Desde
mediados del siglo XIX, dentro de un contexto internacional de
acelerada expansión mercantil y de exportaciones industriales, aparecen
los primeros testimonios de ingeniería civil, actividad con crecimiento
exponencial en la primeras décadas del siglo XX, cuando los mejores
profesionales eran convocados a la remota Argentina
La
valoración y preservación del patrimonio en la Argentina ha consagrado
ya varios "sistemas patrimoniales" en la apreciación del público así
como también -aunque de manera menos extensiva- en la protección legal y
en la gestión. Entre los "patrimonios" tutelados podemos incluir el
acervo precolombino y colonial, una parte de la arquitectura del
eclecticismo de fines del siglo XIX y principios del XX, como así
también de la arquitectura moderna. Y por supuesto distintas "series"
tipológicas como los edificios para teatros o estaciones del
ferrocarril, o las estilísticas como el Art Nouveau o el Art Déco. Sin
embargo, todo un gran "sistema patrimonal" de la Argentina sigue aún
siendo poco conocido y apreciado, y mucho menos consagrado o preservado.
Se trata, a grandes rasgos, de las construcciones del campo de la
ingeniería erigidas a lo largo y a lo ancho del país, que abarcan áreas
tan diversas como la infraestructura, el transporte, la energía y las
comunicaciones. Y que han forjado, tanto o más que la arquitectura, el
paisaje urbano y rural de todas las provincias.
La diferenciación del "patrimonio de la ingeniería" del
resto del patrimonio construido durante una época histórica se
corresponde con el nacimiento y desarrollo de la disciplina como tal.
Esto es, los siglos XIX y XX, cuando la ingeniería se separa de la
arquitectura con el afianzamiento de la ciencia y el advenimiento de la
tecnología y se convierte en disciplina autónoma. Anteriormente todo
estaba englobado dentro de un saber teórico y práctico integrado, donde
los diseñadores y los calculistas eran uno solo, la construcción
abarcaba tanto obras simbólicas como funcionales y así el patrimonio
edificado se englobaba dentro de una misma categoría: romano, gótico o
barroco. Buscar las primeras trazas del patrimonio de la
ingeniería en la Argentina puede llevar a examinar los más notables
trabajos de infraestructura del período precolombino y colonial. Éstos
se encuentran en las obras ocultas de irrigación, saneamiento y
comunicaciones que hicieron los pueblos originarios y después los
jesuitas o los ingenieros militares de la Corona española. La historia
continúa con algunos pocos testimonios del período posterior a la
Independencia, que quedaron casi todos en proyecto por la escasez de
recursos. Dique en Cruz del Eje, provincia de Córdoba. Pero
sería desde mediados del siglo XIX, dentro de un contexto internacional
de acelerada expansión mercantil y de exportaciones industriales,
cuando aparecen los primeros testimonios de la ingeniería civil,
actividad de crecimiento exponencial en los años sucesivos. Y que por
varias décadas, hasta la Primera Guerra Mundial, estaría mayormente en
manos de profesionales extranjeros ligados a inversiones europeas. Con
los británicos a la cabeza se desplegaron las redes de ferrocarriles,
las obras sanitarias y las instalaciones portuarias por distintas partes
del país, impulsadas por la energía a vapor con el carbón como
combustible, el uso de componentes prefabricados de hierro y la
tradición funcional inglesa de estructuras de ladrillo. Varios países
(Francia, Alemania, Bélgica) participaron de la construcción de esa
infraestructura y no pocas veces, como sucede siempre en la Argentina de
la época, intervinieron ingenieros de diversas procedencias y también
argentinos. El desarrollo del país hizo necesarios establecimientos
industriales de diversa escala, donde también los ingenieros estuvieron a
cargo del proyecto de los edificios y del equipamiento. Surgieron así
obras monumentales, por no decir ciclópeas, muchas de las cuales siguen
en uso y que hoy jalonan el territorio nacional en distinto estado de
conservación: estaciones de ferrocarril, puentes, viaductos, túneles,
tanques de agua, casas de bombas, docks, depósitos, fábricas, talleres.
