LA LUZ DESDE LO OSCURO



Secretos del montaje de Caravaggio y sus
seguidores en el Bellas Artes. Un mundo que habitan curadores, museógrafos, herederos y restauradores, unidos por obras de valor universal.


Cómo se armó "Caravaggio y sus seguidores" en el Bellas Artes. ( Por Pepe Mateos / Música: Zefiro torna de Claudio Monteverdi, contemporaneo del artista)
Por Ana Laura Pérez

Ha llegado por la mañana. Ahora, sola en la gran mesa de paño en la que se revisan al detalle las obras, parece desolada. O más furiosa. O simplemente desilusionada con Perseo que la engañó con su reflejo y logró cortarle le cabeza antes de que lo convirtiera en piedra también a él. Separada del cuerpo, el escudo convexo, gema de la muestra, parece más que nunca decapitada, parte de un cuerpo en camino a otra lección de anatomía.
Los expertos del museo, los responsables italianos, el productor de la muestra en Brasil, el dueño de la pieza. Todos giran a distancia, como si la mirada conservara el poder de petrificar a quien alcanzare, aun desde ese almohadón en el que reposa como una mascota obediente y mansa. Los comentarios se hacen en voz baja y la luz de la lámpara separa la escena del resto del pabellón, en penumbras. Acaba de arribar el último Caravaggio. Y no sólo porque ha sido la caja 22 de las 22 cajas que había por abrirse. También porque ha sido el último cuadro en atribuirse al pintor, después de dos décadas y media de investigaciones y exámenes. El 25 de febrero se divulgó la noticia ante la prensa internacional y se presentó el libro con los documentos y análisis al que Ermanno Zoffili había dedicado buena parte de su vida adulta. Había muerto cuatro días antes.
La Medusa, cuya autoría terminaría por probar, había sido adquirida por el padre, quien le transmitió además el gusto por el arte y el coleccionismo.
 Sin embargo, nunca creyó que fuera obra de uno de los grandes maestros de la pintura italiana. "Simplemente le gustaba", dice su nieto, Alberto Zoffili, quien creció junto al escudo amenazante protegido de las agresiones ambientales con temperatura y humedad estable, en la sala familiar. "Jamás pudimos entrar con una pelota a casa." Alberto es un hombre atildado, elegante y amable que sigue cada paso de los técnicos sin amedrentarlos. Gerardo Nicola Parrinello, el correo de la Superintendencia de Roma, ángel de la guarda, dulce compañía, que no abandona ni de día ni de noche el tesoro que le ha sido encomendado, da pasos seguros. Se ve la tensión, la sacra devoción de curadores, restauradores y museólogos. El cable de la lámpara que corta el recorrido cobra dimensiones de amenaza. Subraya la posibilidad de que algo pase con ese objeto que se ha explorado al detalle. No se los escucha. Pero alguno señala con el meñique un punto invisible sobre la superficie irregular. Y otro u otras confirman. Y alguien más busca entre los documentos la referencia a esa rasgadura, ese velo o ese levantamiento de la pintura que demostraría que la Medusa no está muerta. O que la materia muerta sigue viva mientras cambia.
De modo que después de la revisión minuciosa, solemne, el ángel guardián levanta el almohadón con una gestualidad que no admite bromas o titubeos y que recuerda a la culminación de Corpus Christi o al príncipe con el zapato de cristal buscando a Cenicienta. Y va el cortejo hacia el final del pabellón al que está prohibido acercarse mientras duren las operaciones de montaje. Sólo unos pocos entran al recinto. Sus movimientos pueden verse a través del ojo de vidrio que los museógrafos argentinos idearon para la exhibición, inspirándose en una instalación circular del artista contemporáneo Anish Kapoor.
Los excluidos observamos a la distancia, limitada la curiosidad ante el cordón sanitario dispuesto por las autoridades para evitar que una distracción provoque algún mal movimiento o torpeza. Cualquier daño a la obra valuada en 2009 por el Estado italiano en 16 millones de euros y asegurada para viajar en marzo próximo a los Estados Unidos en 88 millones de euros ­a mayor recorrido mayor es la cotización­ sería una catástrofe.
Vista desde lejos, la cápsula parece una sala de cirugía. O una nursery en la que Gerardo ­único autorizado para manipular la obra­ aparecerá enguantado para mostrar a los argentinos la criatura portentosa. La madera verde se cubre de paños limpios de algodón. Y cuando la superficie está aislada se presenta la Medusa para empezar a medir los soportes con que se la sujetará. Son cinco o seis personas arrojadas alrededor, la elite de la tropa museográfica, con la concentración de quien tiene que desactivar una bomba. Definir el lugar donde se colocarán los soportes de acrílico lleva horas. Ivanei Da Silva, de la empresa brasileña Base7 Proyectos Culturales, se divierte. Las cosas van bien. En San Pablo, sólo el montaje de la Medusa llevó dos días completos de trabajo.
Definidos los tres puntos por los que se amurará la obra, el equipo se disuelve hasta que vuelva Pedro Osorio, el museólogo experto en acrílico que lleva días en el diseño del dispositivo de amure. La joya entonces descansa sola, olvidada por sus protectores. Gerardo, el comisario italiano, ha dejado en la parte superior del círculo blindado un pequeño ratón de paño rojo. Búsquelo cuando visite el museo. Es el talismán que protege el tesoro.
Cabellos venenosos­
Escribió G. Murtola, uno de los varios poetas que se fascinaron con la obra del joven Caravaggio: ¿Es esta la Medusa, la de cabellos venenosos / con miles de sierpes? / Así es; ¿no ves acaso cómo mueve los ojos, cómo / Los pone en blanco? / Huye, huye de su cólera, huye de su desdén, / Pues si te alcanza su mirada, / Te convertirá en piedra también.

