Con la apertura del Museo Franklin Rawson, la provincia de San Juan podrá exhibir, además de muestras temporarias, una notable colección que arranca en el siglo XIX y concluye con trabajos de grandes artistas contemporáneos.
PANORÁMICA. Una sala del museo.
Por Marina Oybin
Faltan sólo unas horas. A la noche, aquí, en San Juan, inaugura
la nueva sede del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson. Hay
alegría en el mundo del arte: ya llegaron muchos de los autores de las
obras que se verán en el museo: Rogelio Polesello, Marta Minujín, Nicola
Costantino, Facundo de Zuviría, Fermín Eguía, Marcia Schvartz, Jorge
Abot, Tulio de Sagastizábal, entre muchísimos otros. También,
galeristas, críticos de arte, curadores, directores, entre muchas otras
instituciones, de museos como el de Neuquén y el de Arte Precolombino e
Indígena de Montevideo, y periodistas. Es una verdadera alegría
compartir un momento donde sea con todos ellos: en uno de esos
encuentros marcado por anécdotas inolvidables que arrancaron ya en el
avión. Habrá, después, sobremesa de un grupo de periodistas con
Polesello recordando jugosos momentos del Di Tella, un dibujo hecho a
dúo con vino sobre tela de servilleta que le regalarán a esta cronista, y
la lista sigue.
Hay mucha expectación. En el hotel, apenas hacemos pie en las tierras del zonda, Marta Minujín –que luego participará en el corte de cinta protocolar junto a funcionarios provinciales y nacionales– propone un tour express por la city antes de la inauguración. Ya a la noche la gente copa las salas: no todos los días hay museo nuevo en San Juan.
Paradoja mediante, el museo de San Juan, inaugurado en 1936, durante mucho tiempo no tuvo sede propia. El terremoto de 1944 destruyó el edificio, que había comenzado a construirse un año antes, y provocó daños en la colección. Luego tuvo un destino errante: funcionó provisoriamente en distintos sitios. “Esta sede era una deuda pendiente que tenía la colección: la obra no estaba correctamente expuesta, llegó a un estado crítico, y hasta hubo un robo. Hace tiempo que muchos artistas vienen luchando para tener un museo definitivo”, dice Virginia Agote, directora del museo.
Hay mucha expectación. En el hotel, apenas hacemos pie en las tierras del zonda, Marta Minujín –que luego participará en el corte de cinta protocolar junto a funcionarios provinciales y nacionales– propone un tour express por la city antes de la inauguración. Ya a la noche la gente copa las salas: no todos los días hay museo nuevo en San Juan.
Paradoja mediante, el museo de San Juan, inaugurado en 1936, durante mucho tiempo no tuvo sede propia. El terremoto de 1944 destruyó el edificio, que había comenzado a construirse un año antes, y provocó daños en la colección. Luego tuvo un destino errante: funcionó provisoriamente en distintos sitios. “Esta sede era una deuda pendiente que tenía la colección: la obra no estaba correctamente expuesta, llegó a un estado crítico, y hasta hubo un robo. Hace tiempo que muchos artistas vienen luchando para tener un museo definitivo”, dice Virginia Agote, directora del museo.
OBRAS. De Pablo Siquier y Tulio de Sagastizábal, una escultura de Enio Iommi y un acrílico de Rogelio Polesello.
Con 4.800
metros cuadrados –una de sus alas se construyó en el antiguo Casino de
la ciudad conservando el estilo original– y una inversión de 30 millones
de pesos, el nuevo edificio cumple con todos los parámetros museísticos
establecidos para la óptima conservación del patrimonio. Con un diseño
impecable y estructura bien moderna de acero completamente vidriada que
conecta con el exterior, cuenta con cinco salas (destinadas a la
colección permanente y las muestras temporarias), auditorio, biblioteca,
área de depósito, montaje, conservación y restauración, confitería y
tienda.
