Figura, 1962, óleo sobre tela. / GENTILEZA MUNTREF
Por Elba Pérez Para LA NACION
El campus de Caseros inició la temporada con una muestra ejemplar que reúne, pero no puede agotar, la ingente actividad de Luis Seoane. Para hacerla posible se concertó el saber de Laura Buccellato -curadora y directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires- con aportes de colecciones públicas y privadas, así como de la fundación coruñesa que lleva el nombre del artista, sostenida por sus familiares. Ciento treinta grabados, óleos y una programación inteligente y participativa proyectan su obra de muralista, escritor, ceramista, publicista y militante cultural antifascista. En estos frentes combatió con denuedo, contra viento y marea. Introdujo entre nosotros las vanguardias europeas, hizo propia la tradición argentina (criolla, decía él con precisión) y vivificó con acento propio esa erudición plural que supo compendiar con la sencillez aparente del pensamiento complejo llegado a feliz término. "Buena como el pan", así calificó Julio Payró la obra plástica de Luis Seoane. Y, como el pan, es necesaria la íntegra ética del hombre y del artista polifacético, cuya luminosa estela alumbra en Buenos Aires y en La Coruña. En la ciudad junto al Río de la Plata nació en fecha augural (1910) y murió en 1979 en su entrañable Galicia, al socaire de la Torre de Hércules, erigida por los romanos, único faro que guía las zozobras de los marineros que afrontan la Costa da Morte. Estos pormenores no son baldíos. Saberes ancestrales, míticos, cultos, eruditos y populares, propuestas audaces de su tiempo, a todas las instancias atendió con vitalidad y sutileza de difícil equilibrio. Seoane fue rara avis . La muestra hace ancla en la obra gráfica. Es un acierto, porque los recursos del lenguaje xilográfico, tan remotos como adecuados al espíritu contemporáneo, inspirador de la imprenta, y de uso popular y proselitista, inspiraron su obra de ilustrador y editor. Y es inocultable su incidencia en los murales del Teatro Municipal General San Martín ( El circo criollo ), Sociedad Hebraica Argentina y otros realizados en edificios privados. Con dibujo de línea cerrada, figuraciones sintéticas y articuladas en áreas de color -a menudo desplazadas- le permitían poner en juego la dinámica sin perder la bidimensionalidad del muro. Las figuras protagonistas actúan como en el estarcido, dando contundencia a la forma destacada sobre el fondo. En correlato, el color es de tintas puras, planas, sin claroscuros ni alusiones de volumen. Seoane era ducho en vivificar superficies sin alterar la unanimidad del tono. Es la alianza entre la sabiduría del artista, conocedor y protagonista de las vanguardias del siglo XX, que abrevaba en el arte medieval y en la gracia espontánea de los olleros gallegos. Cabe recordar que, en Sargadelos, España, y en la localidad bonaerense de Magdalena, creó la industria cerámica junto al laboratorio experimental de formas. Fue su avatar de la utopía de la Bauhaus, abortada por el nazismo. Abogado de la República Española, Seoane conoció bien el azote dictatorial. En su galleguidad y convicciones democráticas hizo ariete para la totalidad de su múltiple acción.
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