"Tiempo atrás mi padre tenía unas piezas de arqueología de la Antigua Grecia, hermosas. También me gustaba la Medusa. Pero con el mito de que convertía en piedra a quién la mirara era una imagen que me atemorizaba. Y la mirada... ¡es una mirada de horror! Seguramente la última mirada de un ser al que le cortan la cabeza.

Cuando éramos chicos ese terror funcionaba
Con mis hijos no funcionaría...
¡Ni con los míos!
¿Da más trabajo viajar con la Medusa o con sus hijos?
No me pone nervioso viajar con la Medusa. Esto es como un legado que me acerca a mi padre, pero con el que, al mismo tiempo, siento distancia.

Alberto Zoffili, heredero, parece el hijo de un coleccionista, el padre de cuatro hijos y el gerente de una empresa de transportes de Milán que es. Cuando visita el espacio dedicado a la obra. Cuando espera horas las pruebas de montaje. Cuando sigue con la vista la revisión de los expertos.

Si está fastidiado, lo oculta. Pero no esconde que cumple la voluntad de otro. Está en la Argentina, estuvo en Brasil y estará el año próximo en Miami y en Washington porque ha hecho suyo el compromiso asumido por su padre antes de morir. Y, también, porque el reconocimiento público y la consideración de la crítica internacional aumentan el valor del cuadro que guardan en la bóveda de un banco mientras analizan la mejor oferta.

"Tengo un hermano mayor, pero no le gusta viajar en avión. Así que me tocó hacerlo a mí", y lo que dice no suena a reproche.
Ustedes han vivido más de 20 años en una familia que tenía una misión.

Sí. Yo siempre vi a mi padre ir a la cama con libros de arte en la mano y dormirse con ellos encima. Siempre investigó muchísimo. Y este amor por el arte nos fue transmitido. He crecido en una casa con muchísimos cuadros y esculturas. ¡Y con advertencias para que no las tocáramos! "Ahí no se puede estar", dice que escuchó muchas veces. Pero cuesta imaginarse a este Alberto Zoffili de niño corriendo con una pelota dentro de la casa.

