Sobre escritores más o menos conocidos, vivos o
muertos, que se aparecen en cualquier esquina. Además, escenas
artísticas sobre el dormir y clásicos del cine en Youtube.
La ciudad está continuamente haciéndose visible e invisible.
Para ser más preciso: la ciudad está llena de personas y fenómenos que
uno puede ver o no, según su predisposición. Una vez, por ejemplo, hace
mucho tiempo, estaba haciendo una investigación sobre enanos y me pasaba
que veía enanos todos los días y en cualquier lugar. Pero desde que
terminé ese trabajo no los veo más. Ahora, por un hábito que ya es
crónico, siempre estoy pensando en escritores –porque leo sus
libros, pero también porque los imagino, supongo, como si fueran ellos
mismos personajes de una gran novela–, entonces siempre veo escritores
por las calles. El otro día, almorzando en un comedor en la esquina de
Ecuador y Arenales, Sergio Chejfec se sentó en la mesa delante de la
mía, y luego entró –altísimo y vestido de negro, como siempre, pero sin
bigotes– Martín Caparrós. No lo conozco, pero lo vi y le dije, “¡Hola,
Caparrós!” Me miró confundido y yo le expliqué, “No me conocés. Te leo
nomás.” Me sonrió amablemente y se sentó con Chejfec. La semana pasada
me compré Historia del dinero en la librería La Barca y fui a almorzar a
un café de la calle Cabello. Me senté en un ventanal sobre la vereda,
mirando hacia el sur, y me puse a leer, muy contento. Al rato miré para
arriba y vi venir caminando a Alan Pauls. Como un boludo, le di la señal
de pulgar para arriba y alcé su libro casi como si alzara una paleta en
una subasta. Me sonrió pero no detuvo el paso; más bien, lo aceleró.
Una noche, en un café que sé que le es habitual, sobre la calle Santa
Fe, vi a Juan José Sebreli e impulsivamente saqué mi teléfono para
hacerle una foto. El ensayista me pescó en el acto y me miró perplejo.
Intenté disimular, sonriendo y saludando exageradamente, como si
estuviera sobre un crucero que zarpara a Europa en el año 1930. El otro
día sobre Charcas vi a Eduardo Galeano, caminando con paso firme. Frené
sin decir nada e inmediatamente me dio una enorme tristeza no haberle
dicho nada. ¿Pero qué le iba a decir?
Una vez vi a Samuel Beckett. Era el invierno de 1997, un domingo por la tarde. Bajaba en bicicleta a toda velocidad por Corrientes. Recién había pasado el Abasto que aún no era shopping. Vi a Beckett parado en una esquina. No paré, fue un instante. Ya sé que murió en diciembre de 1989. Ya sé que no era Beckett. Pero era él. Se los juro.
Por Andrés Hax
Una vez vi a Samuel Beckett. Era el invierno de 1997, un domingo por la tarde. Bajaba en bicicleta a toda velocidad por Corrientes. Recién había pasado el Abasto que aún no era shopping. Vi a Beckett parado en una esquina. No paré, fue un instante. Ya sé que murió en diciembre de 1989. Ya sé que no era Beckett. Pero era él. Se los juro.
Los grandes del cine en la pantalla del ordenador
Por Andrés Hax
YouTube estará tramando algo, porque su sitio está lleno de
excelentes películas completas, muchas con subtítulos. Dentro de poco,
me imagino, anunciarán un servicio pago. Pero mientras tanto, hay que
aprovechar. Un lugar excelente para enterarse de nuevos posts de
cinearte (para usar esa palabra detestable) es el blog biblioklept.org
debajo del tag “Film”. Orson Welles, Ingmar Bergman, Luis Buñuel, Werner
Herzog, Pier Paolo Pasolini, Andrei Tartovsky, son algunos de los
directores que encontrarán. De paso, el blog, aunque en inglés, tiene
sus encantos, en particular sus frecuentes posts de cuadros de gente
leyendo.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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