La primera construcción realizada íntegramente con acero producido en la Argentina es un hito en Latinoamérica.
La obra de Mario Roberto Alvarez en Diagonal Sur y avenida Belgrano.
Yo creo que nadie se propone hacer un
edificio para que sea declarado Monumento Histórico Nacional, porque eso
se gana con tiempo y, claro, historia. Por ejemplo, los Altos de
Elorriaga, un edificio de dos pisos de 1812 en la esquina de Defensa y
Alsina, es uno de los últimos vestigios de la Buenos Aires poscolonial y
tienen bien ganado su título. O el Cabildo, que por historia, carácter
simbólico y antigüedad es más que nada un monumento nacional.
El
Edificio Somisa, por el contrario, es casi nuevo y no acumula
acontecimientos que reivindicar. Sin embargo, desde que nació se mostró
como una arquitectura singular, testimonio de una época y de un espíritu
que hoy son dignos de conmemorar.
Medalla de Oro del Colegio
Nacional Buenos Aires y de la Facultad de Arquitectura, práctico y
racional, a Alvarez le gustaba decir: “Tengo pocas ideas, pero las
respeto”. El asunto es que en el Somisa desplegó un montón de ideas
nuevas.
El concurso que ganó en 1967 pedía que el edificio se
construyera en acero porque la empresa propietaria era una acería. El
arquitecto y su joven equipo tuvieron que inventar una forma nueva de
construir el edificio porque no existían antecedentes. Aunque hacer un
edificio de acero era algo nuevo en la Argentina, era una cosa bastante
normal en muchos lugares del mundo. El problema era construirlo con
chapas de tres milímetros de espesor, las más gruesas que se fabricaban
aquí. Algo inusual.
Así fue como el Somisa se convirtió en el
primer edificio hecho íntegramente en acero de la Argentina y el primero
en el mundo armado mediante soldaduras.
Como si la construcción
en acero fuera poca cosa, Alvarez y sus socios decidieron que el
edificio se apoyaría solo en cuatro columnas exteriores, en las paredes
de los ascensores y en el único muro medianero que tenía el lote. Todo
para tener mayor cantidad de espacio libre en el interior. A simple
vista, las columnas parece ser lo único que sostiene al edificio y
quedaron a la vista junto a las enormes vigas de acero. Así, el temita
de la construcción metálica se convirtió en la imagen del edificio. Por
detrás de esa estructura de acero pintado de azul, una piel neutra de
cristales dobles envuelve el edificio como si se tratara de una torre de
oficinas siglo XXI.
Otro asunto con el que se las tuvo que ver
Alvarez fue que Diagonal Sur tiene una altura límite obligatoria. Para
lograr más pisos, su equipo diseñadores hicieron que la planta baja
arrancara un poco por debajo del nivel de la vereda y abrieron enormes
patios hasta el segundo subsuelo para tener luz natural bien abajo. El
resultado es un edificio de siete subsuelos que llegan a 24 metros de
profundidad, y 14 pisos altos, que mantienen la altura de sus vecinos a
lo largo de Diagonal Sur.
Como una coincidencia del destino, el
martes que viene Clarín publica un especial sobre Alvarez en la
colección Maestros de la Arquitectura Argentina. Pero las coincidencias
siguen: el 29 de marzo próximo, el Edificio Somisa y el Teatro Municipal
General San Martín formarán parte de una exposición sobre la
arquitectura latinoamericana en el prestigioso museo MoMA de Nueva York.
Se llamará “América Latina en construcción: 1955-1980” y reunirá obras
modernas de ese período. Una época en que creadores como Mario Roberto
Alvarez se dieron cuenta que la arquitectura latinoamericana debía dar
un salto cualitativo.
Hoy, para que un elemento, un edificio o un
lugar sea declarado Monumento Histórico Nacional es necesario que tenga
gran valor para el país y su gente. Esas son las razones por las que el
joven Edificio Somisa se convirtió en un pedazo de nuestra historia y en
un mensaje para nuestro futuro.
* Editor adjunto ARQFuente: clarin.com
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