En su primera retrospectiva, en el Centro Cultural Recoleta, el fotógrafo expone sus retratos y paisajes tomados en más de 40 años. Además, el testimonio conocedor de Sara Facio.
Por Guido Carelli Lynch
Es de noche y un joven Marcos Zimmermann revela con ácido acético. Un olor nauseabundo a vinagre envuelve el estudio mientras mete los dedos en el ácido y, sin querer, se toca la nariz con las manos húmedas. Zimmermann insulta, se lamenta, cada vez que sucede. Y la escena se repite durante meses, el tiempo que lleva revelar una película. La mayoría de las veces es de madrugada, o así lo recuerda hoy Zimmermann, que entonces esperaba ansioso el milagro tecnológico que lo sacara de ese infierno. “Me he pasado la vida, noches y noches trabajando en cine deseando que llegara la fotografía digital”, dramatiza. Así que no le vengan con melancolía analógica. “No estoy para nada de acuerdo con fotógrafos como Adriana Lestido que dice ‘que la foto y que la magia se pierden’. La verdad es que la retocás y la copia queda fenómeno,” asegura antes de argumentar que acaba de vender una copia del Río de la Plata a un coleccionista francés gracias al milagro de la digitalización. “No tengo prejuicios, soy el primer fotógrafo argentino que hizo copias digitales. Lo que pasa es que hoy la fotografía está en manos de cualquiera y a partir de las cámaras digitales y de que el mercado de arte la incorporó, la fotografía se convirtió en algo que usan muchos artistas plásticos, pero una de las cosas intrínsecas de las fotografías es su ligazón con la realidad. Para eso se inventó. Podés hacer lo que quieras, pero no siempre es fotografía”, sentencia.
Por estos días, este hombre de 64 años, de tono amable, sale a fotografiar las calles de Buenos Aires, con una Canon G9, cámara chica y liviana, que pesa alrededor de 350 gramos, y que carga a toda hora, sin esfuerzo, para él un alegato irrefutable a favor de la tecnología. Es la tercera vez en su carrera de más de 40 años que intenta retratar la ciudad en la que nació y donde vive. Las primeras dos fracasó, pero ahora espera que ésta sea la vencida. Es el presente y su futuro inmediato, por eso no sorprende que una foto de esa serie sea la que ilustre la tapa del catálogo de su primera muestra retrospectiva Zimmermann 360° en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, donde ahora camina y se mezcla con el público que observa sus fotos sin reconocerlo.
En la pared más próxima a la entrada y la salida están sus fotos más recientes, su último intento por fotografiar Buenos Aires. Dosis ínfimas de luz se cuelan entre los personajes de las fotos hasta ser una parte sustancial de las imágenes que construye. “Lo que aparece son los rayos de sol que permiten los edificios de la ciudad. Es una Buenos Aires un poco angustiante y muy cercana”, dice Zimmermann mientras camina hacia el extremo de la sala. No está seguro de que este intento sea muy distinto a los anteriores, aunque se vislumbra en sus gestos cierta suficiencia, propia de quien da en el clavo. Más certezas, que no disimula, tiene sobre sus fracasos anteriores. El problema es que este hombre es demasiado porteño, demasiado próximo al objeto que pretende retratar. “Me parece que cuando uno tiene demasiado cerca el tema es muy difícil. Aunque parezca que es contraproducente, a veces es mejor tener la distancia de no ser de un lugar y tener una mirada virgen”, explica. Sus fotos de París de los 80 son la prueba fehaciente de su teoría. Entre fines de los 60 y principios de los 70 intentó retratar su ciudad por primera vez. En los primeros 80, volvió a probar, pero el marco era distinto. Esa serie se llama Buenos Aires en dictadura . Algunas de esas imágenes están en la pequeña sala documental de la muestra. En ellas, el sol siempre está detrás del fotógrafo, para iluminar la escena. Capturó esas imágenes sin mirar por el visor. “Era difícil retratar en aquella época sin dar un montón de explicaciones. Una vez terminé preso dos días. Estaba haciendo estas fotos y enfrente vivía Videla”, recuerda. En esa sala hay también fotos de un trozo de historia argentina, que coincide con la juventud de Zimmermann, y que juntas anticipan una secuencia a la que le falta el capítulo más sangriento: se ven la asunción de Cámpora, las Madres de Plaza de Mayo, sobrevivientes de Malvinas. Esta pequeña sala enseña también la conversión de un buen fotógrafo en Marcos Zimmermann, que durante la dictadura vivía y estudiaba en Italia, donde realizó su primer ensayo fotográfico. “Hacía fotos brutales, sueltas y ahí entendí lo que era contar con fotos una historia, lo que era expresarse”, dice mientras señala algunas de las fotos que formaron parte de su primera exposición, en Roma. Ahí se le ocurrió hacer un libro sobre la Patagonia y a su regreso, realizó su primer acercamiento al interior de la Argentina. “Me fue atrapando y llevando a otros lugares. Hasta ese momento era más como Cartier-Bresson. Iba por la calle con mi leika , captando gente y situaciones, sin mucha conciencia”, dice.
