TRANSPARENTE. LA NUEVA VISTA DEL TEATRO COMUNICA CON EL EXTERIOR. |
Por Berto González Montaner *
La noticia del fallecimiento del arquitecto Mario Roberto Álvarez, el sábado, me sorprendió justo cuando estaba escribiendo esta
columna sobre la restauración del frente del Teatro General San Martín,
una de sus obras emblemáticas.
Alvarez fue uno de los grandes
maestros de la arquitectura moderna argentina. Entre sus obras se
destacan desde los centros sanitarios en el norte del país, edificios
deslumbrantes como Somisa, el hotel Hilton o la torre Madero Office en
Puerto Madero, hasta sus polémicas opiniones urbanas: quería pasar la
Autopista Ribereña por el borde de la Reserva Ecológica y sacar la Villa
31.
Por suerte alcanzó a ver en vida (murió pocos días antes de
cumplir 98 años) cómo el Teatro San Martín, que proyectó junto a
Macedonio Oscar Ruiz (1953-60), renació con todo su esplendor.
Hoy,
con las carpinterías renovadas y los halles bien iluminados, se pueden
apreciar el dibujo nervioso de sus escaleras, el volumen corpulento de
la sala Martín Coronado y, al fondo, el inmenso y colorido mural de Juan
Batlle Planas. Pero además, por primera vez, el San Martín, ahora sin
sus cortinas originales, nos permite asistir a un espectáculo extra: el
movimiento de la gente en los halles o subiendo y bajando las escaleras.
Algo así como sucede, valga la comparación, con las escaleras mecánicas
que dominan el frente del legendario Centro Pompidou.
Tal vez
ya estemos acostumbrados, pero lo extraño es que Alvarez y Ruiz
diseñaron un teatro cuyo frente es un edificio de oficinas. ¿La
explicación? Crear con ese cuerpo un colchón acústico que aisle al
teatro de los ruidos de la avenida Corrientes.
Funcionalismo puro
y de la mejor cepa. Así pensaron estos maestros el Teatro San Martín y
en consecuencia proyectaron su fachada con chapa de hierro y vidrio como
lo hacían en el mundo los arquitectos más avanzados del llamado
“International Style”. Pero la mala noticia llegó cuando el hierro
alertó que no era para siempre. La carpintería empezó a deteriorase con
un imparable proceso de corrosión. Cuando se avecinaron los cambios
Alvarez sentenció: “Es bueno que una obra se modifique siempre y cuando
los cambios que se le realicen no afecten la imagen original del
edificio...”.
Primero intentaron reemplazar la carpintería con un
frente de aluminio, pero la dimensión de los perfiles no permitía
seguir el dibujo original de la fachada. Lo que sí consiguieron con
carpintería de acero inoxidable pintado.
Gonzalo Etchegorry fue
uno de los responsables de la obra. De repente me acordé que lo conocí
años atrás cuando le publicamos un trabajo en la sección El taller de la
facultad, del suplemento Arquitectura. Recuerdo que a raíz de su
proyecto conversamos sobre cómo el movimiento de la gente podía
convertirse en un enriquecedor material de la arquitectura. Supuse, no
sin cierta vanidad, que algo de esa charla y también las nuevas
tecnologías habían posibilitado evitar las cortinas que tapaban el
interior. Sin embargo cuando intenté confirmar mi hipótesis, Etchegorry
simplemente me contestó: “No las pusieron por falta de presupuesto”.
Cuando las pongan, ojalá las dejen abiertas, aunque sea en las funciones
de noche.
* editor jefe arquitectura Clarín
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