LA MIRADA QUE DESNUDA AL PODER


Hermenegildo Sábat , "Menchi" para sus amigos y cientos de miles de lectores que lo siguen desde hace años, es un artista tan cuidadoso con el uso de las palabras, la precisión con la que las elige, que por momentos uno sospecha que tiene miedo de gastarlas. Pero no es ésa la razón por la que sus caricaturas son mudas. La pregunta -¿por qué dibujos sin texto?- lo ha seguido durante años como un mantra, desde que Jacobo Timerman lanzó el diario La Opinión, en 1971, y lo contrató como ilustrador.
Sábat lo recuerda así. "La condición para trabajar en el nuevo diario fue que mis dibujos carecieran por completo de palabras. Comprendí que la Argentina es un país extraño, en el que la gente está más predispuesta a pelear por las palabras que por las ideas. Lo peor es que no ha cambiado, es algo que se puede comprobar todos los días. Entonces, me pareció que agregar textos a una caricatura no sumaría nada. En un dibujo el observador ve lo que quiere ver y punto. Ese es el trato. Picasso preguntó más de una vez: "¿Quiere que le explique este cuadro?" Su advertencia era: "Entenderá la explicación, pero no el cuadro".
Cuando La Opinión, inspirada vagamente en el diario Le Monde, decidió que no publicaría fotos como parte de los contenidos, los dibujos de Sábat lograron un impacto inmediato en los lectores, la clase política, los medios y el mundo de los negocios. Una escena congela ese instante. Es Timerman recorriendo la redacción y agitando un ejemplar del Buenos Aires Herald en el que Robert Cox, su director, ha escrito: "¿Teniendo a Sábat, quién necesita las fotos?"
El eterno malentendido acerca de la función que cumple la caricatura cuando se ocupa del poder alentó a más de un funcionario de la Casa Rosada, incluidos ministros y presidentes de facto, a considerar a Sábat como un dibujante maldito. El artista talentoso, pero de mal genio y peores intenciones que busca su lugar en el mundo ridiculizando a quienes conducen los destinos del país. Ocurrió en los temibles años de la dictadura y continuó, con algunas excepciones, en la democracia recuperada.
La presidenta Cristina Kirchner fue la última en dedicarle un párrafo de furia. Lo hizo en la guerra del campo, en el marco imponente de una Plaza de Mayo colmada de gente cercana al Gobierno. Fue la respuesta por haberla dibujado con la boca sellada, que ella interpretó como "un mensaje cuasi mafioso". Meses más tarde, un viernes, el 7D, volvió a ocuparse de él por dibujarla con un golpe en el rostro , en referencia al fallo judicial adverso al Gobierno. Hubo reacciones a favor y en contra que se prolongaron varios días y la Legislatura porteña reunió votos suficientes para acusarlo de cometer un "acto de violencia de género". El filósofo José Pablo Feinmann tiró por la borda toda pretensión dialéctica y le aconsejó al autor de la caricatura "que no dibuje lo que piensa".
Cuando Sábat ingresó a Clarín, en 1973, le ofrecieron un despacho, pero él pidió una ventana. "Todavía la tengo", dice. Sus nuevos compañeros empezaron a tratarlo con esa suerte de afecto y respeto que inspiran aquellos que compartiendo una misma profesión logran algo diferente.
Sabía que cuando se trabaja en un diario no hay peor enemigo que la repetición, a la que hay que combatir todo el tiempo. Entendió que sus dibujos debían de algún modo trascender lo evidente, la noticia que conmueve, que paraliza un país. Con su técnica de pintor y dibujante, sumada a su exquisita sensibilidad, se propuso dar testimonio en las páginas del diario de las corrientes más profundas que movilizan, detienen o confunden a una sociedad. Pero con el convencimiento de que "ninguna caricatura puede derribar un gobierno".
Continuador de una rica tradición que se remonta a Honoré Daumier, Francisco de Goya y, en una geografía más cercana, a Juan Carlos Colombres, Oski y Divito, entre otros, Sábat insiste en que "la caricatura sólo se puede entender como una manifestación de humor político". Cuando dibuja, lo hace siempre a partir de una foto y, en el momento de la verdad, que es al tomar el lápiz, se aferra a una disciplina que a su edad ya no debería tener secretos. La describe en ocho palabras: "Mantengo el corazón caliente y la mano helada". Al pasar, como quien hace un guiño, comenta: "No es lo mismo dibujar a la Madre Teresa que a Luis D'Elía".
