En la calle de Palermo que recuerda a la colectividad está la sede del credo cristiano que se identifica con San Gregorio.
Luz. La de los vitrales que le dan calma a la bella catedral de Palermo. (Hernán Rojas)
Eduardo Parise
Suena contradictorio pero es una realidad: el
edificio está hecho con una lujosa austeridad y eso se refleja tanto
por fuera como en el interior. El secreto parece radicar en la luz
natural que recibe sobre las paredes y que se cuela por los coloridos
vitrales y la gran cúpula central que, con un diámetro de diez metros,
alcanza los 35 metros de alto. La imponente catedral está en el barrio
de Palermo y pertenece a la Iglesia Apostólica Armenia, una comunidad
cristiana que tiene a los apóstoles San Judas Tadeo y San Bartolomé como
sus primeros evangelizadores y, por lo tanto, como fundadores de la
Iglesia Armenia.
Consagrada en 1938, la catedral está identificada
con la figura de San Krikor (Gregorio), considerado por los armenios
como “Lusarovich” (Iluminador) ya que consagró su vida “a difundir la
luz del Evangelio” que habían llevado los apóstoles. San Gregorio El
Iluminador fue el primer patriarca de la Iglesia Armenia y quien hizo
construir la Catedral de San Echmiadzin, aún existente en ese país. Esa
catedral es el equivalente a lo que significan San Pedro y El Vaticano
para los católicos y es la sede del patriarca Karekin II, máxima
autoridad. El altar de la iglesia de Palermo (Armenia 1353) es
justamente una réplica en miniatura de esa catedral.
La de Buenos
Aires se comenzó a construir en 1937 en base a un proyecto del
arquitecto Arslan, quien usó elementos propios de la arquitectura
religiosa armenia. Es decir: una gran nave sin columnas en el medio,
donde tanto la cúpula como el techo con arcos se apoyan sobre las
paredes laterales. En esas paredes hay columnas estilo dórico y cada una
tiene tallada la cruz armenia, un símbolo del arte del país. La cruz se
denomina Jachkar (jach significa cruz y kar, piedra) y comenzó a
esculpirse sobre granito desde el año 301, en los tiempos de la
conversión del rey Tiridates III, a instancias de San Gregorio. Se la
implantó sobre antiguos ritos paganos. Dicen que en Armenia se las
encuentra en todo el territorio.
Para entrar a la catedral (de
unos 70 metros de largo por 20 de ancho) hay que subir una gran escalera
de mármol blanco. Se accede por una puerta hecha en roble, igual que
las laterales, los bancos y la balaustrada que antecede al altar.
Adentro se destacan tres grandes arañas con sus brillantes caireles. A
la derecha de la entrada hay un pequeño altar donde cada concurrente
enciende una vela en homenaje a su nacionalidad y a sus antepasados.
Sobre la izquierda, otro altar también es importante: en una pequeña
urna se guarda como reliquia un hueso de San Judas Tadeo. En el mármol y
en la pequeña puerta están talladas las simbólicas jachkar.
Un
párrafo aparte merecen las pinturas en las paredes de toda la catedral.
Entre ellas están las imágenes de San Pedro y San Pablo, los
evangelistas Juan, Marcos, Mateo y Lucas y, obviamente, el retrato de
San Gregorio. El tambor de la cúpula está rodeado por doce óleos que
representan momentos de la vida de Jesús. Todas las pinturas fueron
realizadas por Baltasar Ayvazian, un hombre nacido en 1896 y que llegó a
la Argentina en 1923. Ayvazian sobrevivió a una masacre ocurrida en
Cilicia en 1909 y al gran genocidio cometido por los turcos en abril de
1915 (en un par de meses, en el mundo y en Argentina, se recordará el
centenario de ese trágico hecho en el que fueron asesinados un millón y
medio de armenios).
Además de la catedral del culto armenio, en
Palermo está la sede del Arzobispado (desde 1990 el arzobispo primado
para Argentina y Chile es Kissag Mouradian; reside en el país desde
1975), el Centro Armenio y la Sala Siranush, un teatro de los años 50,
muy bien restaurado. También en el lugar se cumple otra tradición de los
colegios armenios: los viernes las madres de los alumnos preparan
comida típica para que la disfruten quienes van al lugar. La recaudación
sirve para los gastos del viaje de egresados, cuando los alumnos
visitan Armenia. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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