Por Néstor García Canclini - Antropólogo, Critico cultural
Guggenheim, MACBA, Reina Sofía, Tate Modern ¿Por qué estos
museos se volvieron protagonistas de la cultura contemporánea, el
turismo masivo y la renovación urbana? En parte, porque en ellos se
condensan alteraciones de época. Los museos –aun los de arte– nacieron
para guardar y exhibir trofeos de las conquistas y lo que las elites
nacionales declaraban signos de identidad. Los museos de arte
contemporáneo, en cambio, pueden tener colecciones o no tenerlas. Su
tarea es construir escenas para que circulen artefactos de muchas
culturas. Lo buscan con una arquitectura que asombra (Renzo Piano, Paul
Gehry, Zaha Hadid), generando alrededor tiendas, cafés y restaurantes
“de tendencia”, con la promesa de que las multitudes hallarán a Demian
Hirst, Louise Bourgeois u otros nombres que ya vieron en las revistas, y
las miradas no convencionales de curadores sobre las encrucijadas del
mundo: Okwui Enwezor, Catherine David, Cuauhtémoc Medina.
Pero
hay algo más. Si estos museos recientes lideran es también porque el
pool de experimentaciones llamado arte contemporáneo instauró en el
tráfico cultural y económico un juego de apelaciones y referencias que
las artes visuales nunca habían tenido y que compite parejo con los
otros productores de sentido: la tevé, la moda, las redes sociales.
Lo
que importa decir es que la efervescencia creativa, de fluido
cosmopolitismo, circula también en centros culturales polivalentes,
movimientos parapolíticos de indignación que duran unos meses, medialabs
donde se reúnen jóvenes para quienes la vida pública ya no está en los
partidos, ni en instituciones de varios siglos o recién diseñadas. Sus
innovaciones se extienden más lejos de lo que se llamaba arte en el s.
XX, suben a las redes y se intercambian entre Londres, Estambul, Bs. As.
y Tokio. El ciclo de los museos, las críticas a su somnolencia o
elitismo y la pretensión de democratizarlos pasa a otra etapa ante
nuevos modos de crear, reproducir, descargar y ver.
Signo trágico
de que una época se agota: decenas de museos en Europa y EE.UU. con
edificios de autor y colecciones improvisadas, que ahora, sin
presupuesto, repiten diez meses la misma exposición. O cierran parte del
año.
No deberíamos tomar como destino universal esta agonía del
norte en países latinoamericanos con pocos y deficientes museos, donde
ocurrió ya hace una o dos décadas la crisis económica de 2008-2012.
Cuando apenas salíamos de esas turbulencias, Argentina logró que sus
colecciones habitaran por primera vez sitios dignos como el Malba
(2001), los museos MNBA de Neuquén y MACRO de Rosario (2004); la UNAM
revitalizó con el magnífico Museo Universitario de Arte Contemporáneo la
política museológica mexicana detenida en los 70. Algunos están
comprando obra contemporánea y saben convertirse, a la vez, en centros
de experimentación intercultural, con cine y publicaciones alternativas.
El Museo del Barrio en Asunción y el Micromuseo en Lima aprovechan la
falta de instituciones que se ocupan del patrimonio para fusionar lo
culto y lo popular en una nueva visión de lo contemporáneo. Los museos,
archivos y colecciones bien investigadas son, entre nosotros, labores
incipientes.
Fuente texto nota: Revista Ñ Clarín
No hay comentarios:
Publicar un comentario