Pero, metódico, para hacer su libro Patagonia , del que se exponen 17 imágenes, realizó pruebas que luego descartaría. “Tiene 10 años de fotos antes de tirar todo y empezar de nuevo. Convencí a un amigo para que me ayudara y en sociedad hicimos el libro. Las fotos son muy centrales y les agregué textos de varios científicos, porque fui descubriendo lo que tenía la Patagonia. Me ayudó a bajar los mitos que uno cree sobre el país”, recuerda ahora, de vuelta en el otro extremo de la sala. Estas fotos son el principio de su intento por retratar el país y su libro más famoso, por eso una foto de un árbol o del viento (o del tiempo, dirá el autor) que lo empuja en Santa Cruz es la contratapa del catálogo. En el momento de su publicación (1990) no existían libros de paisajes en blanco y negro ni de turismo. “Tuvo mucha repercusión. Río de la Plata, menos; y El Norte es mi hijo pobrecito. Con el primero gané la plata que me permitió hacer el siguiente, con el que salí empatado.Y con El Norte salí perdiendo”.
Cuando Zimmermann repasa su trabajo sobre el país, no puede evitar hacer antropología. “La Patagonia ocupa un espacio geográfico general de la Argentina y además es la tierra más arcaica; el Río de la Plata es un segundo espacio más central: la entrada de la Conquista con toda la locura del imaginario europeo en América. El Norte completa la geografía y muestra un tercer tiempo histórico: la mezcla de sangre”, precisa. Ese libro incluye algunos paisajes pero en la mayoría de sus páginas y en las fotos que se exhiben en Cronopios aparecen retratos de los miembros de las comunidades que habitan el Norte. Cada personaje y cada foto tiene una historia y Zimmermann la recuerda. Como ahora, cuando señala el retrato de Ismael Reinero Palomo, un arriero de Punta del Agua, en el oeste formoseño, y explica que el hombre lleva el sombrero recogido y ropa ancha para no pincharse en el monte cuando busca ganado a caballo o en bicicleta. “De alguna manera está registrado en la foto y empieza a tener una dimensión a través de ella. Toda foto tiene contenido y una dimensión plástica. ¿Si soy consciente de eso? No, pero sí tengo un itinerario previo muy estudiado”, dice.
En el lado opuesto –y después de pasar por las panorámicas del Uruguay– están parte de su Desnudos sudamericanos . Y mientras recuerda la tarea de su asistente –“una mina linda, pulposa y batalladora”– para convencer a un gaucho recio de que se dejara retratar sin ropa, explica qué tienen en común esos personajes –tan naturales que enseñan su identidad en la mirada y no en el vestuario ausente– con sus trabajos anteriores en los que sólo hay paisajes despojados. “Los vincula el intento por encontrar instantes que nos identifiquen. En las primeras páginas nada más ven los pitos, en la 15 ven las miradas y en la 25 empiezan a ver los fondos, que siempre son distintos”, relata. Como reza el catálogo, Zimmermann no busca registrar un instante para hacerlo eterno, sino fotografiar lo eterno y convertirlo en un instante. El movimiento ausente de las fotos está escondido en su potencia contenida. Todas las imágenes están en blanco y negro. “Es mi sustancia, así aprendí a revelar. Lo interesante del blanco y negro es que le quitás una dimensión a la realidad y te quedás con una cosa más sustanciosa”. Todo el color de esta muestra se halla en la sala experimental, donde confirma con sus excepciones –un delirio onírico y erótico de la conquista, un herbario, el Parakultural, fotos de la adolescencia intervenidas– su propia regla.
