Todo es un gesto de amor. Esta exhibición, también”, dice el coreógrafo Mauricio Wainrot sobre la muestra Destiempos. Compuesta por fotografías y objetos, se trata de la exposición de las últimas obras creadas por el artista plástico Carlos Gallardo, fallecido en 2008 en un accidente automovilístico. Impecable, la muestra inaugura hoy por la tarde en la galería Rubbers.
Compañero de
vida y de trabajo de Wainrot, Gallardo se desempeñó durante muchos años
como diseñador, vestuarista, escenógrafo y pintor, sobre todo en el
ámbito del Centro Cultural General San Martín. Era un verdadero artista multimedia. Por eso lo seducía el cruce de lenguajes, esa riqueza proveniente de
la mixtura de disciplinas. Esto puede verse en las salas de la galería,
donde cuelgan fotos de formato mediano. Algunas son fotografías
tradicionales –las de la serie “Vestigios”–, otras están intervenidas
con pequeños muñequitos antiguos, nostálgicos (la serie “Theatrum
mundi”).
El viaje es uno de los temas recurrentes en Gallardo. Se
ve, por ejemplo, en la entrada de la galería, donde nos recibe una foto
en blanco y negro del puerto de Amberes, Bélgica, ciudad donde vivieron
Wainrot y Gallardo. “Nos fuimos en el 86 a hacer una obra a Suecia”,
recuerda Wainrot. Pensamos que nos íbamos por cuatro o cinco meses, pero
terminamos quedándonos quince años, sobre todo en Bélgica y en Canadá”.
Quizás
sea por eso, por esa bruma que la distancia imprime a las cosas, que
las imágenes de Gallardo en esta exposición son paisajes soñolientos,
pesados, nostálgicos, bañados de una luz penumbrosa: la luz del norte de
Europa. “Ocurre que en Bélgica llueve trescientos días al año”, explica
Wainrot. “Es un mundo muy opaco”. Esto se percibe a través de las
vistas abiertas de las fotos, de la orilla del mar envuelta en niebla o
de ciertos detalles puestos en primer plano: boyas cascadas, muelles,
cadenas, maderas… Eso sí, siempre grises, siempre en blanco y negro.
Debido
a este clima, no es raro que Gallardo se identificara con la poesía de
Olga Orozco, esa gran poeta argentina que era, además, amiga del
artista. Y la verdad es que sus obras dialogan perfectamente.
“Escarbaste un día en tu depósito de sombras”, escribía Orozco, casi
como describiendo el arca en la que Gallardo se internaba hacia dentro
de sí, a bucear, a buscar estos paisajes, estos tonos. “Sabías ya que
quien olvida se convierte en objeto inanimado”, parecen responderle a
las obras de Gallardo los versos de Orozco de Cantos a Berenice.
Inanimado no habría nada, entonces, en esta exposición, donde todo es recuerdo vivo, memoria.
Hay
un solo trabajo que no está basado en la fotografía sino en un secreto
mecanismo de metales, resortes y cartas manuscritas envueltas en resina.
Se trata de Perpetual motion (“Movimiento continuo”), compuesto por las cartas que amigos y familiares del artista le mandaron a Canadá.
Las
parejas de artistas pueden ser duplas explosivas, creativas, que se
retroalimentan en una espiral infinita. Era el caso de Wainrot y
Gallardo. “Estos años sin Carlos fueron muy difíciles, me he tenido que
reinventar”, dice Wainrot. “Pero hay algo en lo que creo y es que la
obra, en un momento, se desprende del artista, toma vida propia. Esto
pasa con los trabajos de Carlos: están vivos, viven por sí mismos”. Como
respondería Orozco: “¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?”.
Fuente: clarin.com
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