Las bellas herramientas ficcionales, que Gamarra
crea con materiales naturales y que remiten al trabajo manual, desafían
la percepción del espectador en el Museo Killka de Mendoza.
Pocos espacios de exhibición se ajustarían tan perfectamente a
esta muestra de Jorge Gamarra como el Museo Killka que la bodega
Salentein tiene en Mendoza. El espectacular paisaje de piedra y montaña
que lo rodea en el Valle de Uco, sus dimensiones imponentes que se hacen
presentes en las salas a través de los grandes ventanales, la
arquitectura misma del museo, parecen referirse de alguna manera a las
exquisitas piezas de Gamarra, y éstas –trabajadas en granito, pórfido,
basalto, hierro, bronce, madera–, aunque sea en parte, al paisaje. De
hecho, en el patio central del museo hay un enorme mural de Gamarra que
lleva el mismo título que la muestra: Herramientas.
Ahí
está la materia sobre la que trabaja Gamarra: en la naturaleza y en las
propias herramientas con las que talla estas otras herramientas
ficcionales de su obra. Todo –la naturaleza, las herramientas del
escultor, las herramientas que él talla– está hecho con hierro, con
acero, con madera, con diferentes tipos de roca. Hierro que trabaja
sobre el hierro, piedra que trabaja sobre la madera, acero que trabaja
sobre el granito. En manos del artista o de la naturaleza misma.
En
el conjunto de esculturas de la muestra –unas treinta de mediano y gran
formato– hay una doble veneración: por la naturaleza, en la materia, y
por el hombre, en el trabajo, en el oficio y en las herramientas que
hacen posible que la materia se exprese de una manera que emociona. Hay
también algo de nostalgia por el oficio, por el trabajo manual que
tiende a ser un asunto del pasado, una actividad en vías de extinción,
para usar la palabra con la que hace años Dani Yako tituló un libro de
fotografías que documenta esa lenta muerte.
No por casualidad dos de las herramientas creadas por Gamarra se presentan como enormes fósiles, enormes cinceles: uno de bronce, en madera; el otro, de madera, en piedra. Esas dos piezas tienen, sí, la apariencia de fósiles, pero también la de algo valioso, como una joya en un estuche.
Tal es
la belleza de los objetos que crea Gamarra. Dan ganas de pasar no sólo
la mirada sino también la palma de la mano por su superficie para palpar
el milagro de su terminación perfecta, la lisura acabada de un material
o la textura rugosa de otro.
Algunos de los objetos
desconciertan: hacen trastabillar la credibilidad y la percepción, y uno
termina no sabiendo si se trata de un material del orden de lo natural o
de lo industrial. Son objetos “fabricados”, pero parecen “vivos”.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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