"EL TIEMPO ES EL ÚNICO QUE PUEDE DEFINIR QUÉ ES EL ARTE"



Su primer cuadro lo vendió a los 40.
Más que artista, se considera un trabajador que no se condiciona al momento.
GUILLERMO ROUX. PINTOR. CON 82 AÑOS, DA CONSEJOS SOBRE CÓMO ENCARAR LA VIDA.

Por Einat Rozenwasser

Como dicen los reos de la esquina, la risa va por los barrios”, larga Guillermo Roux. Y se ríe. Son “los muchachos” con los que comparte mesa en el bar que está en diagonal a la estación Martínez del Mitre. “Cuando salgo a caminar voy para allá. El otro día llegaba con cara de complicaciones y uno me dice: ‘Pibe, te voy a enseñar cómo es la vida, no le des tanta vuelta. Suena la campana de largada, todos salen, hay un pelotón que se adelanta, otros que quedan más atrás, y al final está la llegada. Cuando la ves, si podés, poné la fusta adelante y estirá el cogote. Y si no podés, tranquilo, también vas a llegar. Todos llegan”, sigue.
Si no fuera por el énfasis que le puso unos pocos minutos atrás a eso de que había que borrar por completo el concepto de “gran artista” se podría hablar de sus pinturas, sus premios, sus distinciones. “Si empezamos con eso, empezamos mal. Lo que hay es un trabajador que tiene un oficio. A veces lo hace mejor y otras peor. Si después en algún momento sale algo que se llama arte, mejor. Pero es una categoría que no le pertenece al autor, lo dice alguien que viene de afuera”, define.
Roux pasó los últimos tres años preparando un enorme mural para la legislatura de la provincia de Santa Fe. No es el primero. Sus trazos también están en las Galerías Pacífico, en el hotel Hyatt y en el lobby de la torre que César Pelli diseñó para el ex BankBoston, en Catalinas Norte (“muestra lo que había ahí cuando yo tenía 17 ó 18 años, vacas, inmigrantes, los prostíbulos de la Recova y donde ahora está el Sheraton un parque de diversiones que se llamaba el Parque Japonés, con música, juegos y mucha gente dando vueltas”).
“Pintar es estar dentro de uno mismo, despojarse absolutamente”, dice. Eso, y salirse de los intereses que representa el mercado. “Cuando el mercado manda empieza el desastre”, apunta.
Roux vivió siempre de su oficio, pero vendió su primer cuadro a los 40 años. Antes fue maestro de dibujo, hizo viñetas e ilustraciones y otras tantas cosas. “El oficio tiene de todo. Habrá cosas menos espectaculares, más anónimas, más difíciles, pero hay que hacer todo lo mejor que se pueda, ese es el secreto. Alguien podrá hablar de arte pero, ¿quién lo dice? ¿quién clasifica? ¿por qué? El tiempo es el único que puede definirlo, lo demás son macanas”, sostiene.
Le decían que lo suyo no era “lo que buscaba el mercado”, y siguió adelante defendiendo la vocación de hacer lo que le diera la gana. “Cuando empecé el arte era abstracto o figurativo, el enfrentamiento entre el capitalismo de los Estados Unidos y el proletariado soviético que quería conquistar el mundo. ¿Y si no entrabas en una ni en otra qué pasaba? A veces te toca el medio y si perdés ese medio te perdés a vos mismo y ¿de qué te sirve? La pregunta es si tenés que condicionar el yo profundo al vaivén de las circunstancias. Tengo 82 años y he visto cambiar las circunstancias unas 70 veces. Si hubiera cambiado esas 70 veces no sería yo”, avanza. Se trata de resistir, que todo cambia y todo vuelve. “De otra manera, uno nunca vuelve igual”, concede.
El punto es desterrar la negativa. “El ‘no’ es lo que está afuera, lo que no sos. Dentro de lo que sos todo es sí. Parece simple, pero no lo es tanto. Es tu sintonía y hay que defenderla. Y no esperar premios. Viene la buena, agradecido al cielo. Después vendrá la mala. Como la risa: cuando está en un barrio, en el otro lloran. Pero vuelve, nada es definitivo. La cuestión es así: un durazno tiene la carne y el carozo. Podés pinchar la carne, cortarla, hacer lo que quieras. Pero al carozo no lo toques, es la semilla, lo planto y nace otro durazno”, compara. Y, claro, si te gusta, tenés que bancarte la pelusa.

Fuente: clarin.com

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