Las agobiantes y laberínticas formas arquitectónicas
que muestra Jorge Miño en Praxis tienen una doble condición que las
acerca a un mal sueño: pesadez y fragilidad. Algo que es imposible no
vincular con el clima social de estos tiempos.
Por
Ana Maria Battistozzi
Como primer dato, los trabajos que Jorge Miño expone en la
galería Praxis darían la impresión que la arquitectura se mantiene como
el sujeto fundamental de sus series fotográficas. Más aún cuando el
conjunto propuesto por la curadora Ana Martínez Quijano talla
visualmente con el espacio quebrado de la galería, sus diferentes
niveles y escaleras. El ámbito parecería activar así un diálogo dirigido
a exceder los límites de cada obra en particular o continuar por otros
medios el renovado interés del artista por las formas arquitectónicas.
Con
todo, tan pronto como el espectador se interna en el limitado universo
de ese sistema de relaciones, empieza a advertir algo levemente
distinto. Que no se revela en las inéditas relaciones con el espacio
real que impone la presencia a escala mural de la perspectiva forzada de
un techo; ni tampoco se detiene en las delicadas superficies de las
imágenes, sino que habita más bien el interior de ellas. Son planteos
que sacan a la luz una reflexión del artista sobre los modos de
construcción de la imagen misma. Que vinculan su experiencia como
fotógrafo, con la pintura y la escultura y remite a códigos que fueron
definidos en largos procesos históricos. Todo a medida que el arte fue
incorporando nuevas tecnologías de producción, entreveradas en esta
oportunidad.
Estos procesos surgieron con los cambios de la
fotografía analógica a los procesos digitales e implican tanto a la toma
directa como la manipulación de imágenes de archivo. Pero a su vez
incluye la recuperación de procedimientos pictóricos que incorporan
tratamientos especiales para las superficies, forzado de imagen a su
máxima posibilidad para obtener una textura o una cualidad escultórica
particular. Todo eso enfrenta al autor con la ortodoxia de la fotografía
tradicional moderna. Pero ¿qué otra cosa ha hecho este artista desde
que se inició en la práctica de la fotografía.
Todas estas reflexiones –que despliega la última serie de Miño, En silencio–
muestran en él una formación general en el campo de prácticas
artísticas que permaneció oculta detrás del protagonismo de la
fotografía.
SIN TÍTULO. 2013, impresión digital sobre papel de algodón.
|
Hoy reconocemos al fotógrafo que, tan pronto como su
carrera empezó a hacerse conocida a comienzos de 2000, se ubicó dentro
de un linaje de fotógrafos que adhirieron a esa lingua franca que acuñó
la escuela de Düsseldorf y se expresó en una estética asociada a rasgos
y síntomas distintivos de la tardomodernidad. Miño, como tantos otros
fotógrafos de su generación, suscribió esa mirada desapasionada y
distante. Una visión que participó de un interés por el registro
taxonómico de una realidad cuya presencia se impuso desde el vacío, la
insignificancia infinita de los seres que la habitan o la melancolía que
produce el vestigio moderno inerte.
En Miño ese estado
melancólico afloró más de una vez en distintas series, que es el modo en
que él hizo conocer su producción. En una de las más tempranas y
recordadas, Mecanismos, retrataba maquinarias de
impronta industrial y tono menor: máquinas de cortar fiambre, de coser,
moler café, hacer pastas, planchas de tintorería. También sierras y
cepillos de carpintero. Todos artefactos al límite de lo doméstico, en
expectante pulcritud. Vinculados aún a la acción del hombre pero
detenidos en un tiempo difícil de definir.
En otra instancia sus
fotografías hicieron lugar a la arquitectura a través de grandes
espacios desolados, otro tópico de su estética que lo emparentó desde
distintas perspectivas con los discípulos de Düsseldorf, Cándida Hoffer,
Axel Hütte y Thomas Ruff. En esos trabajos remarcó puntillosamente la
desolación en cada puesto de despacho de aeropuerto o en cada silla
vacía de un salón. Pero en un cierto momento la morfología enfatizada y
distante de sus objetos y arquitecturas perdió solidez. Se volvió
espectral en medio de un juego de solarizaciones y efectos de
exposiciones prolongadas. Un juego de color llegó a transformar un
laboratorio en un parque de diversiones y viceversa. En ese punto el
proceso de disolución de las formas derivó en un formalismo que parecía
negar los propios recorridos experimentales del artista al reconducirlos
por itinerarios vastamente transitados en la modernidad.
La
última muestra que Miño realizó en Foster Catena, centrada de manera
casi obsesiva en el objeto escalera, caía en ese desvío.
SIN TITULO. 2013, impresión digital sobre papel de algodón. 100 x 150 cm. |
Afortunadamente, en el mundo de las imágenes, como se ha señalado hasta el cansancio, no son los discursos laterales lo que cuenta sino lo que ellas mismas pueden sugerir. Y lo que sugiere esta serie de Praxis es que Miño pudo salir del laberinto de los juegos formales y recuperar para sus imágenes la capacidad de revelar los síntomas de estos tiempos. Expresar indistintamente la falta de certezas y los excesos de poder. ¿A qué otra cosa si no a esto último podría aludir el agobiante peso que se abate sobre el espectador desde la imagen mural de tres metros por cinco que ocupa un lugar central en la muestra de Praxis? Casi una pesadilla en la perspectiva acelerada de un techo oscuro. Miño se vale de los recursos estéticos propios de la tradición que iniciaron los Becher en Düsseldorf. De la pesadez y el clima de parálisis que trasmitieron sus formas arquitectónicas pero cambia su sentido. Como Frank Gehry, que descalabra visualmente sus edificios y los organiza alrededor de la noción de inestabilidad, Miño hace que sus escaleras luzcan como velos a merced de un soplo de viento. La estrategia desdramatiza la inquietud que eso produce al introducir una dimensión poética que no contenían las variaciones formales precedentes.
Pero
no es todo: interesan también las novedades que aportan los
procedimientos. Es curioso cómo las posibilidades de lo digital vienen
acercando a los fotógrafos cada vez más a la pintura o la escultura.
Miño no sólo compone y trabaja digitalmente sus imágenes –a veces
propias y a veces ajenas que toma de distintos archivos– sino que al
manipularlas persigue efectos pictóricos o escultóricos, como puede
apreciarse en esta serie. Y no sólo a través de las veladuras que
obtiene en laboratorio, en el marco de procedimientos que podrían
considerarse todavía fotográficos, sino que aplica capas de pintura
metalizada sobre las superficies para conseguir ese efecto evanescente
que exhiben algunas de estas imágenes. En otros casos es la superficie
del papel de algodón lo que aporta esos efectos mórbidos. Y aunque en la
base aún permanece el referente fotográfico, las sucesivas capas de
intervención que operan sobre él modifican radicalmente su cualidad
original.
FICHA
Jorge Miño
Los sueños de la materia
Lugar: Praxis, Arenales 1311.
Fecha: hasta el 20 de abril.
Horario: lunes a viernes, 10.30 a 20; sábados, 10.30 a 14.
Entrada: gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín
No hay comentarios:
Publicar un comentario