Joaquín Morales Solá
LA NACIÓN
LA NACIÓN
Tuvo algo de misa y otro poco de espectáculo de rock. Hubo un silencio de culto cuando Mario Vargas Llosa describió la cartografía de sus ideas, sobre todo cuando explicó su fe en la libertad. Pero hubo también un público que reía y aplaudía cuando el escritor se vestía de actor, que también lo es desde hace poco tiempo, para contar hilarantes historias de su vida y de otras vidas. En medio de ese escenario que oscilaba entre la profundidad de un pensamiento y la superficie de una fantasía, el escritor mundialmente más renombrado de los últimos tiempos no le huyó a la polémica. Gentil e irónico, le agradeció a la Presidenta su gestión para que no lo censuren, pero le pidió que sea como dice que es.
Con todo, una imperceptible brisa de tensión existió en casi toda la ceremonia en la que Vargas Llosa habló primero y luego respondió preguntas del periodista Jorge Fernández Díaz. ¿Sucedería algo? ¿Alguien o algunos tratarían de arruinar el momento cumbre de la fiesta literaria anual? Los intelectuales kirchneristas habían sembrado la inquietud cuando pidieron públicamente que se le quitara el micrófono al primer Premio Nobel de Literatura latinoamericano en muchísimos años.
El kirchnerismo ha logrado desfigurar las cosas más simples. Un periodista le preguntó a este colega si no le parecía una provocación que Vargas Llosa estuviera hablando en la Feria del Libro . ¿Por qué una provocación?, repregunté. "Bueno, por las ideas que tiene", atinó a contestarme. Traté con deferencia a ese colega, porque me pareció que sólo expresaba lo que está sucediendo con el clima perturbado y retorcido de la libertad. ¿Habría sido una provocación si el personaje central de ayer hubiera sido Horacio González o José Pablo Feinmann ? ¿Dónde está escrito que la única palabra autorizada en la Argentina es la que emite el poder político temporal, para usar un giro de la propia Cristina Kirchner, y el coro incansable de sus aduladores?
Seguramente, Vargas Llosa no había leído ayer en los sitios de Internet las provocadoras palabras (en este caso, la calificación es justa) del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Fernández los retó en público a Vargas Llosa y a Fernando Savater porque se les había ocurrido criticar a la Argentina. Herejía. Apostasía. El escritor y el filósofo no criticaron al país, sino a políticas de su gobierno y a las posiciones de sus seguidores. Aníbal Fernández no hizo más que desempolvar esos viejos hábitos del autoritarismo, que siempre termina encerrado en el más rancio nacionalismo.
Sin embargo, Vargas Llosa pareció contestarle al jefe de los ministros cuando recordó la literatura aperturista de Julio Cortázar (sobre todo su libro La vuelta al día en 80 mundos ) para terminar diciendo que "la humanidad es una sola y compartida". El mundo de Vargas Llosa, como una infinita aventura del hombre, en contraste con el estrecho y asfixiante espacio del nacionalismo de Fernández.
Con todo, una imperceptible brisa de tensión existió en casi toda la ceremonia en la que Vargas Llosa habló primero y luego respondió preguntas del periodista Jorge Fernández Díaz. ¿Sucedería algo? ¿Alguien o algunos tratarían de arruinar el momento cumbre de la fiesta literaria anual? Los intelectuales kirchneristas habían sembrado la inquietud cuando pidieron públicamente que se le quitara el micrófono al primer Premio Nobel de Literatura latinoamericano en muchísimos años.
El kirchnerismo ha logrado desfigurar las cosas más simples. Un periodista le preguntó a este colega si no le parecía una provocación que Vargas Llosa estuviera hablando en la Feria del Libro . ¿Por qué una provocación?, repregunté. "Bueno, por las ideas que tiene", atinó a contestarme. Traté con deferencia a ese colega, porque me pareció que sólo expresaba lo que está sucediendo con el clima perturbado y retorcido de la libertad. ¿Habría sido una provocación si el personaje central de ayer hubiera sido Horacio González o José Pablo Feinmann ? ¿Dónde está escrito que la única palabra autorizada en la Argentina es la que emite el poder político temporal, para usar un giro de la propia Cristina Kirchner, y el coro incansable de sus aduladores?
