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El éxito inesperado de la muestra
dedicada al artista estadounidense Edward Hopper en París confirma lo
demostrado por las exposiciones de Picasso y Monet: el arte sigue dando
balance a favor, incluso en tiempos de crisis.
Por Nathalie Kantt / LA NACIÓN
Es sábado, cuatro y media de la mañana. En un departamento parisino, una fiesta está terminando. Alguien propone concluir la noche con una visita a la exposición de Edward Hopper, en el Grand Palais, que decidió abrir sus puertas non-stop durante el último fin de semana de exhibición. Al llegar, el grupo descubre que la idea no fue tan original: al menos 150 personas serpentean durante una hora antes de llegar a la entrada lateral del museo. Una espera que muta a medida que pasa el tiempo: los chistes y los cánticos del principio se van silenciando con el frío. Todos aguardan pacientemente. Y miran de reojo, no sin un pequeño disgusto, a esos visitantes menos espontáneos que sacaron la entrada online y pasan más rápido.
Es sábado, cuatro y media de la mañana. En un departamento parisino, una fiesta está terminando. Alguien propone concluir la noche con una visita a la exposición de Edward Hopper, en el Grand Palais, que decidió abrir sus puertas non-stop durante el último fin de semana de exhibición. Al llegar, el grupo descubre que la idea no fue tan original: al menos 150 personas serpentean durante una hora antes de llegar a la entrada lateral del museo. Una espera que muta a medida que pasa el tiempo: los chistes y los cánticos del principio se van silenciando con el frío. Todos aguardan pacientemente. Y miran de reojo, no sin un pequeño disgusto, a esos visitantes menos espontáneos que sacaron la entrada online y pasan más rápido.
Abierta desde octubre, la retrospectiva de este artista
estadounidense (1882-1967) debía terminar a fines de enero. Dada la
masiva concurrencia que generó, los organizadores decidieron prolongarla
y optaron por permitir el acceso las 24 horas durante los últimos días,
un dispositivo inaugurado en 2009 para la exposición Picasso y los maestros
(783.352 visitantes) y repetido en 2011 para la de Monet (913.064).
Hopper se posiciona entre estas dos en términos de ingresos (784.269) y
se convirtió así en un nuevo blockbuster del Grand Palais. La
fila de más de cien periodistas durante la apertura para la prensa, en
octubre, y las 10.000 personas que recibió los dos primeros días fueron
un presagio.
Los números son dulces para los museos parisinos,
incluso en tiempos de crisis, en gran medida empujados por los 40
millones de turistas que cada año visitan esta ciudad. La cantidad de
exposiciones aumentó de 46 en 1998 a 104 a fines de 2012, y los museos
no dudan en multiplicar sus estrategias de marketing para captar el mayor número posible de visitantes.
La Fundación Cartier y el Centro Pompidou, por ejemplo,
organizan visitas nocturnas. Aunque uno de los casos más claros es la
Pinacoteca de París, museo privado inaugurado en 2007 cerca de la
Madeleine. Con una publicidad masiva repartida en los colectivos y en
los pasillos del subte, sus exposiciones reunieron a más de dos millones
de visitantes en tres años, pese a sus salas poco atractivas y a
muestras que no siempre condicen con lo que se publicita.
"Es cierto que algunos museos son manejados como empresas. Pero creo que la verdadera diferencia está entre las exposiciones que se preocupan por hacer descubrir algo nuevo y aquellas que no lo hacen. La retrospectiva de Hopper, por ejemplo, es totalmente legítima, dado que fue la primera vez que se organizó una muestra tan completa en Francia sobre este artista", explicó a adncultura el historiador de arte Alain Cueff, curador de la exposición de Andy Warhol en el Grand Palais en 2009.
Prolongar una exposición como la de Hopper -la mayor
retrospectiva de este artista organizada en Francia, con 128 pinturas,
acuarelas, grabados e ilustraciones, además de otros casi 40 cuadros de
artistas que lo habrían inspirado- tiene sus dificultades y sus costos.
Hay que pedir autorización a los propietarios de las obras, cruzar los
dedos para que no hayan asumido compromisos posteriores inmediatos y
reorganizar los traslados y los seguros. Un privilegio al que sólo
pueden acceder las grandes instituciones del arte, que luego compensan
con una concurrencia masiva: el último fin de semana, la exposición de
Hopper recibió casi 48.000 visitantes (la espera en la entrada fue de
más de tres horas), muchos de los cuales fueron noctámbulos.
En el Grand Palais explican que el costo de este tipo
de exhibiciones varía entre 3 y 4 millones de euros. A 12 euros la
entrada, necesitan por lo menos 300.000 personas para equilibrar los
números. Nada de qué preocuparse: el balance es positivo.
"En esta burbuja de lujo que es París, de la cual el
arte forma parte, se desarrolla un turismo de proximidad. Se crea así un
pequeño club cerrado de grandes museos capaces de ofrecer exposiciones
que son muy difíciles de montar y que luego necesitan una concurrencia
igualmente espectacular", explicó a la revista Figaroscope el director
de los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, Michel Draguet.
Los directores de los museos parisinos aseguran que el
éxito de los grandes nombres universales y populares permiten la
supervivencia del resto de las exposiciones. Las que más funcionan son
aquellas que presentan a artistas estrellas, como Dalí, Matisse y varios
de los impresionistas.
Para el historiador de arte Alain Cueff, el éxito de
Hopper se explica en parte porque la crisis no es sólo económica.
"Aquello que antes permitía soñar, hoy ya no funciona tan bien. El
público actual se siente atraído por artistas como Hopper, que plasman
el desasosiego y la angustia de la sociedad, porque hay una satisfacción
en verse reflejado en esos cuadros con personajes desorientados,
deprimidos, atormentados por una duda existencial."
Fuente: ADN Cultura La Nación
Fuente: ADN Cultura La Nación