No está claro cómo el abuelo obtuvo el cuadro. "Sólo le gustaba mucho, pero no comprendió cabalmente su valor. Sí lo comprendió mi padre, que era profesor de la Universidad de Bellas Artes de Milán. Amaba el arte y estudió en particular este período de la pintura italiana. Así que se dedicó a investigar. Como imaginará si alguien dice `Tengo un nuevo Leonardo Da Vinci’ desconfiamos." En el cuadro que decoraba su infancia están interesados museos árabes y europeos. De cualquier modo, asegura Zoffili, van a venderlo después del tour americano. Como por ley la obra sólo puede salir de Italia para exhibiciones temporarias, "no nos gustaría que quedara en una colección privada. Pensamos que es patrimonio de todos. Que el arte hace al amor, a la verdadera cultura y a la virtud. Lo ideal sería que fuera expuesto junto con la otra Medusa en la Galería Ufizzi, de Florencia".

¿Por qué? Porque en Florencia está la copia que Caravaggio hizo del original, que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes argentino. Con rayos se pudo comprobar que el artista ensayó tres diseños de su Medusa.

"Primero hizo la nariz, los ojos, la boca. La primera vez dibujó las serpientes. La segunda el pelo. La tercera vez, completa la cabellera de serpientes.

Cuando terminó la Medusa Murtola, que es más pequeña, la copió sobre un vidrio y luego la proyectó y realizó una más grande (que su mecenas el cardenal Del Monte envió como regalo al gran duque de Toscana Ferdinando).

¿Ve? Por eso, en la Medusa que se expone en el Ufizzi no hay ningún dibujo preparatorio bajo la pintura. Lo hizo con pequeñas variaciones, pero copiándola de este original."

­Detalles invisibles

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Para el lego todo es sorpresa en el armado de la muestra ("La más importante en muchos años", según la directora artística María Inés Stefanolo. "De Caravaggio hay unas 50 obras: que Italia nos preste el diez por ciento de los cuadros que tiene implica una operación complejísima de realizar"). Y para todo hay explicación: el verde de las paredes ("No queríamos usar ni el rojo ni el azul, que ya se habían usado en exposiciones similares, pero seguir en la paleta de Caravaggio. ¿El dorado? Un experimento propio, inspirado en los marcos", dixit Valeria Keller, responsable del diseño museográfico, las diagonales que organizan el pabellón ("La imagen renacentista en general está planteada a partir de un triángulo, es estática.
En cambio, la imagen en el Barroco es dinámica gracias a la diagonal marcada por la luz o la disposición de las figuras, ¿ves?", señala Florencia Galesio, investigadora del MNBA), las discusiones en torno a la luz ("Iluminar la calavera es obvio ­discute Mariana Rodríguez, a cargo del diseño museográfico y, en particular del diseño de la luz­. Llevala para allá, para la aureola que es más sutil. ¡Mirá cómo aparecen transparencias detrás del San Francisco!"). Hay discusiones en torno a tonos, a técnicas y charlas sobre las ingratitudes que esperan al restaurador: una condena a reiterar lo que otro ha hecho, un límite a la propia iniciativa, un velar la mirada personal. En fin. "Es normal: cada restaurador se enamora de su obra. Continúa amándola, la cuida, la va a ver. No siempre, pero pasa eso de `esto no está del todo bien, pero el próximo año...’." Está Paola Sannucci de la Superintendencia Especial para el Patrimonio Histórico, Artístico y Etnoantropológico y para el Polo Museológico de la ciudad de Roma. Guapa, franca, alegre. Es la encargada de seguirle el paso a 16 de las 22 obras expuestas en el MNBA. "No todos los restauradores son iguales: a mí me gusta muchísimo el arte, otros aman mucho la materia, otros el trabajo manual. A mí me gusta usar las manos para llegar al arte. Me gusta la imagen, el color, la forma, ver cómo cada artista ha pensado su cuadro. Al fin de cuentas, los cuadros parecen todos iguales. Pero no es verdad porque están llenos de cosas muy personales."

