El símbolo de París, que sobrevivió a la ocupación nazi y a
varios intentos de demolición, hoy recibe 6 millones de visitantes al
año.
Postal. La torre está ubicada junto al río Sena, en el parque Camps de Mars parisino. /AFP |
Por Alberto Amato
Es flaca, alta, desgarbada, esquelética; mirándola bien, tampoco es demasiado linda, la hizo linda el tiempo y la admiración del mundo; como las viejas prostitutas, guarda una pátina de encanto bajo toneladas de maquillaje y conserva intactos casi todos sus secretos: nadie la amaría ya por lo que es, una mole de 10 mil toneladas, sino por lo que representa: un canto al progreso y a la libertad, una utopía hecha realidad, la idea de un loco que se mantuvo en el tiempo y hoy es el monumento turístico más popular del mundo y tal vez el más visitado: seis millones de personas fueron el año pasado a ver si la señorita seguía en su lugar.
Es flaca, alta, desgarbada, esquelética; mirándola bien, tampoco es demasiado linda, la hizo linda el tiempo y la admiración del mundo; como las viejas prostitutas, guarda una pátina de encanto bajo toneladas de maquillaje y conserva intactos casi todos sus secretos: nadie la amaría ya por lo que es, una mole de 10 mil toneladas, sino por lo que representa: un canto al progreso y a la libertad, una utopía hecha realidad, la idea de un loco que se mantuvo en el tiempo y hoy es el monumento turístico más popular del mundo y tal vez el más visitado: seis millones de personas fueron el año pasado a ver si la señorita seguía en su lugar.
Y sí, ahí estaba, como siempre, como hace 125
años cumplidos el 31 de marzo, madmoiselle Eiffel, la tour, la torre,
el símbolo de Francia, balcón a la calle de París, eternizado en el
cine, en la poesía, en el teatro y en millones de fotos; una
construcción que mira al cielo, como las pirámides que hicieron célebre a
Egipto, destinada también y acaso a la inmortalidad.
Casi no se
construye. Es más: casi la tiran abajo después de levantada. La torre
tiene una larga historia, más larga que sus 324 metros (antena incluida)
plantados sobre cimientos de 30 metros de profundidad en el sector sur
de los Campos de Marte, donde se instaló la Feria Universal de 1889
celebrada por el centenario de la Revolución Francesa. A su modo, la
torre celebró también las palabras símbolo de Francia, libertad,
igualdad, fraternidad, que le costaron la vida a la monarquía francesa, a
la idea del origen divino del poder y la cabeza a María Antonieta, una
muchacha ambiciosa, enamorada del poder, que así terminó.
El papá
de la señorita Eiffel, Gustave Eiffel, no pensaba en la libertad ni en
esas cosas. Él quería levantar su torre. Era un experto en
construcciones en metal, puentes ferroviarios, viaductos, las exclusas
del Canal de Panamá, y soñó esa estructura en apariencia inútil casi
como un reto. De hecho, paseó su proyecto por varias ciudades europeas,
de donde lo sacaron carpiendo de modo prolijo, hasta que encontró en
París a algunas autoridades dispuestas a seguirle la corriente.
Las bases. La obra comenzó en enero de 1887 y demoró más de dos años. Trabajó un equipo fijo de 250 obreros. |
Desde
entonces, la torre y Eiffel sólo ganaron enemigos. Cuando empezó a
construirse, el 28 de enero de 1887, con un equipo fijo de 250 obreros,
la elite parisina puso el grito en el cielo, que era hacia donde se
dirigía la torre. La insultaron en francés y votaron por su paralización
Guy de Maupassant, Charles Gounod, Charles Garnier, Alejandro Dumas
hijo y Paul Verlaine. Para calmar a las fieras, el gobierno francés hizo
una promesa: pasados 20 años, la torre sería demolida. No cumplió, a
veces está bien que los gobiernos no cumplan lo que prometen. A veces,
no entusiasmarse. Pasados esos 20 años, Eiffel y sus amigos, lo fue de
Thomas Alva Edison, habían hecho de la Torre un baluarte de las
comunicaciones y el progreso.
Cuando el mundo se quiso acordar,
tenía una nueva atracción turística. Adolfo Hitler, que no era un
muchacho de conmoverse con facilidad, quedó sacudido por su belleza en
su breve visita al París ocupado de la Segunda Guerra. Cuando vio venir
la derrota, cuatro años después, ordenó a Dietrich von Choltitz, jefe de
las fuerzas de ocupación en París, que incendiara la ciudad. Von
Choltitz hizo lo mejor que un nazi pudo hacer jamás: no llevarle el
apunte a Hitler. Diez años después, los parisinos permitieron volver a
von Choltitz. No como un héroe, una palmadita en la espalda y nada más.
Pero le dejaron trepar a lo alto de la torre para que viera cuán bella
era la ciudad que no había destruido.
Hoy priman otros detalles:
la iluminan 336 proyectores de sodio y 20 mil lamparitas, que se
encienden varias veces por hora entre el atardecer y la una de la
mañana. La embellecen cada siete años, cada uno de sus 250 mil metros
cuadrados y de sus dos millones de remaches, con 70 toneladas de
pintura. El mundo vota de cuál color quiere maquillada a la muchacha.
Otro
dato curioso: la torre se mueve. En verano se alza, por la expansión
térmica del metal. Y el viento la hace inclinarse siete centímetros,
según la fuerza con la que sople.
La señorita Eiffel habrá cumplido 125 años, pero aún tiene palpitaciones.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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