Seguramente, Vargas Llosa no había leído ayer en los sitios de Internet las provocadoras palabras (en este caso, la calificación es justa) del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Fernández los retó en público a Vargas Llosa y a Fernando Savater porque se les había ocurrido criticar a la Argentina. Herejía. Apostasía. El escritor y el filósofo no criticaron al país, sino a políticas de su gobierno y a las posiciones de sus seguidores. Aníbal Fernández no hizo más que desempolvar esos viejos hábitos del autoritarismo, que siempre termina encerrado en el más rancio nacionalismo.
Sin embargo, Vargas Llosa pareció contestarle al jefe de los ministros cuando recordó la literatura aperturista de Julio Cortázar (sobre todo su libro La vuelta al día en 80 mundos ) para terminar diciendo que "la humanidad es una sola y compartida". El mundo de Vargas Llosa, como una infinita aventura del hombre, en contraste con el estrecho y asfixiante espacio del nacionalismo de Fernández.
Petulancia
Ya antes, Vargas Llosa se había extrañado por esos embelecos nacionalistas de los argentinos. ¿Acaso Cortázar y el "Che" Guevara, dos argentinos que pertenecen al panteón del kirchnerismo (Guevara más que Cortázar), no se metieron con su palabra o con sus acciones en cuantos conflictos hubo en el mundo que les tocó vivir?, recordó hace unas semanas. El nacionalismo argentino no carece de petulancia: podemos ir muy frescos a otros lugares, pero nadie puede entrar en nuestra sagrada comarca.
El oficioso sacerdote provocó uno de los momentos de mayor recogimiento durante esa misa pagana cuando describió la dictadura bajo la que se formó en su adolescencia y su juventud. Fue la del cruel dictador peruano Manuel Odría. Vargas Llosa relató una dictadura como una forma de contar todas las dictaduras. Censuras, prisiones, persecuciones, torturas, muertes. El autoritarismo tiene muchos nombres en la historia (nazismo, fascismo, estalinismo, dictaduras militares o civiles), pero recordó que todas usaron y usan siempre la misma receta, con mayor o menor intensidad. A los argentinos les evocó también que él se puso en su momento, cuando muchos callaban, al frente de la denuncia de la dictadura argentina, sobre todo de los escritores censurados. Entonces era presidente del PEN Club Internacional.
Sus ideas lo condenan en la Argentina de hoy, no lo que ha hecho o lo que ha escrito. Es un liberal que descree hasta de los dogmas estrictos del liberalismo si éste lo sorprende con un catálogo de conceptos inquebrantables. No está dispuesto a entregarles a las distorsiones latinoamericanas la vieja y efectiva definición de liberal. Los intelectuales kirchneristas creen que Jorge Rafael Videla fue liberal y ése es, precisamente, el falso concepto que Vargas Llosa vino a exorcizar.
La platea vibró de risas y aplausos, en cambio, cuando aludió a la construcción de su novela La tía Julia y el escribidor. Un relato pausado, como si estuviera escribiendo un cuento, describió a un entrañable escritor boliviano, que trabajaba en Perú, y que no leía libros para que no lo influyeran. Ahí mostró su faceta de actor consumado, que lo llevó hace poco al escenario para poner una versión de "Las mil y una noches", que él la llamó "Las mil noches y una noche", con la actriz Aitana Sánchez-Gijón. El público pareció ayer, por momentos, celebrar la interpretación de una canción de rock.
No concibe un sistema político en el que el poder no pueda ser criticado. Esta es su diferencia fundamental con el kirchnerismo argentino, que logró, al final de cuentas, lo que logra todo censurador: hacer del censurado una víctima ovacionada por una multitud. Eso sucedió ayer cuando caía la noche en Buenos Aires.
