Historia. Un trabajo notable del investigador Richard Gott revela el papel del aparato político y militar inglés en el mundo, incluso en Malvinas. También cuenta las resistencias que generó.
Presencia permanente. El mapa muestra los alcances de una narrativa llena de sangre y muerte que se desparramó por el mundo entero. |
Por Isidoro Gilbert
Carlos I, rey de España, pudo decir que “en mis dominios nunca se pone el sol” pero también y más sólidamente lo podrían haber repetido varios monarcas británicos, particularmente la reina Victoria.
El sistema colonial británico que comienza a emerger en el siglo XVI, se afianza en el XIX y es una etapa clave de la historia mundial. Sobre ese proceso, que nos alcanzó desde la independencia hasta no hace demasiado tiempo hay una extensa literatura y también definiciones: Vladimir Lenin colocó a la Argentina como modelo de independencia política formal y dependencia del imperio británico y a su manera lo dijo el vicepresidente Julio Roca cuando firmó en Londres el pacto económico con Runciman. La política argentina de los años 30 fue signada por ese acuerdo que fue fustigado por Lisandro de la Torre, Raúl Scalabrini Ortiz, la agrupación Forja, los hermanos Irazusta y la izquierda.
La editorial Capital Intelectual editó El imperio británico, trabajo encomiable del historiador inglés Richard Gott quien ha narrado ese largo proceso histórico desde “abajo”, es decir, a partir de las resistencias que en todos lados encontraron las invasiones militares, el método dominante en esta saga, en los cinco continentes. Precisamente el trabajo de Gott lleva como subtítulos “Resistencia, represión y rebeliones. El otro lado de la historia”.
Digamos que el autor es especialista en asuntos latinoamericanos: escribió libros como Guerrilla movements in Latin America en 1970, así como Cuba a New history o Hugo Chavez and de Bolivarian Revolution . Es integrante del South American Council, un grupo d e intelectual es y políticos que quieren que Gran Bretaña y la Argentina negocien sobre las islas Malvinas.
Extraña por ello que el trabajo no aborde la irrupción de la corbeta de guerra Clio , al mando del capitán Onslow en enero de 1833 en las Malvinas, ni la resistencia que presentó la pequeña guarnición y sobre todo los gauchos como Antonio Rivero que pudieron reconquistar el control de las islas. O, más tarde, la resistencia a la irrupción naval franco-británica que produjo la Vuelta de Obligado.
Cuenta Gott la resistencia a las dos invasiones inglesas de los vecinos de Buenos Aires, en su mayoría “indios y mestizos de distintas razas, descritos de formas diversas como pardos, morenos y chinos”. Pero también se refiere a la rendición “en diez días y (que) cincuenta y ocho miembros de la elite gobernante se prestaron a jurar obediencia al rey George”. Las derrotas militares de las tropas británicas frente a reacciones populares no fueron infrecuentes, pero durante largo tiempo han sido transitorias. Otro caso de catástrofe definitiva fue Afganistán donde la colonia debió dejar el territorio pese haber ocupado Kabul.
Gott analiza las contradicciones que Londres tuvo con París, pero también con el reino de España u Holanda en la faena de colonizar India o Norteamérica y el Caribe, diferencias que se buscó amortiguar con repartos de territorios en diferentes conferencias internacionales que siempre fueron violadas, especialmente por Gran Bretaña. Es muy descriptiva la narración del proceso independentista de las 13 colonias del Este norteamericano, preñado de matanzas de las naciones de naturales como “los cheroquis, un pueblo montañés que vivía en los Apalaches” y “eran la mayor nación americana nativa en las fronteras de la América británica, que en enero de 1760 protagonizó una gran rebelión en Carolina del Sur, luego de que una afluencia de colonos amenazara con incautarse de más tierras”.
La extensión territorial fue para los colonos, dice Gott, la principal razón histórica de la declaración de la independencia en 1776 encabezada por George Washington, “gran terrateniente y propietario de esclavos” y no los impuestos, entre ellos al té. Por ello las naciones nativas, aliadas a veces con los franceses, se unieron a los británicos contra los colonos que tuvieron como meta la liquidación de los aborígenes.
Resistencias antiimperiales
Es una narrativa llena de sangre y muerte, igual que la “guerra del opio” para abrir los puertos chinos a los mercaderes británicos o la resistencia musulmana en varios países árabes, de negros en Africa, el reclutamiento de esclavos que inauguraron ingleses y europeos, mano de obra vil que cuando no pudo sostenerse se reemplazó por hindúes y chinos, como ocurrió en el oeste de EE.UU., Guyana, isla Mauricio, Sudáfrica.
Richard Gott utiliza el término “imperialismo”, un fenómeno que surge con el predominio del capital financiero y el desarrollo del capitalismo. En rigor, debería referirse al coloniaje. Su trabajo agrupa una diversidad de rebeldías y de luchadores de la resistencia en el curso de los años 1755 a 1857 con nombres que entraron en el olvido.
Precisamente el libro ha querido recuperar para la memoria histórica lo que no se incluye “en los registros imperiales”, aunque en algunos países ciertas figuras están en el terreno de las leyendas.
Lo que recorre los episodios narrados por Richard Gott es un hilo de resistencia de los rebeldes, indios, irlandeses, africanos, árabes, caribeños, maoríes, etcétera, que fueron ocupantes de las tierras que les arrebataron. Dice el autor que las primeras luchas de mediados de la década de 1750 en la India y América del Norte “no fueron sino un anticipo de las rebeliones que ocurrirán en los años posteriores, mientras los tentáculos imperiales de Gran Bretaña se extendían en nuevas regiones del mundo”. Ya se sabe: en la mayoría de los casos las luchas terminaron mal, pero en ocasiones, esa resistencia defensiva fue efectiva.
Los esclavos de Haití derrotaron a los ocupantes ingleses y los obligaron a irse; esclavos rebeldes en otras partes del Caribe ayudaron a acelerar el fin de la esclavitud, la incorporación de Latinoamérica por la fuerza fue una tarea perdida, a excepción de Belice, Guayana, algún enclave que subsiste en las Antillas y las islas Malvinas. Los que tuvieron más éxito—sostiene—son los colonos rebeldes blancos, no las naciones indígenas. Con todo, si en Norteamérica los colonos pudieron triunfar, no ocurrió igualmente en Australia o Sudáfrica. Los colonos canadienses no lograron con sus luchas la independencia pero sí la autonomía, y los ejemplos son variados.
Gott da pistas de hechos históricos que dejaron huellas hasta nuestros días. Luego de la invasión a Egipto en 1882, “la oposición islámica brotó en Oriente Medio y en el mundo árabe. La oposición nacionalista a la invasión alimentaría una tradición antibritánica que sobreviviría a través de los años”. Un líder de la resistencia, el coronel Ahmed Arabi alertó que los mahometanos consideraban a Egipto como la llave a la Meca y Medina “y todos están obligados por su ley religiosa a defender estos lugares sagrados”.
El llamado de Ahmed Arabi a una jihad fue ignorado entonces pero rebrotaría más tarde en todo el mundo árabe. El imperio británico como fue alguna vez concluyó formalmente en los años ‘60 del siglo pasado, “pero su infeliz legado está presente en el mudo actual” donde subsisten conflictos en lo que fueron territorios coloniales.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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