A la salida, una vitrina expone 3 de sus 4 novelas inéditas. Un amigo que las leyó le recomienda que no las publique para preservar “el pequeño nombre” que tiene como fotógrafo. Pero las imágenes a veces no le alcanzan y él prefiere no traicionarse: “Elegí hacer fotografía muy ligada a la realidad. Defiendo esa teoría, aunque ahora estoy escribiendo mucho. Hay una parte de la Argentina que quiero contar y a veces la fotografía te limita”.
FICHA
Marcos Zimmermann 360°
Lugar: Centro Cultural Recoleta, Junin 930.
Fecha: hasta el 30 de marzo.
Horario: martes a viernes de 13 a 20. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20.
Lunes cerrado.
Entrada: gratis.
Autorretrato en tercera persona
Por Marcos Zimmermann
A la salida de Cronopios, alguien que se indentificó como presidenta del “Sindicato de Curadores de Artes Plásticas y Afines de la Argentina” me entregó una hoja que lleva por título “Verdadero curriculum vitae de Marcos Zimmermann”. En el membrete aparece una foto de una almeja fuera de foco con el epígrafe “La inmortalidad del bivalvo, copia -1 de -1, impresa en cuero de burro virgen muerto en luna llena, 23 x 30 mts”. Abajo hay un sello con dos pinceles cruzados sobre una cámara fotográfica con la frase: ¡Bluf o muerte!”. El CV dice así: Marcos Zimmermann –o sea yo– aprendió sus primeras letras en una escuela de esta ciudad, pero una epidemia de poliomielitis truncó su primer año de estudios, dejando un bache en su educación jamás subsanado hasta el presente. Luego de una educación secundaria de la cual no se conserva registro alguno, ingresó en la carrera de Ingeniería donde, en los primeros cuatro exámenes, obtuvo como calificaciones 3, 2, 1 y 0, respectivamente. Esto lo convirtió inmediatamente en fotógrafo, profesión con la que se refugió en Europa. Allí, una mañana de suerte, el legendario Robert Delpire lo invitó a participar en una muestra ideada por su secretaria para rellenar el verano, que incluía copias descartadas por Henri Cartier-Bresson, Josef Koudelka y otros grandes fotógrafos. Esto le abrió la puerta para realizar otra exposición en un desconocido espacio barrial romano. Sin embargo, gracias a su relación ocasional, Zimmermann logró que el Comune di Roma empapelara la ciudad con unos afiches que llamaron enseguida la atención ya que “Marcos”, estaba impreso con K (Markós Zimmermann), lo cual sonó a los oídos italianos como el nombre de un extraño fotógrafo griego-alemán. Merced a la fantasía mediterránea, se corrió de inmediato la voz de que estaba exponiendo en Roma un misterioso fotógrafo que había nacido en la miseria más profunda del Peloponeso y había hecho su carrera gracias a sospechosas amistades con encumbrados fotógrafos de Baviera que veraneaban en el Egeo. Estos comentarios lo transformaron, en pocos días, en el asistente de August Sander durante su viaje a Creta, en el amante oculto de Karl Blossfeldt en Mikonos, en el tercer integrante de la perversa relación que mantenían Bernd y Hilla Becher en Lesbos, y hasta en un hijo no deseado que Aristóteles Onassis y María Callas habían parido en una lejana estancia patagónica de la Argentina. Amplificados por la negativa absoluta del repentinamente famoso Markós Zimmermann de hablar de su pasado, estas habladurías lo impusieron rápidamente en la escena fotográfica romana. Con este éxito en su haber y antes de que el velo se descorriera, Markós Zimmermann escapó a Buenos Aires donde realizó “Patagonia”, libro que se convirtió en un éxito debido a la