinio tan intenso como los cuerpos que
desfilan ante el ojo científico en sus imágenes.
¿Cómo y cuándo el
sistema de captura óptico empezó a modelar y controlar la
representación social del cuerpo?, se interroga el artista al analizar y
recomponer la ingente cantidad de fragmentos de filmaciones que ha
producido ese género menor que son los instructivos de salud y
entrenamiento corporal. Su intención es investigar también la carga
histórica que connota al medio que él usa para su propia expresión. Es
decir una vuelta de su práctica sobre la práctica misma, que es lo que
ha caracterizado el giro conceptual de la fotografía contemporánea.
Cuerpos amaestrados |
Pero
su interés por la reflexión no lo lleva a perder de vista la dimensión
poética que le otorga un carácter sensible a su imagen. Bien distinto
del lenguaje justo y preciso del instructivo fílmico. Lo suyo es también
una operación de desplazamiento metafórico que apunta a la experiencia
del espectador obligado a desplazarse para completar el sentido.
¿Cómo
lo logra? Con una técnica compleja y precisa. Dado que sus fuentes son
películas de instrucción o entrenamientos policiales o sanitarios, el
instrumento elegido para adaptarlas es el lenticular que puede dar la
idea del movimiento. Cada imagen está constituida por catorce
fotogramas, que a su vez están constituidos por una serie de posiciones
como en esos juegos en que un ojo se abre y se cierra. El resultado de
ese desplazamiento metafórico y espacial transforma cada imagen en
sentido poético.
Gracias a esa operación estética, la filmación
de un paciente en estado catatónico se transforma en fantasmagoría o en
encandilamiento como en esas “iluminaciones profanas” de las que hablaba
Walter Benjamin. Las imágenes de Movimiento perpetuo
participan del formato de cine en la pantalla y por momentos evocan la
estética del cine expresionista desde el color y la iluminación.
En
algún sentido cada pieza tiene la dinámica perceptual de la escultura,
no sólo por su volumen sino porque le impone un desplazamiento al
espectador y su sentido se manifiesta plenamente en una instancia que
implica tanto al tiempo como al espacio. Detrás de todo esto está la
tecnología propia de la época que, como parte del proceso de producción y
reproducción le confiere a cada imagen su propia impronta y
singularidad.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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