Trabajando. Esta es una de las muchas y sugerentes escenas que Liliana Porter compuso para “El hombre con el hacha y otras situaciones breves”, su nueva muestra./FOTOS GERMÁN GARCÍA ADRASTI |
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Minúsculo, el reino de lo diminuto se devela en la obra de Liliana Porter, especialmente en El hombre con el hacha y otras situaciones breves,
la exposición que se acaba de inaugurar en el Museo de Arte
Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Formada por una instalación
central que lleva ese título, más algunas pequeñas escenas que la
acompañan y un conjunto de dibujos, la muestra se expone en la sala 3
del museo.
Como es típico en la artista desde hace años, utiliza
en la obra central pequeños muñequitos vintage, porcelanas rotas, sillas
descasquetadas, piedras, maderas antiguas, brillantina y pigmentos de
colores, sobre una inmensa tarima: allí Porter propone una catarata de
situaciones múltiples, a primera vista disparatadas pero siempre
poéticas. No, la artista no las piensa previamente: las va armando sobre
la marcha.
Su razonamiento se desarrolla a través de los
objetos, con los que mantiene una relación casi amorosa. “En la
instalación aparecen un montón de temas y objetos que usé en trabajos
anteriores, por ejemplo, en fotos y grabados”, explica la artista. “En
este sentido, es un vocabulario personal que puede ser reconocido.” Al
mismo tiempo, los símbolos que aparecen son muy distintos: la familia
Kennedy, el martillo y la hoz (un martillo de juguete), un Mickey Mouse
de vidrio, un santo venezolano decapitado, el Che… La cabecita de un
viejo Charlie Brown de madera: “Lo encontré en la playa, en los Estados
Unidos”, explica, ciervitos de porcelana, un pollito desplumado y el
ratón Mickey de murano –hecho pedazos–, conviven con soldados nazis
apuntando con escopetas (de unos 3 centímetros), la mujer dorada regando
platos estallados y el auto de los Kennedy en versión “micro”, con
todos adentro.
La escala da ternura: todo lo que es mínimo,
frágil, tiende a despertar instinto de protección. Pero si miramos con
atención, no sabremos bien si las situaciones son ingenuas o plantean
–por detrás– problemas más bien dramáticos, sombríos. “Creo que la cosa
va más por acá”, comenta Porter, “aunque todo depende de cómo lee la
obra el que la ve”. Y muchas veces esos problemas planteados rozan, casi
de manera casual, puntos históricos. En este sentido, Porter es una
provocadora sutil, que construye sugerencias a través de muñequitos y
piedras, por ejemplo.
En su salsa. Porter, sonriente con su instalación terminada en el Malba. |
Pero en medio de toda esta narrativa –para
nada lineal–, hay un personaje central: ese hombrecito que, con su
hacha, fue destruyéndolo todo: personajes, platos, animales, casitas,
¡hasta un piano! La artista explica que el hombre simboliza el tiempo,
que todo lo destruye, que nada perdona. Pero claro, la lectura no es tan
fácil: la instalación es compleja y tiene varios niveles de
significación. Las diferentes escalas de los objetos crean una cadena de
intrigas. A través de cualquiera de ellas es posible entrar en la obra:
son sus puertas. Si pensamos que el alfabeto Porter está compuesto por
objetos chiquitos, entonces su lengua es el espacio, sobre todo el
espacio blanco. Y esta es otra de sus característica: dejar mucho
“aire”, mucho plano blanco. Ella lo llama “silencios”: “Armo pequeñas
puestas en escena con objetos que voy encontrando”, dice. “No elijo
cualquier cosa en los mercados de pulgas y en las casas de antigüedades
donde busco, me fijo cuidadosamente.
Pueden verse muchos objetos
pertenecientes a la memoria colectiva. De eso estamos hechos: de
memorias y vivencias”. Y reflexiona: “Creo que todas las imágenes que
aparecen son, de algún modo, parte de mi experiencia. Tienen que ver con
la construcción de mi propio mundo”. Y su mundo es detallado, sutil,
ingenioso: el mundo de una enamorada de lo mínimo.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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