falta absoluta de volúmenes locales sobre el tema. Desde entonces produjo otros doce libros que tuvieron, uno tras otro, un éxito progresivamente menor. Acorralado, en el nuevo milenio comenzó a vender fotografías de autor que deslumbraron a coleccionistas argentinos y extranjeros, a quienes él mismo se ocupó de emborrachar previamente. Pero su raid fraudulento no termina aquí. La corroboración de los verdaderos mecanismos que conducen el éxito en las artes plásticas lo animó a incursionar en otra disciplina: la literatura. Escribió cuatro novelas y un libro de cuentos sobre fotógrafos, manuscritos que uno de sus mejores amigos, luego de leerlos, le aconsejó no publicar jamás para no arruinar el pequeño nombre que había conseguido tan azarosamente como fotógrafo. Así ha ido creciendo el nombre de Marcos Zimmermann hasta convertirse en una referencia ineludible para toda la fotografía argentina.
Una carta express al artista
Por Sara Facio
¿Por qué disimular? Sólo queremos hacer fotografías. Somos fotógrafos.
En eso nos parecemos. ¿Verdad, Marcos? Cada vez que hablamos de lo nuestro, aparece el amor a las fotos.
Sobre todo tomarlas. Más tarde, hacerlas, meter más manos en los reveladores, maravillarnos ante la aparición de la imagen. Todo eso que ya no existe, que es recuerdo y que nos llenó horas y horas de alegría y placer. Pero quedó la fotografía. Tomarla y contemplarla. Hacerla por gusto, por fijar un instante que nos atrajo. No para que nos elija un curador o a un coleccionista. No para que nos hagan un reportaje o publicar “el libro”. Simplemente, para tomar ese instante que nos sedujo, que nos hizo clic en el corazón. Luego, mirar. Mirar fotos. En exposiciones, en libros, aun en revistas o diarios aunque estén mal impresas o mal contadas por nuestros enemigos eternos, los diseñadores o editores. ¡Y cómo nos divertimos comentando las pavadas que quieren poner de moda los mercaderes del templo! ¡El numerar las fotos! Para valorizarlas, dicen.Cuando el valor mayor de la fotografía es que de un buen negativo pueden hacerse millones de originales. ¿Cuál es la gracia de tener una copia de sólo cinco originales? ¡Qué razonamiento tan retorcido!
Pensar que la idea de Niépce fue la reproducción, de inmediato traicionada por Daguerre al crear el “daguerrotipo”, es decir, la copia única. Otra sanata: buscar vintages. Como si las primeras copias fueran mejores que las que hicimos más tarde, cuando aprendimos a imprimir, o cuando un gran profesional le sacó las mejores tonalidades al negativo. Jamás olvidaré el asombro de Cartier-Bresson cuando vio una foto suya en una ampliación perfecta. “¿Yo tomé esa maravilla? Jamás vi una copia semejante” ¡Fue en 1995, delante de una foto que había tomado en 1952! Y la que más nos divierte: el querer esconder “lo fotográfico” para que “ la obra” parezca arte moderno. No saben o se olvidaron que Alfred Stieglitz, antes de ser el fotógrafo que fue, hacía pictoralismo para aparentar ser un artista. ¡Qué modernos somos ahora! Recordemos a Boltanski –a quien no le bastaba ser un enorme artista y se llamaba “fotógrafo”–, cuando declaró: “ la fotografía es reportaje, todo lo demás es pintura”. Sí, Marcos, nos reímos de tanta ignorancia, pero también nos duele que se trate de engañar a tantos aprendices de fotógrafos honestos; a tanta gente a quien le gusta la fotografía, ese idioma paralelo de la humanidad.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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