Fue una de las más importantes escultoras del país y del mundo.En Tala,
su pueblo natal, hay un centro cultural y un museo que llevan su
nombre. También está la casa donde nació.
Mercedes Pérez Bergliaffa
A veces buscar arte se convierte en toda una expedición: éste es el caso. Investigando las huellas de la importante escultora Lola Mora, esta cronista emprende un viaje al interior profundo de nuestro país: llegar hasta el pueblo de El Tala, en Salta. Y no es tan fácil: primero hay que tomar un avión hasta el aeropuerto de Tucumán, luego atravesar el límite entre Tucumán y Salta, y después hacer unos 60 kilómetros en 4 x 4 por una ruta bastante desértica, en la que de vez en cuando aparecen víboras, vacas paseando y sentándose en la ruta, tranquilas. Aquí, todo hay que tomárselo con calma: los animales, la flora y el clima reinan.
Pero además de naturaleza, El Tala tiene historias ocultas: a 2 kilómetros del centro está uno de los tesoros más preciosos para la historia artística de nuestro país, la casa natal de la talentosa escultora Lola Mora (1866-1936), la finca “El Dátil”, un monumento nacional ubicado en territorio privado. También hay en El Tala un centro cultural que lleva su nombre, El solar de Lola Mora, que es en realidad la casa de la cultura de El Tala. Aunque tiene una sala dedicada a la rica y antigua cultura La Candelaria, no tiene obras de la artista. La única escultura de Lola Mora que se expone en la zona es una lápida descuidada, un sobrerrelieve realizado en piedra como homenaje a Don Facundo Victoriano Zelarrayán, el primer jefe de la estación de trenes de la zona, ubicado en el modesto y polvoriento cementerio del poblado. Dicen que fue la última obra que realizó la artista. Está en el mausoleo de la familia Zelarrayán. Ningún cartel indica que el trabajo pertenece a la famosa escultora. Sólo se sabe por el “de boca en boca”. Esto es injusto: Lola Mora fue una de las escultoras más importantes de nuestro país y del mundo, a fines del siglo XIX-principios del XX. Cuando la artista vivió durante algunos años en Roma gracias a una beca, su perfección en la disciplina –su gran capacidad para realizar retratos escultóricos con rapidez, exactitud y gracia– llamó tanto la atención que hasta el gobierno de Rusia le encargó el monumento al Zar Alejandro y el de Australia el de la Reina Victoria. Los trabajos no se concretaron porque para ello Mora debía cambiar de nacionalidad. Se negó a hacerlo. Existen proyectos, para cambiar la situación de la lápida: lo declara Fabricio Díaz, secretario de Cultura y Turismo de El Tala. “Vamos a construir una cúpula con la intención de cobijar la lápida de Mora”, menciona Díaz, quien comenzó su gestión en 2007. Hace poco, en noviembre del año pasado, la municipalidad de esa localidad también inauguró un gran monumento en honor de la escultora, realizado por la artista local Fabiana Navarro, a manera de respetuoso recordatorio y homenaje.
En nuestro país hay mucha obra suya ubicada en lugares públicos que recorremos diariamente: la Fuente de las Nereidas –en la Costanera Sur, Av. Brasil y la Av. Tristán Achával Rodríguez, Buenos Aires– que en su momento desató todo un escándalo por la inclusión de desnudos femeninos sensuales en el grupo escultórico (no era eso lo que se esperaba que una mujer artista creara en la época, el placer y el erotismo le estaban vedados); los relieves de la Casita de Tucumán; el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe; las Alegorías cuyas réplicas fueron emplazadas el año pasado frente el Congreso de la Nación, representando La Libertad, La Justicia, La Paz, El Comercio y Los Leones. Realizadas en 1906 dentro del propio Congreso –donde la artista instaló su vivienda y taller por unos meses–, en 1912, junto con las alegorías ya terminadas y emplazadas, sobrevino el cambio político y de “gusto”: las esculturas fueron declaradas “mamarrachos”, retiradas del Congreso, llevadas a Jujuy. Allí se encuentran hoy en día las alegorías originales, emplazadas frente a la Casa de Gobierno, mientras que sus calcos fueron encargados y emplazados en su lugar de origen –el Congreso Nacional– hace poco, en 2013.
