La autora de esta nota opina sobre Funeral en Gaza,
la mejor foto periodística de 2012 según el concurso World Press Photo.
¿Qué impacto tienen los retoques, la cosmética, en la imagen de un
drama insoportable?
Por
Ana Prieto
La mejor foto periodística del año 2012, según la edición 56 del
prestigioso premio World Press Photo, se llama Funeral en Gaza y la
tomó el sueco Paul Hansen durante la escalada de violencia en los
territorios palestinos en noviembre pasado. Muestra una procesión
masculina que avanza hacia una mezquita para velar a dos pequeños
hermanos asesinados por un misil israelí. Los niños aparecen en un
primer plano, envueltos en mortajas blancas que sólo dejan ver –que
sobre todo dejan ver– sus rostros inertes y amoratados.
La contemplación de esa escena debería ser insoportable.
Por
las sucintas explicaciones del pie de foto, por las cuatro o cinco
líneas que concede, sabemos que los hermanos se llamaban Suhaib y
Muhammad Hijazi, que tenían 2 y 3 años, que su padre murió en el mismo
ataque y que su madre estaba hospitalizada al momento del funeral.
Enterarse de todo ese drama irreversible debería ser, también, insoportable.
El
día en que se dio a conocer el ganador del concurso (porque World Press
Photo es un concurso), los medios se llenaron de expresiones como las
que siguen: “impactante imagen”, “dura instantánea”, “impresionante
retrato”, “conmovedor”, “estremecedor”, “humanizante”. Ninguno llamó la
atención acerca de la más que evidente manipulación de la fotografía. Ni
uno reparó, por ejemplo, en el hecho de que la uniformidad de las luces
que caen sobre los hombres que componen la marcha es imposible,
teniendo en cuenta, sobre todo, la callejuela estrecha y llena de
sombras por la que caminaban, y cuya iluminación también ha sido
alterada. Eso por decir lo menos, porque lo cierto es que el conjunto
pareciera tener la dirección de arte de una película de acción de
Hollywood, y los hombres y los niños quedaron bajo una pátina digital
que los equipara a inmaculados y estáticos muñecos de cera.
Esa
calculada cosmética, sin embargo, no viola ninguna regla del certamen.
World Press Photo no prohíbe la manipulación de las tomas, siempre y
cuando ésta “no altere el contenido de la imagen” y se ajuste “a los
estándares actualmente aceptados en la industria”, sea lo que sea que
eso signifique. Los reencuadres y los recortes para enfatizar uno u otro
elemento de la composición son admisibles. Acentuar el grano o el
contraste también está permitido, y en cualquier caso el jurado es el
último árbitro y tiene pleno derecho a pedirle la fotografía original al
participante, para compararla con la versión que envió al concurso.
Paul
Hansen no es un principiante; es un fotógrafo reconocido que ha
registrado durante largos años conflictos en Medio Oriente y África. Lo
discutible no es su currículum ni su talento ni tampoco el hecho de que
haya decidido retocar la foto que tomó aquel día de noviembre. Lo
verdaderamente problemático es que justamente por obra de esa
manipulación, de ese “plus” para hacerla acaso más poética, la
fotografía no logra transmitir nada de lo que lo que estamos compelidos a
suponer que intenta transmitir. Hansen consiguió que todo lo que
debería ser insoportable –dos niños asesinados, una familia destrozada,
un conflicto sin fin– se vuelva perfectamente tolerable. Es como si la
fotografía estuviese bajo los efectos de un potente antidepresivo:
muestra el dolor, pero quien la ve es incapaz de sentirlo en un nivel
profundo o reflexivo. Funeral en Gaza no exige al espectador nada más
que la ocasional frase indignada “¡qué barbaridad!”, antes de dar vuelta
la página y olvidarla por completo.
Ahora bien, aunque el
fotoperiodismo en zonas de conflicto pueda funcionar como documento,
testimonio e incluso prueba judicial, no cambiará el mundo y
difícilmente consiga que alguien se movilice en pos de una causa. Sin
embargo, lo que sí ha sido siempre capaz de lograr es que el espectador,
ante fotografías particularmente movilizantes, se haga algunas
preguntas significativas: “¿por qué el ser humano es capaz de cometer
crímenes así?; ¿qué estaba haciendo yo en el momento en que esto
ocurría?; ¿cuántas víctimas anónimas y no fotografiadas existen?; ¿qué
mundo dejaremos a las próximas generaciones?” Y hacerse preguntas
significativas es el principio de un nuevo conocimiento; la inauguración
de una nueva arista para descifrar la realidad terrible que los hombres
construimos día a día.
En su ensayo Ante el dolor de los demás, Susan
Sontag escribió: “Hay imágenes cuyo poder no mengua, en parte porque no
se pueden mirar a menudo”. El poder de la foto de Hansen, elegida como
la “mejor del mundo” por la última edición de World Press Photo, está
menguando ya, debilitándose estrepitosamente, en parte porque es muy
fácil de ver; porque debería ser insoportable y no lo es.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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