Una escultura del artista colombiano Fernando Botero, instalada en una plaza de la localidad italiana de Pietrasanta este viernes 6 de julio, antes de la inauguración de su exposición.
Por Kelly Velasquez
La
cuna de la escultura en Italia, la ciudad de Pietrasanta, en Toscana,
festeja con una inédita exposición de monumentales gatos, gordas y
caballos los 80 años del artista colombiano Fernando Botero.
"Aquí me siento como en mi tierra, tiene algo de Antioquia, la
montaña, las flores", confiesa sonriente a la AFP Botero mientras
recorre la sugestiva medieval iglesia de San Agustín, donde se exponen
diez de sus esculturas medianas y 40 dibujos y acuarelas realizadas en
los años setenta.
Junto con seis esculturas gigantes, instaladas en la sugestiva plaza
del Duomo, a pocos metros de distancia, en total 80 obras narran pasado y
presente del pintor y resumen su notable capacidad de mezclar lo
gráfico con lo plástico, lo colombiano con lo europeo.
"La pintura es un trabajo solitario, la escultura es en cambio
colectivo, se trabaja en equipo. Uno realiza el molde, otro cincela,
otro patina. Hasta el transporte es clave", cuenta el artista, quien
cumplió en abril, como escribe el diario local, "sus primeros 80 años"
de vida.
"No tengo que demostrar nada a nadie" sostiene el artista, entre los
más cotizados al mundo, -una obra suya acaba de ser vendida por 2,3
millones de dólares-, quien pasa desde hace 38 años dos meses al año en
Pietrasanta, en su bella casa de la colina vecina, no muy lejos de las
legendarias canteras de mármol de Carrara, que inspiraron al genio del
Renacimiento Miguel Ángel.
Para el evento, que se inaugura el sábado y permanece abierto hasta
el 2 de septiembre, se han movilizado no sólo las autoridades locales,
sino toda la ciudad, célebre por la elaboración del mármol y el bronce,
de unos 30.000 habitantes, que conocen vida y milagro del "maestro",
quien suele recorrer placitas y callejuelas y cenar en sus 'trattorias'
típicas.
"Toda la familia está aquí. Hijos, nietos, sus novios, amigos",
cuenta con la satisfacción y sabiduría del que ha realizado en la vida
lo que ha querido.
"Pintar es para mí un placer. Trabajo todos los días 8 a 10 horas. Eso sí, sin música, me molesta", asegura.
La presencia de canales de televisión de todo el mundo, de
periodistas y expertos en programas de arte en la encantadora
Pietrasanta, a 400 kilómetros de Roma, lo sorprende y halaga.
"Para mí, esta exposición es tan importante como las que he realizado
en Roma y Milán", confiesa, por lo que escogió para ella varias
pinturas y dibujos de su colección personal sobre sus temas preferidos:
gordos, toros, caballos, vírgenes, curas y campesinos "con carriel", la
bolsa de viaje de su país, iconografías que lo tienen atado a sus
raíces.
"Mi pintura no tiene nada de realismo mágico, nadie vuela, ni lo
persiguen mariposas amarillas. Es improbable, pero no imposible",
explica con seductora afabilidad y amabilidad.
Más compleja resulta la explicación del curador de la muestra,
Alessandro Romanini. "Esta exposición es una síntesis de la cultura
europea con la suramericana, un 'connubio' entre la iconografía, la
técnica y el lenguaje que Botero ha analizado y elaborado en sesenta
años de carrera", sostiene.
Para el dueño de la fundición Mariani, Adolfo Angolini, con el que
trabaja desde los años 70, cuando Botero vino por primera vez a visitar
el taller del renombrado escultor lituano Jacques Lipchitz, es más bien
un homenaje al hombre, al ser humano, a aquel a quien fama y dinero no
han devastado. "Es alguien muy atento a sus afectos, no deja de llamar
para los cumpleaños y Año Nuevo", comenta.
Fuente: AFP
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