LLEGA LA EXPOSICIÓN DE BEUYS, ACTIVISTA DEL ARTE
Y LA VANGUARDIA

Exhiben 100 piezas del performer alemán, uno de los creadores fundamentales del siglo XX.

En acción. Una obra de Beuys. Su arte apuntaba a la filosofía





Por Ana María Battistozzi

Tres artistas son fundamentales a la hora de considerar las posibilidades del arte actual, dijo Sir Norman Rosenthal a punto de concluir el siglo XX y señaló a Duchamp, Andy Warhol y Joseph Beuys. La opinión de este historiador, que en los años 70 dirigió el Institute of Contemporary Art de Londres, importa por el profundo conocimiento que tenía del rol que le cupo a cada uno en transformar la idea de arte que se tuvo hasta los años 60. Pero tanto más por la estrecha relación que mantuvo con Beuys (1921-1986), el protagonista de la muestra que abre mañana en la Fundación Proa.
¿Cómo explicar su arte al público argentino? Parafraseando el interrogante que acompañó una de sus famosas performances de 1965 (¿Como explicar una pintura a una liebre muerta?) habrá que admitir una primera dificultad. El arte de Beuys, como la performance de la liebre muerta, es en cierto modo un susurro que adquiere sentido en una particular escena que apunta a promover una reflexión filosófica. Se diría que los objetos que articulan sus exhibiciones son apenas el eco, residuos de sus provocadoras acciones destinadas a problematizar cuestiones del arte y de la vida.
Hijo de la posguerra y parte activa del espíritu que modeló el 68 a escala mundial, Beuys estaba convencido de que cualquiera puede ser un artista y que la sociedad en sí misma era la gran obra de arte por hacer. Así fue que tomó forma su particular concepto de escultura, que llamó “escultura social”.
La materia con que se empeñó en trabajar este artista fue la conciencia de los hombres. Y el eje de su acción estuvo dirigido a transformar estructuras mentales. Frente a la naturaleza, como en relación con la ciencia o la participación política. Los medios que utilizó fueron diversos: fue maestro y por momentos un chamán al rescate del ritual convencido que la racionalidad limitó a los hombres.
“Enseñar es mi gran obra” le confesó al crítico de Artforum Willoughby Sharp en 1969 y a esa actividad dedicó la mayor parte de sus energías apelando a la antroposofía, a la poesía romántica alemana, a la filosofía de las religiones y a la filosofía de la ciencia.
El dibujo en este sentido fue un instrumento clave y una parte fundamental de su producción. Artista que se autodefinía como “un conformador sensitivo que perseguía la sustancia de las cosas”, en esa dirección hay que rastrear el significado de los objetos que produjo: como parte de un sistema de relaciones destinadas a mostrar analogías entre arte, ciencia y sociedad.
Un acontecimiento de su vida resulta fundamental para explicar el tipo de materialidad que asume esa parte su obra: el accidente que tuvo durante la Segunda Guerra y es parte de su leyenda como artista. Aunque se sospeche que es parte de una ficción que él mismo construyó. Según ese relato, el avión en el que viajaba fue derribado por las posiciones rusas y él fue rescatado y cuidado por una tribu de tártaros que lo envolvió en fieltro y le curó las quemaduras con grasa.
Todos los materiales que formaron parte de aquella circunstancia –el fieltro, la grasa, la miel, y las conexiones de energía– adquieren en su obra una rotunda significación.

Fuente: clarin.com

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