Entre esculturas, pinturas, dibujos y grabados, se exhiben 250 piezas –muchas recientemente restauradas– de las casi mil que integran la colección. Con obras que van desde el siglo XIX hasta la actualidad, el guión curatorial se propone “mostrar y resaltar la colección a través de su obra más importante y al mismo tiempo contar la historia de San Juan y del museo”. Ahora, claro, se abren nuevos desafíos: cómo insertar este nuevo espacio, qué actividades, muestras y charlas organizar para que la gente lo sienta suyo y sea un museo de puertas abiertas, poblado.
La colección arranca con retratos, y pintura costumbrista e histórica de la escuela sanjuanina de pintura del siglo XIX. Hay obras de Franklin Rawson, que completó sus estudios en Chile con Raymond Monvoisin y fue un pintor admirado por Sarmiento, quien llegó a calificar sus retratos de la aristocracia de nuestras pampas “como un monumento de la gloria del país”; de Amadeo Gras, de Monvoisin y de Genaro Pérez, entre otros.
Varias paredes del museo fueron pintadas con distintos colores saturados, llamativos. El salón azul, por ejemplo, reúne obras de Martín Malharro –el color funciona muy bien con su paisaje–, Justo Lynch, Quinquela Martín, Cesáreo Bernaldo de Quirós y Koek Koek.
Entre esculturas, pinturas, dibujos y grabados, se exhiben 250 piezas –muchas recientemente restauradas– de las casi mil que integran la colección. Con obras que van desde el siglo XIX hasta la actualidad, el guión curatorial se propone “mostrar y resaltar la colección a través de su obra más importante y al mismo tiempo contar la historia de San Juan y del museo”. Ahora, claro, se abren nuevos desafíos: cómo insertar este nuevo espacio, qué actividades, muestras y charlas organizar para que la gente lo sienta suyo y sea un museo de puertas abiertas, poblado.
La colección arranca con retratos, y pintura costumbrista e histórica de la escuela sanjuanina de pintura del siglo XIX. Hay obras de Franklin Rawson, que completó sus estudios en Chile con Raymond Monvoisin y fue un pintor admirado por Sarmiento, quien llegó a calificar sus retratos de la aristocracia de nuestras pampas “como un monumento de la gloria del país”; de Amadeo Gras, de Monvoisin y de Genaro Pérez, entre otros.
Varias paredes del museo fueron pintadas con distintos colores saturados, llamativos. El salón azul, por ejemplo, reúne obras de Martín Malharro –el color funciona muy bien con su paisaje–, Justo Lynch, Quinquela Martín, Cesáreo Bernaldo de Quirós y Koek Koek.
Hay también obras de
Ramón Gómez Cornet, Butler, Antonio Berni (“La niña”, 1935), Victorica,
Spilimbergo, pasando por Pettoruti, Alfredo Guttero, Gramajo Gutiérrez
hasta Raquel Forner, Juan Melé, Carlos Gómez Centurión (con una Difunta
Correa donde el color y el valor marcan trágicamente la contraposición
entre vida y muerte), Seoane, Yuyo Noé (con su conmovedora “La
partida”), León Ferrari, Gorriarena, Alejandro Kuropatwa y Alfredo Prior
(con un deslumbrante “Mercurio”).
LA CIVILIZACION OCCIDENTAL. De León Ferrari, junto a una pintura de Daniel Santoro.
Una de las salas está
dedicada a artistas sanjuaninos contemporáneos; otra, al arte sobre
papel, con perlitas como un retrato con vida propia (Acuarela, 1896) de
Severo Rodríguez Etchart y los trabajos de los mexicanos Juan O’Gorman y
José Guadalupe Posadas. Hay un sector que reúne donaciones provenientes
de colecciones privadas: obras de la escuela cusqueña, íconos
bizantinos y dos pinturas atribuidas a Rubens y Van Dyck.