Dueña de una vida atípica para su época, talentosa y sobre todo libre, Mora fue una mujer considerada a veces, en nuestro país, excéntrica. Digámoslo: en esos momentos no abundaban las mujeres escultoras que vestían pantalones, y menos aún, las que realizaban grandes monumentos en piedra. Su propia biografía está aún hoy en día surcada de enigmas: se dice que fue amante del ex presidente Julio Roca. También se cuenta que era bisexual. Con más de 40 años se casó con Luis Hernández Otero (1908-1909), 17 años menor que ella, hijo del gobernador de Entre Ríos. Pero sobre todo, lo más innovador en esta mujer, es que diseñó su vida llevando adelante sus propias decisiones, apartándose de lo que se esperaba que una mujer de nuestro país hiciera a fines del siglo XIX y principios del XX: Lola Mora no pensaba que casarse debía ser una primacía, ni quería ser la mantenida de un señor. Pensaba en llevar adelante sus ideas, desarrollar sus obras. Y estas no eran fáciles de ejecutar: primero inmensos monumentos y más tarde invirtió toda su energía y dinero en obtener petróleo en Salta. Alrededor de 1920, instalada en una finca en Rosario de la Frontera, construyó hornos y realizó excavaciones de los que hoy sólo quedan ruinas invadidas de yuyos, al igual que de su casa, abandonada, olvidada, destruida.
Entre 1932-33, la escultora vuelve –enferma, arruinada– a Buenos Aires, donde vivió con sus sobrinas, que la cuidaron hasta su muerte en 1936. Su figura –bastante abandonada–, hace que nadie recuerde que el 17 de noviembre –el día de su nacimiento– se celebra el Día Nacional del Escultor y de las Artes Plásticas como homenaje a ella.
A veces buscar arte se convierte en toda una expedición: éste es el caso. Investigando las huellas de la importante escultora Lola Mora, esta cronista emprende un viaje al interior profundo de nuestro país: llegar hasta el pueblo de El Tala, en Salta. Y no es tan fácil: primero hay que tomar un avión hasta el aeropuerto de Tucumán, luego atravesar el límite entre Tucumán y Salta, y después hacer unos 60 kilómetros en 4 x 4 por una ruta bastante desértica, en la que de vez en cuando aparecen víboras, vacas paseando y sentándose en la ruta, tranquilas. Aquí, todo hay que tomárselo con calma: los animales, la flora y el clima reinan.
Pero además de naturaleza, El Tala tiene historias ocultas: a 2 kilómetros del centro está uno de los tesoros más preciosos para la historia artística de nuestro país, la casa natal de la talentosa escultora Lola Mora (1866-1936), la finca “El Dátil”, un monumento nacional ubicado en territorio privado. También hay en El Tala un centro cultural que lleva su nombre, El solar de Lola Mora, que es en realidad la casa de la cultura de El Tala. Aunque tiene una sala dedicada a la rica y antigua cultura La Candelaria, no tiene obras de la artista. La única escultura de Lola Mora que se expone en la zona es una lápida descuidada, un sobrerrelieve realizado en piedra como homenaje a Don Facundo Victoriano Zelarrayán, el primer jefe de la estación de trenes de la zona, ubicado en el modesto y polvoriento cementerio del poblado. Dicen que fue la última obra que realizó la artista. Está en el mausoleo de la familia Zelarrayán. Ningún cartel indica que el trabajo pertenece a la famosa escultora. Sólo se sabe por el “de boca en boca”. Esto es injusto: Lola Mora fue una de las escultoras más importantes de nuestro país y del mundo, a fines del siglo XIX-principios del XX. Cuando la artista vivió durante algunos años en Roma gracias a una beca, su perfección en la disciplina –su gran capacidad para realizar retratos escultóricos con rapidez, exactitud y gracia– llamó tanto la atención que hasta el gobierno de Rusia le encargó el monumento al Zar Alejandro y el de Australia el de la Reina Victoria. Los trabajos no se concretaron porque para ello Mora debía cambiar de nacionalidad. Se negó a hacerlo. Existen proyectos, para cambiar la situación de la lápida: lo declara Fabricio Díaz, secretario de Cultura y Turismo de El Tala. “Vamos a construir una cúpula con la intención de cobijar la lápida de Mora”, menciona Díaz, quien comenzó su gestión en 2007. Hace poco, en noviembre del año pasado, la municipalidad de esa localidad también inauguró un gran monumento en honor de la escultora, realizado por la artista local Fabiana Navarro, a manera de respetuoso recordatorio y homenaje.
