LOS PALACIOS DE LA MODERNIDAD

Tres dimensiones.

Son obras del progreso hechas a principios del siglo XX, como la usina de Puerto Nuevo, las terminales de tren o el Correo.

  Torretas. Tenían tanques antiincendio. Asombro. El interior de la usina Givogri.




Por Berto González Montaner

La imponente usina Doctor Carlos Givogri que se refleja en Dársena F de Puerto Nuevo y custodia el extenso horizonte del Río de la Plata es una de las construcciones más surrealistas de Buenos Aires. Pareciera haber salido de alguno de los paisajes metafísicos registrados imaginariamente por el pintor italiano Giorgio de Chirico. Tiempo atrás, a sus pies, entre barcazas y areneras, acuatizaban hidroaviones. Algunos memoriosos cuentan que allí el Presidente Perón recibió a Gina Lollobrigida. Sin duda, un lugar en el borde noroeste de la Ciudad que está lleno de río, magia, historia y energía.
La usina Central Puerto Nuevo nació allí, en terrenos ganados al río. Entre otras razones, porque eran más baratos y por el beneficio de tener el agua cerca. El agua sirve para enfriar el circuito de generación de la electricidad, que todavía hoy se alimenta de combustible fósil y gasoil. Eso nos contó Juan Falco, un ingeniero electrónico que fue jefe de planta hasta el año 1996.
Días atrás, este ingeniero nos acompañó a visitar este edificio que junto con la Central Nuevo Puerto y Central Ciclo Combinado forman parte del complejo Central Puerto. Hicimos la recorrida con un grupo de alumnos de la FADU con los que estamos haciendo el ejercicio de pensar cómo reconvertir esta zona subutilizada y de gran potencial estratégico y paisajístico en un nuevo lugar para disfrutar de la Ciudad. Algo así como sucedió con la Tate Modern (Museo de Arte Moderno) en el Bankside de Londres o la Usina del Arte en La Boca.
A principios del siglo pasado, Buenos Aires crecía frenéticamente al tiempo que construía sus grandes infraestructuras. Eran obras de dimensiones descomunales que hoy, un siglo después, llaman la atención. Estas construcciones faraónicas, como se las llama un poco peyorativamente ahora, no gozaban de mala prensa. Si no que asumían como virtud ser monumentales y palaciegas: construían y celebraban la modernidad, el progreso.
La lista es extensa. Por caso, los Palacios de Aguas Corrientes, el más fastuoso, el de la avenida Córdoba; pero también el de avenida Pedro Goyena en Caballito o el de Villa Devoto sobre Francisco Beiró; que esconden gigantescos tanques de provisión de agua para los barrios de la Ciudad. También las terminales de trenes fueron diseñadas como palacios. Qué tal Retiro, las dos de Constitución o la de Once, con esos descomunales edificios Beaux Arts que tapaban los grandes (y hoy considerados bellísimos) hangares fierreros y utilitarios. O el sinnúmero de colegios como el Nacional de Buenos Aires o el Mariano Acosta. También el actual Centro Cultural Kirchner fue en su origen un palacio, de Correos y Telecomunicaciones. Con un área de arquitectura “noble” (donde están los grandes halls, el salón de los escudos y lo que fue el despacho de Evita) y un área industrial desde donde se distribuía la correspondencia a todo el mundo.
La Central Puerto Nuevo fue construida a principios de siglo XX, proyectada por el arquitecto italiano Giuseppe Molinari, el mismo que hizo el Teatro Coliseo. Primero perteneció a CATE, luego a CHADE y a CADE hasta que en 1958 se nacionaliza y queda como SEGBA. Para volver en los años 90 y hasta hoy a manos privadas.
Su fachada principal mira a la Ciudad, es austera y de orden monumental. Responde a los cánones de la llamada arquitectura palladiana. Su cuerpo central está compuesto por tres partes. Dos torretas laterales y en el eje central, el gran portal con arco de medio punto y columnas apareadas. En su interior es una gran nave de 32 metros de ancho y otros 32 de altura, hoy casi vacía, donde aún funcionan solamente dos turbinas.
A mí siempre me llamaron la atención esas dos torretas que con gran potencia marcan el lugar donde está ubicada. Y que le da al edificio una escala compatible y apropiada con la inmensidad de nuestro río. Pero de lo que me vine a enterar en esa visita es que sus constructores, más allá de algunos excesos, no dejaban nada librado al azar. Sus decisiones estéticas también eran respuesta a necesidades concretas: 8 columnas cada una, las torres encerraban en lo más alto, unos gigantescos tanques donde se almacenaba el agua para combatir posibles incendios. 


* Editor General ARQ

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