La
muestra temporaria es Identidad del Sur/Southern Identity, que el año
pasado fue comentada en Ñ cuando se inauguró en el Smithsonian de
Washington en conmemoración del Bicentenario. Ahora, se presenta una
amplia selección de los trabajos que integraron aquella gran muestra,
que, cuenta la directora del museo, sólo se verá en la Argentina en este
museo, hasta fines de febrero.
En fascinante recorrido por el arte contemporáneo argentino, organizado por ejes temáticos, es un caleidoscopio que propone cruces y relaciones entre los distintos artistas, y al tiempo muestra obras bien representativas de cada uno de ellos. “La selección –se explica en el catálogo– buscó reflejar un panorama lo más amplio posible de las artes visuales contemporáneas del país, con el máximo de equilibrio y diversidad generacional, geográfica y disciplinar”. La impronta política arranca con los impresionantes alambres de púa vueltos manos, vueltos desesperación, de Norberto Gómez, y sigue con obras de Juan Carlos Distéfano, Carlos Alonso, León Ferrari, Eduardo Iglesias Brickles y Daniel Santoro. “El paisaje” está presente con Yuyo Noé, Eduardo Stupía, Duilio Pierri, Jorge Macchi (con imperdibles videos) y el fotógrafo Facundo de Zuviría. En “Apuntes sobre la identidad” captura el sugerente vendaje (acrílico sobre tela) de Daniel García, y “Lo que pasa todavía”, cita a los fusilamientos de la historia del arte y a los de nuestras pampas, de Víctor Quiroga, quien, a su vez, es uno de los comensales de “Asado en Mendiolaza”, de Marcos López, también expuesta en sala. Por último, el eje “Poéticas de la abstracción” incluye obras de Marta Minujín, Rogelio Polesello, con uno de sus maravillosos, y siempre contemporáneos acrílicos tallados; Gyula Kosice, Enio Iommi y Pablo Siquier, entre otros.
Ya bien entrada la noche, la gente sigue en las salas. Gran debut para la nueva sede del Museo provincial de Bellas Artes Franklin Rawson.
En fascinante recorrido por el arte contemporáneo argentino, organizado por ejes temáticos, es un caleidoscopio que propone cruces y relaciones entre los distintos artistas, y al tiempo muestra obras bien representativas de cada uno de ellos. “La selección –se explica en el catálogo– buscó reflejar un panorama lo más amplio posible de las artes visuales contemporáneas del país, con el máximo de equilibrio y diversidad generacional, geográfica y disciplinar”. La impronta política arranca con los impresionantes alambres de púa vueltos manos, vueltos desesperación, de Norberto Gómez, y sigue con obras de Juan Carlos Distéfano, Carlos Alonso, León Ferrari, Eduardo Iglesias Brickles y Daniel Santoro. “El paisaje” está presente con Yuyo Noé, Eduardo Stupía, Duilio Pierri, Jorge Macchi (con imperdibles videos) y el fotógrafo Facundo de Zuviría. En “Apuntes sobre la identidad” captura el sugerente vendaje (acrílico sobre tela) de Daniel García, y “Lo que pasa todavía”, cita a los fusilamientos de la historia del arte y a los de nuestras pampas, de Víctor Quiroga, quien, a su vez, es uno de los comensales de “Asado en Mendiolaza”, de Marcos López, también expuesta en sala. Por último, el eje “Poéticas de la abstracción” incluye obras de Marta Minujín, Rogelio Polesello, con uno de sus maravillosos, y siempre contemporáneos acrílicos tallados; Gyula Kosice, Enio Iommi y Pablo Siquier, entre otros.
Ya bien entrada la noche, la gente sigue en las salas. Gran debut para la nueva sede del Museo provincial de Bellas Artes Franklin Rawson.
FICHA
Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson
Horario: martes a domingos, 12 a 20.
Entrada: general, $10; estudiantes, $5.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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