­Deporte nacional­

Levanta el brazo en dirección a Lot y sus hijas, el cuadro de Battistello, que tenemos enfrente. Ella trajo una silla desde el otro extremo, cansada de estar de pie. Tiene edad de empezar a pensar en su jubilación: averiguó el costo de un departamento en Recoleta, ¿y si alquila su casa en Roma y vive con ese dinero en Buenos Aires? "El hombre es un personaje típico, pero mirá esta bolsa, esa cabeza volteada hacia un costado. Dicen que copia a Caravaggio, pero Caravaggio no hubiera hecho el cuadro así." Quiere ilustrar su idea antishow de la pintura. Esto es ver más allá de las grandes marcas del arte mundial: Leonardo, Miguel Angel, Caravaggio... "Battistello no es un artista de primera importancia. Pero es un artista que ha hecho lo suyo con lo que recibió de Caravaggio. Por ejemplo: Caravaggio no tiene escenas cerradas. Además, pasado el período juvenil reduce el cromatismo. Usa siempre el encarnado o cualquier cosa que va hacia el azul o hacia el rojo, oscuro. Tres o cuatro colores que impacten. Acá hay marrón, el naranja, el rojo, el blanco, el color existe." Marca el rincón izquierdo, un plato hacia adelante como saliendo del cuadro.
Insiste: "En Italia, el deporte nacional es encontrar el nuevo Caravaggio.Por eso también todos aspiran a restaurar los Caravaggio. Yo, en cambio, ando buscando los de Piero di Cosimo". Las restauradoras argentinas la escuchan como a una amiga que acaba de llegar de viaje llena de novedades. Y celebran la irreverencia con risas.
¿De esta exposición? "Mmmm..." El pequeño autorretrato de Orazio Borgianni, con esa mirada oblicua, amenazante. Era, por talento y carácter violento, un caravaggista cabal.
"Caravaggio no solamente atraía a pendencieros, sino también a rivales resentidos", escribe Helen Langdon historiadora de la Nacional Gallery y el British Museum, autora de la biografía publicada por Edhasa sobre Michelangelo Merisi, el nombre real de Caravaggio, quien terminó portando como propio el nombre de su ciudad.
"Se mofaba de los artistas más tradicionales con comentarios provocadores y fanfarrones, pero a la vez sentía envidia de sus seguidores, de modo que le molestaba cualquier artista que se acercara a su estilo, o que pudiera poner en peligro su supremacía como artista." Paola mira la enorme sala, casi sin gente a esa hora del atardecer, cuando acaban de pedirle que controle el último ajuste de seguridad a un cuadro pequeño. Finaliza su tarea. Vuelve a Italia sin la pesadísima responsabilidad de los cuadros que tuvo que cuidar desde el momento mismo en que los descolgaron y embalaron, los subieron a los camiones. Tuvo que seguirlos hasta la bodega del aeropuerto y de ahí al avión. Voló y bajó con ellos en el destino. Siguió los camiones hasta el museo. Esperó que abrieran una por una las cajas. Revisó los documentos y certificó el estado de las obras. Asistió al colgado, aprobó la iluminación y certificó que la temperatura y humedad fueran las exigidas por las autoridades. Veló para que ni el movimiento ni las vibraciones ni las alteraciones de temperatura afectaran la carga. Se para delante de la Virgen con el niño de Bartolomeo Cavarozzi, otro caravaggista. "El cuadro no es muy bueno", dice. Pero no la deslumbra la técnica. "Es apenas una adolescente y tiene un hijo ya grande, se la ve perdida, sin saber qué hacer con ese chico. Es una imagen que me llena de pena."

Fuente: clarin.com

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