Participan artistas de todo el mundo. Y se cruzan con los lugareños y sus tradiciones indígenas. Y suena el rock. |
Por Gabriela Cabezón Cámara
RESISTENCIA. ENVIADA - La ecuación tradicional es escultura = museo o monumento. La obra distante y quieta. En Resistencia, “Capital Nacional de la Escultura” con más de 550 obras en la calle, no: acá, la cosa oscila entre escenas que parecen de Crónicas Marcianas y una kermesse.
RESISTENCIA. ENVIADA - La ecuación tradicional es escultura = museo o monumento. La obra distante y quieta. En Resistencia, “Capital Nacional de la Escultura” con más de 550 obras en la calle, no: acá, la cosa oscila entre escenas que parecen de Crónicas Marcianas y una kermesse.
Hay
una chica coreana que parece un astronauta, Im Ho Young, con casco,
anteojos de soldador, barbijo y una amoladora rechinante que levanta una
nube y tapa el bloque de mármol sobre el que trabaja; una dama antigua
con paragüitas y soldado a tono a su lado; una nenita con síndrome de
down y sonrisa hermosa corriendo hacia ellos; un oso hormiguero gigante
de arena; una mujer golpeando y poniendo sobre fuego y en agua un pedazo
de hojalata hasta hacer de él un cuenco; familias numerosas y una
monja, sola, de blanco, haciendo cola para darle una vuelta al Río Negro
en lancha, un gran meteorito –pieza fundamental de la cosmogonía
mocoví– de puro chocolate; Santa Oliva, una mujer qom que enseña a
quien se acerque a participar, cómo trenzar la totora con la que está
construyendo, junto a los artistas Juan José Mosca y Pablo Leiva,
también qom, un yaguareté de colores tan vivos como el riesgo de
extinción que corre la especie, –riesgo que la obra denuncia–; un nene
comiendo chipá que le pide a la madre un juguete, hecho con desechos,
del artista porteño Quique Gurevich; adolescentes que pisan el césped y
se sientan a tomar mate al sol; un contingente de chicos ciegos que
tocan las figuras que están apareciendo en la madera y la piedra y
gritan su alegría en vocecitas agudas; grupos de jóvenes muy jóvenes
tallando maderas a toda velocidad; una fuente de aguas danzantes con
bailarinas haciendo lo propio adelante. Y el ruido de la música que
bailan y las distintas radios, las bandas de rock y los altoparlantes
desde donde se llama a los padres de los niños perdidos y se invita a
los distintos eventos. Y el silencio y los gestos pausados de las
mujeres wichis y qom del Impenetrable chaqueño que venden sus artesanías
de chaguar en el puesto del Mercado Nacional de Artesanías
Tradicionales. Y todo el mundo un poco pálido bajo el sol radiante: la
nube de polvo de mármol deja leves velos blancos sobre cada visitante.
“Adelante”. Alessio Ranaldi trabaja sobre los calendarios/ gustavo torres |
Esto
sucede, todo a la vez, durante una semana en un espacio de siete
hectáreas, el predio de la Bienal Internacional de Escultura del Chaco,
que de eso se trata esta fiesta que parece salida de la mente de Mijail
Bajtin, el teórico ruso que pensó la celebración popular como una mezcla
de lo alto y lo bajo, de la cultura de élite y de la popular, de la
cabeza y del cuerpo, de los ricos y los pobres, todo y todos juntos.
La
Bienal termina hoy y está que arde. El año pasado, los visitantes
fueron 150 mil –en esta ciudad viven 400 mil personas– y, calculan los
organizadores, este año serán muchos más.
Hay más de cien artistas
y dos competencias: una, la del mármol, la grande, la internacional, en
la que participan, a martillazo, cincelazo y moladorazo limpio, 12
escultores –elegidos entre 251– de India, Corea del Sur, Cuba, Irán,
Italia, Japón, México, Portugal, Siria, Taiwán y Perú, además de
Argentina. La otra, la de madera, convoca a 16 escuelas de Bellas Artes
de todo el país.
El lema que eligió este año la Fundación Urunday
–que, dirigida por el escultor Fabriciano Gómez organiza, con apoyo
gubernamental, este evento que se sostiene hace 25 años– es “La
profecía”. Y eso es lo que se ve emerger de los bloques de mármol: cada
escultor le arranca su visión. La obra de la coreana Im Ho Young es una
reflexión sobre “el futuro lejano”, en el que, profetiza, habrá
“ilusiones del pasado que ya no existe”.
El sirio Elías Naman
talla “una mujer cubierta con un velo como la vida y el futuro cubierto
por el misterio y la profecía que revela los misterios”. El peruano Aldo
Shiroma Uza –que ya estuvo en dos bienales y es una estrella: le piden
autógrafos que firma en ¡pedacitos de mármol!– talla un dragón enroscado
en un árbol. Se explica: “Este dragón y este árbol simbolizan la
renovación, el encuentro de Oriente y Occidente. Porque la profecía
habla de la transformación”.
El clímax de la Bienal será hoy a las siete de la tarde, cuando se sepa quién ganó la competencia internacional.
La
fiesta sigue hasta mañana a la noche. Y, en un sentido, no se acaba,
porque de eso se ocupa la fundación que la organiza: todas las obras se
quedan en las calles de Resistencia.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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