EL MONTE HECHO A MANO



Arte / Identidad
El monte hecho a mano

Monte completa la trilogía de libros que registra la aventura única de Belén Carballo y Ricardo Paz, empeñados durante tres décadas en recuperar las maravillas cotidianas de un pueblo.


Los colores vibrantes se destacan en los roperos y alacenas.

Por Carolina Muzi | Para LA NACION

En el patio lateral de una casa chorizo reciclada, apoyadas en solitario o reunidas en series, se suceden las muestras que encarnan con austeridad la fuerza de una variante de naturaleza autóctona. Son cortezas enormes de chañar, entreveradas ramas de huiñaj, nudos tenaces de algarrobo convertidos en tapas de mesas, en posamonturas o en cuencos simples; potente testimonio de la conjunción entre el monte y la cultura que en él hizo nido.
Guiado por Ricardo Paz, el recorrido por la galería-taller ¿museo? de Arte Étnico Argentino (uno de los primeros espacios de diseño que tuvo Palermo Viejo al despuntar los años 90) se puebla de referencias, de nombres de hacedores y de maderas, del vasto conocimiento que Paz tiene del monte, expresado aquí en dos de las vertientes iniciales de la cultura material de ese territorio: los textiles y el mobiliario. Porque es ahí, primero en los tejidos para la protección y luego en los soportes básicos de las actividades, donde se puede rastrear el origen del hábitat vernáculo, su santo y seña.
"El monte rodeaba las ciudades como un mar de árboles; esta geografía ocupaba la mayor parte del norte argentino cuando llegaron los españoles. Y fue allí donde comenzó la patria y nacieron los primeros criollos: Santiago del Estero, Córdoba, Salta, La Rioja, Jujuy, Catamarca y Tucumán. El indio aportó su hermandad con el árbol y el español, la técnica; y de aquella unión nacieron estos primeros muebles", señala Belén Carballo en la introducción a su último (y reciente) libro: Monte, muebles de la tierra argentina.
Carballo es la otra pata de esta operación de rescate de algún modo antropológico del monte santiagueño, que había iniciado Paz antes de conocerla, cuando cambió su perfil de anticuario europeísta por la indagación en las raíces propias. En 1989, el encantamiento por los objetos esenciales de la cultura montaraz los guió en un viaje fundante que, a través de los años, los llevaría a profundizar en los habitantes y en el paisaje como hacedores del entorno y, por ende, de una identidad material argentina de alcances geográficos y culturales.
A partir de la divulgación local e internacional de estas producciones, generaron, entre otras cosas, conocimiento, un nicho de trabajo con su respectiva oferta y demanda, y la recuperación de viejas técnicas y saberes en vías de extinción, que a partir de la poscrisis se replicó en otras iniciativas de rescate de artesanías nativas por las provincias. Mientras, veían de qué manera la soja transgénica y otras desmesuras arrasaban con el monte y lo que guarda. Por eso, la defensa en la que se plantaron terminó por extenderse al paisaje mismo. Y el ciclo de esa búsqueda hoy se cierra (o mejor, se abre) con la iniciativa Los silencios, una pequeña reserva de vida sustentable, un desarrollo-antídoto contra el desmonte y demás depredaciones. Y también con una publicación que, a modo de balance y legado, cataloga buena parte de aquello con lo que comenzaron trabajando: el mobiliario criollo.
En este libro, fin de una serie de tres cuidados volúmenes, la pareja reunió la experiencia de casi tres décadas en el monte santiagueño. Entre el primero, Un arte escondido, objetos del monte argentino, y este último, pasaron 15 años. En el medio publicaron Teleras, memoria del monte quichua (2006), un riguroso relevamiento de técnicas, materiales, colores y motivos de los textiles autóctonos.
"Teleras... reflejaba el trabajo de las mujeres. Monte, muebles de la tierra argentina, en cambio, está focalizado en el patrimonio de los varones carpinteros: son ellos los que trabajan la madera; y fue a través de ellos, charlando en los aleros, como fui accediendo a los saberes. Todo eso hoy está en peligro. diría que casi ya fue. Los jóvenes que diseñan están en el ciberespacio, atentos a las expresiones 'de autor' y la producción industrial que promueve cada vez más consumo y más mercado; de los orígenes anónimos, populares, y de sus técnicas en armonía con la naturaleza, nada. No se atiende ni se busca conocer esta tradición, este legado. Siendo patrimonio de la cultura material popular, es una pena que sólo sea apreciado por élites que descubren su belleza. Es material que debería verse en las facultades de diseño", señala Paz, preocupado por el naufragio digital de los más jóvenes. "En dos generaciones, con cuidado, esto se podría recuperar. Yo quiero jugar ese partido", confiesa.
"Queríamos, justamente, cerrar este corpus de conocimiento, el relevamiento de una forma de hacer, las lecciones de un saber que sigue vivo", añade Belén. Las cuestiones de diseño que aporta el libro, con la comunicación de un amplio repertorio de sillas, mesas, asientos, cunas, camas y catres, roperos y alacenas, va desde las proporciones y la ergonomía hasta el uso racional de la madera y la presencia del color. Así, más allá de su valor de registro de la cultura material, permite recorrer las tipologías básicas del mueble criollo y ofrece fichas técnicas junto a los porqués de sus formas, medidas y funciones múltiples.
Dos textos de Norberto Chaves y de Gui Bonsiepe extienden sendas miradas sobre el fenómeno del mobiliario popular y las fotografías de Andrés Barragán los muestran con elegancia a través de 259 páginas diseñadas por Rubén Fontana.
Un esmerado esfuerzo para que este patrimonio no quede sólo en el "aroma de un pasado en común, memoria incierta y ensoñación".

ADN Carballo-Paz

Belén Carballo, licenciada en Psicología con especialización en organizaciones sin fines de lucro, es gestora de proyectos de desarrollo social y cultural en el monte santiagueño como la Asociación Adobe; dirige Arte Étnico Argentino y su editorial.

Ricardo Paz es anticuario, especialista en arte étnico argentino; desde los años 80 recorre la Argentina documentando y rescatando piezas de diversas culturas y comunidades nativas, con especial foco en el monte quichua santiagueño y en su identidad criolla. Hoy se concentra en la reserva Los silencios, en las serranía de Sumampa, Santiago del Estero.

Fuente: ADN Cultura La Nación

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