Casa inglesa de la zona de Temperley.
Por Laura Ramos
Creía el otro día, de paseo por los barrios ingleses, que Buenos Aires había escamoteado, por indiferencia u olvido, un homenaje a Charles Dickens, hecho que me llenó de pesadumbre. ¿La ciudad anglófila, el poblado británico de Caballito, arquitectónicamente pensado en un estilo Tudor y georgiano desde sus inicios, en 1923, el club social inglés de Temperley, fundado en 1893 y con reminiscencias de pub londinense, sus parroquianos de las calles Meeks y Brandsen, que aún hablan inglés en la iglesia Holly Trinnity, todos se encogen de hombros ante el bicentenario del nacimiento del mayor novelista de lengua anglosajona? Una vez más, como siempre que pienso a Buenos Aires, me equivocaba. No sólo le harán un homenaje en el comedor del orfanato del convento de San Francisco, en Monserrat. Detrás del puente pegado a la avenida Pavón, en la región de Remedios de Escalada, el barrio de los operarios de los talleres Banfield alude con arrogancia, con razones mucho más contundentes que Belgrano R, al Londres industrial de Dickens. Pero en el mismo viaje en tren, en las cercanías de la estación Claypole, y luego en Bernal y Berazategui, advertí que Buenos Aires es un pesebre viviente del mundo dickensiano. Permítanme explicarme.
Si Dickens escribió las miserias del capitalismo temprano, Buenos Aires reescribe a Dickens en los barrios de extramuros que muestran la cara más miserable del capitalismo tardío. Las casas inglesas del pasaje Antonino Ferrari o de la calle Cachimayo, creadas en 1923 por el Banco El Hogar Argentino, con sus escudos heráldicos y su estrechez victoriana hablan menos de la Londres de la industrialización que de los hogares prósperos adonde se refugiaban ocasionalmente los niños huérfanos de Dickens. Son más bien las viviendas de chapa de los barrios obreros, ornamentadas con rejas negras u oxidadas, las que guardan más reminiscencias de la prisión de deudores Marshalea. Y si la ciudad es el gran personaje colectivo de Dickens, Buenos Aires es una ciudad dickensiana. El niño cartonero es Oliver Twist, la niña vendedora de hilos y agujas es la pequeña Dorrit, el antihéroe arltiano de la picaresca porteña es Wilkins Micawber.
Pese a las célebres observaciones de Marx sobre las “verdades sociales y políticas” de la obra dickensiana, que elogian al Dickens reformador, yo prefiero al creador del pathos de la infancia, de la orfandad como personaje artístico, de la niñez desamparada sin género, ni patria, ni cronología, del niño proletario de Osvaldo Lamborghini.
Como para resaltar aún más la inocencia y bondad de su gran personaje, la niñez, en Casa desolada el novelista presenta al niño impostor, a la imitación del niño, al mecanismo artificial del personaje infantil en Skimpole, una parodia maléfica.
Como un Roald Dahl del siglo XIX, Dickens descree de las familias, pero sobre todo descree de la bondad de los padres. Sin prisa, implacable, tal vez con algo de rencor, desnuda la hipocresía y la perversidad de la sociedad burguesa con un humor extraordinario: el padre de la Pequeña Dorrit usufructúa el trabajo de costurera de su hija con disimulada hipocresía; la madre de David Copperfield consiente los maltratos a su hijo propinados por el padrastro Murdstone; Mr. Wickfield permite el sacrificio de su hija Agnes ante Uriah Heep. Dickens se delecta con la inversión de los roles maternales: la niña-madre en Agnes Wickfield, Charley Neckett y la pequeña Dorrit; la mujer-niña en Clara Cooperfield y Dora Spenlow.
Charles Dickens |
La institución de la beneficencia en la era de la industrialización es desgarrada a dentelladas por Mr. Bumble, el rector del orfanato de Oliver Twist . Como perverso escritor de cuentos de hadas, Dickens opone a la inocencia de la bondad la depravación más compleja. La maldad carente de matices de Mr. Murdstone, la del asesino Monks o la del maestro Creakle y su vara es la que menos parece interesarle. En cambio, se delecta en acumular emociones contrapuestas en sus héroes más perturbados: los débiles y los ruines. Los primeros son deliciosos e intrincados, como Micabwer, Mr. Dorrit, Pip o Mr. Wickfield. Pero los viles son magníficos: el humilde y arrogante Uriah Heep, el joven seductor J. Steerforth, el anciano jefe de la banda infantil de ladrones, Fangin, esconden capas y capas de perfidia, fingimiento, persuasión, piedad, repliegues mezquinos o dobleces, generosidades y villanías.
Si Buenos Aires no fuera dickensiana hasta la médula por la bruma y por la sombra, esos otros dos grandes personajes del autor de Grandes esperanzas , lo sería sólo por la existencia de la tienda Krook, el almacén de trapos y botellas de Casa desolada , donde cuelga un cartel que dice: “Compramos prendas de señora y caballero” junto a otro, más pequeño, en el que puede leerse: “Se compran huesos”.
Fuente texto: clarín.com
Fuente texto: clarín.com
Gracias por tan emocionante relato!
ResponderEliminarSaludos
bambuey