LEONARDO AL POR MAYOR




La muestra “Da Vinci: pintor en la Corte de Milán” exhibe un número jamás reunido de obras del genio florentino.

En alguna de las muchas variantes del gastado Cuestionario Proust aparece la siguiente pregunta: ¿A qué personaje histórico le hubiese gustado conocer? Si el elegido fuera el autor de “La Gioconda” , la exposición Leonardo da Vinci: pintor en la Corte de Milán será lo más cerca que uno pueda arrimarse a esa fantasía.
Organizada por la National Gallery de Londres –luego de cinco años de preparativos– la muestra reúne por primera vez en la historia casi la mitad de las veinte pinturas atribuidas a Leonardo, además de unos sesenta bosquejos, borradores y páginas dibujadas por el genio del Renacimiento.
Junto con las obras pertenecientes a la National Gallery y muchas prestadas por la reina Isabel II (dueña de la mayor colección de dibujos del artista florentino), hay otras cedidas por los Museos del Louvre, el Vaticano, el Hermitage, la Galleria dell’Academia y el Metropolitan Museum of Art, entre otros, además de piezas provenientes de museos, galerías y colecciones privadas de Milán, Budapest, Escocia, Viena, Cracovia, Berlín… Que todas estas obras jamás hayan sido expuestas conjuntamente explica por qué la venta de entradas por Internet agotó su cupo antes de la inauguración el 9 de noviembre, y que la única manera de conseguir alguna antes del cierre –el próximo 5 de febrero– sea armándose de paciencia durante un promedio de casi tres horas de cola para comprar por 16 libras alguno de los 500 pases diarios, como hizo este cronista.
La ambiciosa idea de empalagarse de Leonardos comenzó cuando la National Gallery concluyó la restauración de “ La Virgen de las rocas” , la segunda versión de esta obra realizada por Da Vinci durante su estadía en el ducado de Milán entre fines de las décadas de 1480 y 1490, contratado a sueldo fijo por Ludovico Sforza. Esto le permitió despreocuparse de vivir gracias a los trabajos por encargo, y dedicarse a explorar nuevas maneras de percibir y registrar el mundo, con especial atención a la anatomía humana, el alma y las emociones, como puede observarse al recorrer las siete salas dispuestas para la exposición, seis en el ala Sainsbury y una última dedicada exclusivamente a “ La última cena” , en la sala Sunley.
¿Por qué no reunir entonces, por primera vez en quinientos años, aquella obra recién restaurada con su melliza del Louvre, pintada por Da Vinci unos años antes? ¿Y por qué no sumar ya que estamos el “ Retrato de un músico” de la Biblioteca Ambrosiana de Milán, el “ San Jerónimo” del Vaticano, “ La dama del armiño” de la Fundación Czartoryski de Cracovia y la “ Belle Ferronnière” también del Louvre? ¿No sería también una buena oportunidad para exhibir por primera vez en público el “ Salvator Mundi” , un retrato de Cristo perteneciente a una colección privada y que fue atribuido a Leonardo recién a mediados de este año (el mismo que en 1958 había sido vendido en una subasta por sólo 45 libras)? ¿Y si de paso se aprovechan todos los borradores y bosquejos sobre “ La última cena” para exhibirlos junto con la copia en tamaño original realizada por su discípulo Giampietrino? El viento de los siglos logró el milagro. A cada paso se respira belleza, genialidad, asombro, incredulidad, éxtasis, eternidad. Quizá sea en sus dibujos, algunos en papeles diminutos, otros abarrotados de ideas sobre anatomía, arquitectura o el perfil de un rostro, todo en un mismo rectángulo de papel, donde más puede asomarse el visitante a la tormenta de pensamientos e intereses simultáneos que acosaban su espíritu sensible y su talento privilegiado.


Fuente: Revista Ñ Clarín

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