La tarde del reto presidencial Sábat estaba en la redacción, viendo y escuchando por cadena cómo su nombre era asociado a la palabra "cuasimafioso". Se sintió triste, desorientado, confundido en el tiempo. "Recordé cosas que había publicado en el gobierno de Isabel Perón y me di cuenta de que comparadas con éstas eran violentísimas. La única vez que me llamaron de la Casa Rosada en esa época fue porque los intrigaba una caricatura que había hecho del secretario general de la Presidencia, el coronel Vicente Damasco. Yo le había agregado al dibujo un sellito con forma de ardilla y eso disparó alguna alarma, pensaron en un mensaje oculto, algo críptico. Pero se aclaró enseguida. Dibujé a María Julia Alsogaray varias veces y nadie abrió la boca. Cuando el gobierno de Menem estableció las relaciones carnales con Estados Unidos y Gran Bretaña, lo hice al canciller Di Tella con los lienzos bajos."
Sábat no duda de que los gobiernos de Alfonsín y de Menem fueron los más tolerantes con el periodismo político. Del golpe militar de 1976, en cambio, recuerda que una de las primeras órdenes que llegaron a las redacciones fue la prohibición de dibujar o hacer caricaturas de los miembros de la Junta Militar. La veda se cumplió a rajatabla por dos años y terminó, de manera poco ortodoxa, en medio del bullicio y la agitación del Mundial 78.
Sin tener ninguna certeza sobre el destino final del trabajo, Sábat dibujó por su cuenta una caricatura de Videla, Massera y Agosti y lo sumó a João Havelange, el presidente de la FIFA. "El domingo previo a la final acordamos que lo publicaríamos en la página 3 del diario LA NACION no se quedó atrás y el martes siguiente también publicó un dibujo de Videla." Era una fisura que se abría en la compuerta de la veda.
Sin embargo, nada era blanco o negro en la relación de la Casa Rosada con los medios. Una noche, en la hora del cierre del diario, alguien, a quien Sábat prefiere llamar Miguel Strogoff, le advirtió que el general Guillermo Suárez Mason estaba en llamas. La cinta con la amenaza decía: "Si ese boludo insiste con los dibujitos lo vamos a tirar al río".
Sábat lo tomó como algo que no aportaba nada, una anécdota que no iba a fortalecer ni a cambiar su actitud. "¿Qué iba a hacer? ¿Iba a ir a casa a asustarla a Blanca, mi mujer? Si a todo el mundo lo amenazaron."
Hacer humor en esos años le permitió a Sábat ser testigo de situaciones que habrían desconcertado al propio Freud. Gobernantes poseídos de una vanidad tan inflamada que terminaban confundidos en el propio laberinto que habían creado desde el poder. ¿Cómo explicar el pedido del almirante Emilio Eduardo Massera a los editores del diario para que le hicieran llegar el original de una caricatura en la que se lo ve sonriendo, orgulloso, mientras se observa en el espejo?
¿Qué fue lo que llevó al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, a pedir una caricatura que lo muestra sentado en su despacho con el rostro y el uniforme salpicado con sangre? ¿Por qué la enmarcó, como algo que se atesora, y la llevó a su domicilio?
Sábat no tiene respuestas para estos comportamientos, pero advierte que nunca hay que menospreciar la adicción a la vanidad, en política o en cualquier ámbito sin límites precisos para el ejercicio del poder. Reconoce, sin embargo, que a los 80 años tiene más motivos para preocuparse por el presente que de lo que pasó. "Soy un tipo grande, no tengo mucho tiempo más, no compito con nadie. Lo digo en estos días en que se ha hecho un homenaje memorable a Juan Carlos Colombres. Su revista, Tía Vicenta, fue extraordinaria, sin querer con esto subestimar a Humor.
Lo alarma que la falta de respeto sea hoy una constante de la sociedad argentina. Cuando no hay respeto por el otro, dice, es porque primero se ha perdido el respeto por uno mismo. Es un país que cada tanto, como si fuese una moda, decide cambiar su historia y recrear el pasado.
"Me sorprende el alto grado de confusión que existe en este momento respecto de mi trabajo. Vuelvo sobre algunos dibujos que publiqué en la dictadura y me llama la atención no haber sido boleta. Vivimos en un país que va de frustración en frustración, con precariedad institucional y una enorme involución, repudiable desde donde la mires. No me gusta ocuparme de mí, nunca lo hago. Pero ocurre que gente indudablemente culta, porque lo es, tras escuchar a la Presidenta se ha referido de manera muy despectiva a mi trabajo. Yo me pregunto a cambio de qué. Lo habrán hecho por un viaje a París, o por dos sueldos, eso no lo sé."
El Sábat caricaturista, con su éxito masivo, ha hecho menos perceptibles a los otros Sábat. El pintor, el poeta, el fotógrafo, el ensayista, el presidente de la Academia Nacional de Periodismo, el músico y el autor de más de quince libros sobre los temas más diversos, como Scat, Al Troesma con cariño, Georgie Dear, Seré breve, Monsieur Lautrec, Tango mío, Haberlo sabido antes y Siempre dije que ese tipo no me gusta, entre otros. Si los lectores que lo siguen a diario pudieran asomarse a este otro universo creativo comprenderían que, después de todo, sólo han visto la mitad del mazo.


Fuente: lanacion.com

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