En nuestro país hay mucha obra suya ubicada en lugares públicos que recorremos diariamente: la Fuente de las Nereidas –en la Costanera Sur, Av. Brasil y la Av. Tristán Achával Rodríguez, Buenos Aires– que en su momento desató todo un escándalo por la inclusión de desnudos femeninos sensuales en el grupo escultórico (no era eso lo que se esperaba que una mujer artista creara en la época, el placer y el erotismo le estaban vedados); los relieves de la Casita de Tucumán; el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe; las Alegorías cuyas réplicas fueron emplazadas el año pasado frente el Congreso de la Nación, representando La Libertad, La Justicia, La Paz, El Comercio y Los Leones. Realizadas en 1906 dentro del propio Congreso –donde la artista instaló su vivienda y taller por unos meses–, en 1912, junto con las alegorías ya terminadas y emplazadas, sobrevino el cambio político y de “gusto”: las esculturas fueron declaradas “mamarrachos”, retiradas del Congreso, llevadas a Jujuy. Allí se encuentran hoy en día las alegorías originales, emplazadas frente a la Casa de Gobierno, mientras que sus calcos fueron encargados y emplazados en su lugar de origen –el Congreso Nacional– hace poco, en 2013.
Dueña de una vida atípica para su época, talentosa y sobre todo libre, Mora fue una mujer considerada a veces, en nuestro país, excéntrica. Digámoslo: en esos momentos no abundaban las mujeres escultoras que vestían pantalones, y menos aún, las que realizaban grandes monumentos en piedra. Su propia biografía está aún hoy en día surcada de enigmas: se dice que fue amante del ex presidente Julio Roca. También se cuenta que era bisexual. Con más de 40 años se casó con Luis Hernández Otero (1908-1909), 17 años menor que ella, hijo del gobernador de Entre Ríos. Pero sobre todo, lo más innovador en esta mujer, es que diseñó su vida llevando adelante sus propias decisiones, apartándose de lo que se esperaba que una mujer de nuestro país hiciera a fines del siglo XIX y principios del XX: Lola Mora no pensaba que casarse debía ser una primacía, ni quería ser la mantenida de un señor. Pensaba en llevar adelante sus ideas, desarrollar sus obras. Y estas no eran fáciles de ejecutar: primero inmensos monumentos y más tarde invirtió toda su energía y dinero en obtener petróleo en Salta. Alrededor de 1920, instalada en una finca en Rosario de la Frontera, construyó hornos y realizó excavaciones de los que hoy sólo quedan ruinas invadidas de yuyos, al igual que de su casa, abandonada, olvidada, destruida.
Entre 1932-33, la escultora vuelve –enferma, arruinada– a Buenos Aires, donde vivió con sus sobrinas, que la cuidaron hasta su muerte en 1936. Su figura –bastante abandonada–, hace que nadie recuerde que el 17 de noviembre –el día de su nacimiento– se celebra el Día Nacional del Escultor y de las Artes Plásticas como homenaje a ella.
Fuente: clarin.com
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