Arte / Rojo(s) en tensión
Segunda muestra antológico-cromática en menos de un año, Rojo(s), en Jorge Mara-La Ruche, exhibe cuarenta obras de trece artistas contemporáneos. Poco tiempo atrás, con Blanco, la galería había rendido tributo al color de las vanguardias rusas de principios de siglo XX, símbolo de la abstracción y de la "desfiguración" en el arte moderno. Ahora, las afinidades y tensiones, variaciones y discontinuidades de la tonalidad del coraje y de la pasión, tanto como de la violencia y el poder, se articulan en una muestra en la que sobresalen las trayectorias de dos artistas legendarios: Kveta Pacovská (Praga, 1928) y César Paternosto (La Plata, 1931).
Al comienzo, los trabajos calados de Fidel Sclavo -similares a cajas de música si éstas tuvieran sólo dos dimensiones- se enfrentan amigablemente a los collages de Macaparana sobre tablas rojas. Ya se ha señalado la influencia de la notación musical en las obras de ambos artistas, tramadas en un ajustado vaivén de moderación y vehemencia. En otra unidad conformada por dos mujeres -las míticas Ana Sacerdote y Sarah Grilo- se advierte el momento, históricamente irrepetible, de cierta geometría poética en procedimientos armónicos, donde la verdad reemplaza los acentos irónicos y la sensibilidad, los gestos narcisistas. Desatendidas por la crítica y el público mientras desarrollaban sus obras complejas y elegantes, Sacerdote y Grilo infundieron lirismo a sus abstracciones, aquí en la muestra paradójicamente bajo el dominio de volúmenes amortiguados de rojo.
Juan Lecuona y Carlos Arnaiz, con una obra de mediana dimensión cada uno, aportan desde sus estilos bien definidos esbozos de figuraciones botánicas, florales, humanas. En capas de color, con pinceladas espesas o raspamientos para definir nervaduras en la tela, el color adquiere en sus trabajos un viso aparentemente decorativo, desmentido por la continuidad (no sin distingos) de un proyecto plástico. Se puede sumar a este universo, quizá por la utilización del grabado sobre el óleo (que Lecuona aplica sin grandilocuencia), un trabajo cobrizo del madrileño Antonio Fernández-Muro que ha envejecido un poco más que las obras que lo rodean. Las pequeñas piezas de Carmelo Arden Quin, que conservan la movilidad y el desplazamiento del plano (a la manera de un Xul Solar sin estridencias ni esoterismos), cierran un segmento histórico de Rojo(s).
Al comienzo, los trabajos calados de Fidel Sclavo -similares a cajas de música si éstas tuvieran sólo dos dimensiones- se enfrentan amigablemente a los collages de Macaparana sobre tablas rojas. Ya se ha señalado la influencia de la notación musical en las obras de ambos artistas, tramadas en un ajustado vaivén de moderación y vehemencia. En otra unidad conformada por dos mujeres -las míticas Ana Sacerdote y Sarah Grilo- se advierte el momento, históricamente irrepetible, de cierta geometría poética en procedimientos armónicos, donde la verdad reemplaza los acentos irónicos y la sensibilidad, los gestos narcisistas. Desatendidas por la crítica y el público mientras desarrollaban sus obras complejas y elegantes, Sacerdote y Grilo infundieron lirismo a sus abstracciones, aquí en la muestra paradójicamente bajo el dominio de volúmenes amortiguados de rojo.
Juan Lecuona y Carlos Arnaiz, con una obra de mediana dimensión cada uno, aportan desde sus estilos bien definidos esbozos de figuraciones botánicas, florales, humanas. En capas de color, con pinceladas espesas o raspamientos para definir nervaduras en la tela, el color adquiere en sus trabajos un viso aparentemente decorativo, desmentido por la continuidad (no sin distingos) de un proyecto plástico. Se puede sumar a este universo, quizá por la utilización del grabado sobre el óleo (que Lecuona aplica sin grandilocuencia), un trabajo cobrizo del madrileño Antonio Fernández-Muro que ha envejecido un poco más que las obras que lo rodean. Las pequeñas piezas de Carmelo Arden Quin, que conservan la movilidad y el desplazamiento del plano (a la manera de un Xul Solar sin estridencias ni esoterismos), cierran un segmento histórico de Rojo(s).
Composición libre, Macaparana, técnica mixta sobre tabla, 2009 |
De otros dos artistas españoles -Adolfo Estrada y Gustavo Torner- la muestra ofrece dos obras paradigmáticas. De Estrada, uno de sus clásicos trabajos de papel sobre papel artesanal, donde los planos adquieren un significado místico, no representativo, como espejos de una divinidad ausente para siempre. La sola presencia de la obra de Gustavo Torner (Cuenca, 1925), que en los años 70 fue, junto con Gerardo Rueda y Fernando Zóbel, la punta de lanza del arte moderno en la España franquista, justifica la visita a la galería de Mara. En esa pieza, donde conviven con dureza distintos materiales (piedra, chapa, madera), el rojo adquiere una carga política, de lucha y de rebeldía. Hay también una obra de Eduardo Stupía en la que el color asoma a la manera de rastros de fuegos artificiales, entre la salva de trazos en blanco y negro del artista favorito de la casa.
Con ocho obras cada uno, los por siempre jóvenes Paternosto y Pacovská -inconfundibles en su manera de (des)componer los planos con agresividad o con recogimiento- despliegan unidades de sentido características. El "vía crucis" de los trabajos de Pacovská (ilustradora de libros para niños y diseñadora gráfica, además de pintora), con sus pinceladas que parecen resueltas de una sola vez y con el rojo cadmio intransferible, cuya temperatura se eleva sobre un vacuo fondo blanco, transmite una electricidad atípica. Abrochadas, cosidas o adheridas con cinta, como si fueran folios rescatados de la barbarie, las obras de esta artista (que este año tendrá en el mismo espacio una muestra individual) figuran una transición ágil de lo arcaico a lo ultramoderno.
Precursor en señalar la influencia del arte amerindio en la producción contemporánea, Paternosto amalgama figuras geométricas y tonos de rojo, escarlata u ocre en sus innovaciones formales. Mediante un sistema de marcos, crea una reflexión tanto mental como óptica para graficar lo que tal vez sea, para el artista platense que investigó tanto las posibilidades del blanco como del color exclusivo de la muestra en cuestión, el objeto central de la abstracción: el acto de mirar.
Fuente: ADN Cultura La Nación
Fuente: ADN Cultura La Nación
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