"Los otros somos nosotros", disparó para explicar su amor por Buenos Aires y su extrañeza del destino argentino. Recordó con precisión que la Argentina era un país desarrollado cuando gran parte de Europa no lo era. O que en la Argentina casi no tenía analfabetismo cuando Europa tenía muchos analfabetos. ¿Qué le pasó a la Argentina? ¿Qué designio o qué errores la hicieron retroceder tanto? Dio muchas vueltas sobre la misma pregunta: ¿qué le pasó a la Argentina? Un escritor tiene obsesiones que lo acompañan durante toda su vida. Descubrir el origen de los errores nacionales o sociales parece ser una de las suyas. ¿O, acaso, hace 40 años no escribió en Conversación en la Catedral una de sus frases más célebres: "¿En qué momento se jodió el Perú?" Ayer, antes de despedirse, pareció hacerse la misma pregunta sobre el indescifrable país de los argentinos.
Ya antes, Vargas Llosa se había extrañado por esos embelecos nacionalistas de los argentinos. ¿Acaso Cortázar y el "Che" Guevara, dos argentinos que pertenecen al panteón del kirchnerismo (Guevara más que Cortázar), no se metieron con su palabra o con sus acciones en cuantos conflictos hubo en el mundo que les tocó vivir?, recordó hace unas semanas. El nacionalismo argentino no carece de petulancia: podemos ir muy frescos a otros lugares, pero nadie puede entrar en nuestra sagrada comarca.
El oficioso sacerdote provocó uno de los momentos de mayor recogimiento durante esa misa pagana cuando describió la dictadura bajo la que se formó en su adolescencia y su juventud. Fue la del cruel dictador peruano Manuel Odría. Vargas Llosa relató una dictadura como una forma de contar todas las dictaduras. Censuras, prisiones, persecuciones, torturas, muertes. El autoritarismo tiene muchos nombres en la historia (nazismo, fascismo, estalinismo, dictaduras militares o civiles), pero recordó que todas usaron y usan siempre la misma receta, con mayor o menor intensidad. A los argentinos les evocó también que él se puso en su momento, cuando muchos callaban, al frente de la denuncia de la dictadura argentina, sobre todo de los escritores censurados. Entonces era presidente del PEN Club Internacional.
Sus ideas lo condenan en la Argentina de hoy, no lo que ha hecho o lo que ha escrito. Es un liberal que descree hasta de los dogmas estrictos del liberalismo si éste lo sorprende con un catálogo de conceptos inquebrantables. No está dispuesto a entregarles a las distorsiones latinoamericanas la vieja y efectiva definición de liberal. Los intelectuales kirchneristas creen que Jorge Rafael Videla fue liberal y ése es, precisamente, el falso concepto que Vargas Llosa vino a exorcizar.
La platea vibró de risas y aplausos, en cambio, cuando aludió a la construcción de su novela La tía Julia y el escribidor. Un relato pausado, como si estuviera escribiendo un cuento, describió a un entrañable escritor boliviano, que trabajaba en Perú, y que no leía libros para que no lo influyeran. Ahí mostró su faceta de actor consumado, que lo llevó hace poco al escenario para poner una versión de "Las mil y una noches", que él la llamó "Las mil noches y una noche", con la actriz Aitana Sánchez-Gijón. El público pareció ayer, por momentos, celebrar la interpretación de una canción de rock.
No concibe un sistema político en el que el poder no pueda ser criticado. Esta es su diferencia fundamental con el kirchnerismo argentino, que logró, al final de cuentas, lo que logra todo censurador: hacer del censurado una víctima ovacionada por una multitud. Eso sucedió ayer cuando caía la noche en Buenos Aires.
"Los otros somos nosotros", disparó para explicar su amor por Buenos Aires y su extrañeza del destino argentino. Recordó con precisión que la Argentina era un país desarrollado cuando gran parte de Europa no lo era. O que en la Argentina casi no tenía analfabetismo cuando Europa tenía muchos analfabetos. ¿Qué le pasó a la Argentina? ¿Qué designio o qué errores la hicieron retroceder tanto? Dio muchas vueltas sobre la misma pregunta: ¿qué le pasó a la Argentina? Un escritor tiene obsesiones que lo acompañan durante toda su vida. Descubrir el origen de los errores nacionales o sociales parece ser una de las suyas. ¿O, acaso, hace 40 años no escribió en Conversación en la Catedral una de sus frases más célebres: "¿En qué momento se jodió el Perú?" Ayer, antes de despedirse, pareció hacerse la misma pregunta sobre el indescifrable país de los argentinos.