También por esa época, en 1865, se crea la Facultad de Ciencias Exactas
de la Universidad de Buenos Aires, donde enseñan inicialmente profesores
de origen italiano y egresan los primeros ingenieros argentinos como
Luis A. Huergo. Al mismo tiempo actúa un destacado grupo de ingenieros
alemanes que funda, con otros colegas argentinos y extranjeros, la
Sociedad Central de Arquitectos.
Hacia 1900, acaballado sobre el positivismo, el
higienismo, el taylorismo y el cientificismo, el campo de la ingeniería
se hizo más ecléctico y cosmopolita, como tantas otras disciplinas en el
país. Ya entonces la ingeniería argentina había echado raíces. Poco
antes habían sido fundados tanto el Centro Argentino de Ingenieros como
la Escuela Industrial Otto Krause, y varias empresas constructoras
extranjeras y nacionales muy activas habían asentado sus sedes en Buenos
Aires, Rosario o Córdoba. El emergente hormigón armado comenzó a
desplazar el acero para las construcciones, la energía eléctrica
reemplazó la de vapor, se expandieron las telecomunicaciones y los
avances en invenciones y descubrimientos abrieron pista a los
automóviles y a los aviones que necesitaron de redes e instalaciones
específicas. Surgen entonces nuevos tipos de construcciones: usinas
eléctricas, silos y elevadores de granos, rutas y caminos, diques y
embalses, centrales telefónicas y estaciones de radio, establecimientos
mineros y siderúrgicos. Tanque de agua, Villa Mercedes, provincia de San Luis. A
partir de la Primera Guerra Mundial se abrió una nueva época con
sustitución de importaciones, creación de empresas y organismos públicos
con equipos técnicos propios (Ferrocarriles del Estado, Obras
Sanitarias de la Nación, YPF, Dirección Nacional de Vialidad, Agua y
Energía). Se desarrolló entonces un nuevo ciclo en la construcción de
infraestructura, ya del siglo XX, fundamental para el desarrollo del
país, con obras de gran jerarquía y originalidad que pasaron a formar
parte del paisaje local y regional. Muchas de estas construcciones
tienen excepcionales valores históricos, culturales, tecnológicos,
paisajísticos, así como también estéticos, que es necesario redescubrir y
difundir. Esta tarea es de las autoridades, de los medios pero
fundamentalmente de los profesionales de la construcción, ingenieros y
también arquitectos, que deberían aunar esfuerzos para reintegrar el
patrimonio cultural inmueble de la nación.
Valoración y preservación
Silo, provincia de La Pampa. La preservación del patrimonio de la ingeniería a nivel
internacional se inicia en la década de 1960 en Inglaterra, justamente
el país donde se inició la Revolución Industrial en la segunda mitad del
siglo XVIII, que se expandió luego por todo el mundo. Después de varias
décadas de prédica, sigue siendo un patrimonio con sus problemas de
valoración y preservación específicos. Que comienza con cierto desprecio
por las connotaciones contaminantes y depredatorias que tiene hoy el
desarrollo en la Modernidad y sus manifestaciones industriales. Aunque
contrariamente a la arquitectura que hasta principios del siglo XX
pretendió ser casi eterna, las obras de ingeniería fueron diseñadas para
cumplir un ciclo; es decir, casi efímeras. Y más allá de su valor
histórico, económico y social, las construcciones del campo de la
ingeniería basan su inesperada o sorprendente estética en la expresión
de una descarnada funcionalidad a la que no es sensible el público en
general. Por el contrario, tienen gran capacidad de ser adaptadas y
recicladas, aunque en el intento muchas veces pierden parte de su
carácter y potencia. Sobre las obras de ingeniería, tanto las que
preservan su uso original como las que han sido renovadas, rara vez se
hace conservación y casi siempre mantenimiento. Y muchas veces su
obsolescencia y decadencia parecen disminuir su "agresividad" y aumentar
su valor estético. De cualquier manera, deberían interponerse acciones
de registro, difusión y preservación de este patrimonio nacional tan
importante como los demás.
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